«Es evidente que la base de la política económica, y en general de todas las ciencias sociales, es la psicología. Llegará un día en el que podamos deducir las leyes de las ciencias sociales a partir de los principios de la psicología.»
Prólogo
Al comienzo del capítulo de este libro en el que analiza cómo reclutan jugadores jóvenes los clubs de fútbol americano (football), Richard Thaler confiesa uno de los grandes privilegios de ser profesor en una gran Universidad norteamericana: poder reflexionar sobre cualquier cosa que te interesa y llamarlo «trabajo».
Este libro proporcionará al lector un privilegio parecido: pasar revista a las principales enseñanzas de la Psicología Económica (Behavioral Economics) que, de forma amena, el autor entrevera cuando describe sus propias investigaciones, las de Amos Tversky y Daniel Kaufmann y otros psicólogos y economistas de esa escuela, y las batallas académicas que todos ellos han venido librando durante los últimos treinta años con los economistas ortodoxos de tradición neoclásica, defensores de la hipótesis de que los consumidores son plenamente racionales y los mercados financieros eficientes.
Thaler empezó a dudar de esa asentada concepción económica ortodoxa cuando, como joven profesor, percibió la alegría de sus estudiantes cuando, en vez de puntuar sus exámenes de 0 a 100 —lo que hacía que la nota media resultara próxima a 70—, pasó a puntuarlos de 0 a 127 —lo que elevó la nota media a casi 90—, a pesar de que, siguiendo las directrices de su Universidad, Thaler convertía luego esas iniciales puntuaciones numéricas al sistema habitual en estados de calificación mediante letras (A, B y C), de suerte que el resultado final con ambos métodos de puntuación seguía siendo idéntico.
A la lista de «anomalías» que fue descubriendo Thaler incorporó pronto una de las más célebres: el «efecto dotación» o «efecto posesión» (endowment effect), que hace que los seres humanos de carne y hueso atribuyamos un precio más alto a un objeto (por ejemplo, un tazón o mug con la insignia de nuestra Universidad) si ya es nuestro —y nos planteamos venderlo- que si no lo es y nos planteamos comprarlo. Otro célebre experimento corroboró la falta de realismo de los supuestos tradicionales de la racionalidad económica: nuestra disposición a pagar (willingness to pay o WTP) por un medicamento que reduzca ligerísimamente la probabilidad de morir de un mal que ya padecemos es mucho menor que la ingente suma que exigiremos (willingness to accept o WTA) por hacer de cobayas en un experimento que nos exponga a un riesgo de muerte tan exiguo como la reducción que lograba el medicamento del primer supuesto.
Otra de las anomalías que descubrió Thaler fueron las «cuentas mentales» o «cajitas» (mental accounting) que los seres humanos utilizamos cuando tomamos decisiones cotidianas, que hacen que no consideremos fungible el dinero, sino que tengamos en cuenta la «etiqueta» que atribuimos a cada suma. Así, para un jubilado no será lo mismo gastar con cargo a los dividendos de su cartera de acciones que, si las acciones no dan dividendo pero suben de precio, tener que vender algunas acciones para poder hacer frente a sus gastos: aunque —si dejamos de lado los aspectos finales— el resultado financiero será idéntico, el jubilado tendrá en el segundo caso la alarmante sensación de «comerse el capital».
Más allá de sus propias aportaciones científicas, la gran contribución de Richard Thaler fue servir de puente o nexo entre los economistas norteamericanos de su generación y los dos grandes psicólogos israelíes que, desde los años setenta, venían interesándose por cómo tomamos decisiones los seres humanos —Amos Tversky, fallecido prematuramente de cáncer en 1996, y su colega Daniel Kahneman, que recibiría el premio Nobel de Economía en 2002. Supo de ellos por primera vez en 1976, en una conferencia en Monterrey, cuando se ofreció a llevar al aeropuerto a Baruch Fischhoff, joven psicólogo discípulo de Kahneman y Tversky. Partiendo de esa inicial pista, tomó contacto con los dos maestros e inició con ellos una estrecha colaboración, que consiguió ese fructífero maridaje entre la Psicología experimental y la Microeconomía del que nació la Psicología Económica (Behavioral Economics).
Una de las principales enseñanzas de la nueva concepción es la Teoría de la Perspectiva (Prospect Theory) que enunciaron Kahneman y Tversky en los años ochenta, que nos dice que al evaluar alternativas (prospects) los seres humanos atendemos solo al cambio —ya sean pérdidas o ganancias— que producirán respecto al nivel que tomamos como referencia, no al nivel final de llegada; y reaccionaremos de forma muy distinta a las pérdidas y a las ganancias, pues, aunque el impacto marginal de ambas será decreciente a medida que aumenten, seremos especialmente reacios a aceptar pérdidas ciertas (loss aversion).
Por eso, en contra de la teoría tradicional, nos dolerá mucho más tener que soportar un gasto (pérdida) que dejar de percibir un ingreso (lucro cesante); pagar un recargo que dejar de beneficiarnos de un descuento; sufrir un recorte de nuestro sueldo nominal que mantenerlo fijo y aceptar que la inflación reduzca su poder adquisitivo real; o soportar la pérdida individual provocada por una mala inversión que ver cómo minora la ganancia hasta entonces acumulada (house money effect). Como nos recuerda Thaler, esas asimetrías explican en gran medida por qué las burbujas financieras propician la asunción de riesgos exagerados antes de que exploten y el cambio súbito de actitudes una vez que estallan. También le hacen sospechar que el efecto estimulante de una reducción de impuestos sobre el consumo puede ser mayor si se describe públicamente como un «incentivo» o «prima» (bonus) que como una «rebaja» (rebate).
Otra de las secciones del libro explica la batalla intelectual que desde una célebre conferencia celebrada en la Universidad de Chicago en octubre de 1985 viene enfrentando a los adalidades de la hipótesis ortodoxa de la eficiencia de los mercados financieros —como Robert Lucas, Merton Miller o Eugene Fama— con los defensores de la Psicología Financiera (Behavioral Finance) —cuyo pionero fue el John Maynard Keynes de la