Prefacio
El procedimiento había sido planificado hasta el último detalle durante meses; sin embargo, la operación, que llegaba ahora a la fase crucial, no estaba yendo bien. lo que era difícil distinguir el brillante tejido cerebral de los conductos sanguíneos.
«La presión sanguínea está bajando», dijo el anestesista jefe.
Eso no es bueno, pensó con gesto grave el doctor Keith Goh, el cirujano jefe: «Vamos a hacerle el resto de la transfusión para ganar un poco de presión aquí. Probaremos con más compresión y suturas, sellaremos la duramadre y veremos si se mantiene. No creo que tengamos más opciones.»
Veintinueve años antes, a varios miles de kilómetros, dos niñas, gemelas idénticas, habían sido concebidas como resultado de una serie de sucesos casuales. Justamente en el día apropiado del mes, uno de los muchos millones de espermatozoides de su padre, portador de un juego de 23 cromosomas, encontró y fertilizó uno de los 400 óvulos de su madre, portador de otro juego de 23 cromosomas. Pocos días más tarde, un único óvulo fertilizado, que aún no contenía más que un puñado de células, se dividió repentinamente y dio lugar a dos embriones genéticamente idénticos. Los dos clones se desarrollaron durante nueve meses el uno junto al otro.
Las gemelas nacieron un frío día de enero en los años turbulentos justo antes de la revolución, en Firuzabad, en el sudoeste de Irán. Al principio apenas vieron a sus padres, que eran unos humildes granjeros con otros nueve hijos a los que alimentar y cuidar. Debido a complicaciones, las gemelas permanecieron en el hospital y, ante los problemas económicos de sus padres, fueron adoptadas por un bondadoso doctor.
Las dos niñas lo hacían todo juntas: comer, jugar, dormir, y nunca se separaban. A pesar de tener unos genes y un entorno idénticos, había diferencias obvias entre ellas. A Ladan le gustaban los animales, mientras que Laleh era aficionada a los juegos de ordenador, los cuales Ladan, que prefería rezar, no soportaba. Cuando crecieron, a las dos empezó a gustarles ir de compras, especialmente cosméticos. Ladan era zurda y Laleh diestra. Les iba bien en el colegio, aunque a menudo se soplaban las respuestas en los exámenes. Querían seguir estudiando juntas, pero Ladan esperaba convertirse en abogada en Teherán; y Laleh, en periodista en Shiraz. Finalmente, Ladan ganó la discusión y ambas estudiaron leyes en Teherán. Cuando les preguntaban, las dos estaban de acuerdo en que Ladan era la extrovertida y habladora de las hermanas mientras que Laleh era más introvertida.
¿Cómo podían explicarse las diferencias en las personalidades de estas dos niñas? Eran clones genéticos con exactamente la misma estructura de ADN, y cada una de los 100 billones de células de su cuerpo contenía los mismos 25.000 genes. vida juntas, habían ido al mismo colegio y a la misma universidad, tenían los mismos amigos y la misma dieta. Y tenían, además, un vínculo especial y único: eran literalmente inseparables. Eran hermanas siamesas unidas por la cabeza.
A medida que las gemelas fueron creciendo, aumentó su deseo de independencia, y durante seis años trataron de convencer a los médicos de que les practicaran una cirugía para separarlas. Todos los doctores experimentados a los que consultaron se negaron, debido a la alta probabilidad de muerte en una operación tan compleja: las gemelas compartían la vena principal que recorre la parte posterior del cerebro (el seno sagital) y que funciona como la más importante reserva de sangre. En el año 2003, convencieron finalmente al doctor Goh, un neurocirujano sénior de Singapur, para que las operara a pesar de los evidentes riesgos. Éste había realizado con éxito operaciones en gemelos más jóvenes y, optimista, había determinado que el riesgo de muerte era de un 50 por ciento.
La operación comenzó una húmeda mañana de julio en Singapur, con una resonancia magnética (RM) de confirmación. Duró cincuenta y dos horas y participaron en ella 28 cirujanos de cuatro países, así como cientos de ayudantes. La operación en sí costó millones de dólares —tuvieron que usar una mesa de operaciones especialmente diseñada, similar a un sillón de dentista doble—, y los equipos de televisión iraníes iban proporcionando informes actualizados.
Tras algunas dudas en un momento crucial en el que la operación estuvo a punto de abortarse, el equipo consiguió al fin separar sus cabezas. Pero los cerebros estaban más estrechamente fusionados de lo que habían calculado a partir de los escáneres; era imposible controlar la hemorragia de la compleja red de vasos sanguíneos compartidos. Ninguna de las gemelas recuperó la consciencia y, a pesar de los enormes esfuerzos del equipo, ambas murieron poco después. Una nota escrita por ellas y publicada en la web del hospital el día de la operación decía: «Hemos estado rezando todos los días por esta operación. [...] Esperamos que la operación nos conduzca finalmente al término de este difícil camino, y que podemos empezar nuestras nuevas y maravillosas vidas como dos personas independientes.» Las gemelas cumplieron su deseo. Fueron al fin separadas en la muerte —enterradas en tumbas individuales—, si bien yacen una al lado de la otra.
Por fortuna, los gemelos siameses son extremadamente poco frecuentes (un caso por cada dos millones de nacimientos), pero la historia de Ladan y Laleh ilustra una cuestión fundamental. La mayoría de nosotros compartimos con nuestros hermanos y padres genes y entornos muy similares; no obstante, nuestras personalidades, preferencias, apariencia física y salud resultan ser completamente distintas. Si nuestros genes y nuestro entorno son los mismos, ¿cómo puede haber lugar a diferencias entre nosotros? Y, si lo hay, ¿cómo se generan esas diferencias?
En 2009 asumí el cargo de consultor científico para un documental de la BBC en dos capítulos titulado La vida secreta de los gemelos. El primer programa fue fácil de planificar, ya que presentaba un estudio de casos en torno al pasmoso parecido entre algunos gemelos idénticos, incluso entre aquellos que han sido separados al nacer. Había un interesante ejemplo de dos niñas chinas, Mia y Alexandra, separadas de bebés y adoptadas por sendas familias en Sacramento, California, y los fiordos de Noruega, respectivamente. Ni una familia ni la otra conocían la existencia de la hermana gemela.
Con ocasión del rodaje de nuestro documental, se volvió a reunir a Mia y a Alexandra, de seis años. Aunque carecían de un idioma en común, se hicieron amigas de inmediato. Desde el momento en que saltaron del coche y se saludaron por primera vez, quedó patente que tenían gestos y costumbres aparentemente idénticos. El breve tiempo que pasaron juntas y la nueva y traumática separación que vino después nos emocionaron del primero al último.
Les expliqué a los productores del programa que, aunque resultaba fascinante para el público, el ejemplo de aquellas gemelas era menos estimulante para los científicos, dado que ya había sido ampliamente documentado con anterioridad que los gemelos idénticos criados por separado desarrollan muchos paralelismos y similitudes chocantes. Los productores me retaron a que propusiera algo más novedoso y provocativo para el segundo capítulo. Les sugerí que consideraran la situación completamente opuesta a la de Mia y Alexandra: es decir, la de gemelos idénticos criados juntos que acaban siendo muy diferentes. Los científicos tenemos explicaciones plausibles para que gemelos idénticos como Mia y Alexandra acaben siendo tan parecidos, puesto que hoy sabemos que la mayoría de los rasgos y características están influenciados, al menos en parte, por nuestros genes. Pero no tenemos idea alguna de por qué personas que comparten los mismos genes y entornos similares pueden acabar siendo tan diferentes (o discordantes