Introducción a la edición francesa
Cuando hace unos años publicamos el segundo tomo de los Carnets de Albert Camus, se nos plantearon dos problemas, uno de principio y el otro técnico.
El cuaderno dedicado a América del Sur no estaba clasificado con los demás; el manuscrito era asimismo distinto. Llevaba por título: Viaje a América del Sur. Estaba claro que el autor se había interrogado acerca de su destino. Por otra parte, cuando en 1954 me había entregado la copia mecanografiada del conjunto de esos Carnets, aquel viaje a América del Sur figuraba en un dossier especial.
Por lo demás, un estudio sumario nos aporta la prueba: se trata de una relación de viaje de la que se excluye cualquier reflexión que le sea ajena. ¿Camus proyectaba acaso darle mayor amplitud, hacer un relato más largo? No hay nada que nos lo demuestre. Pero todo indica que ese viaje y su relato ocupaban en su espíritu un lugar aparte.
Siendo así, ¿en qué forma podíamos proceder a su publicación, puesto que el cuaderno era demasiado delgado para constituir un volumen?
Lógicamente, pensamos en asociarlo al viaje a América del Norte, integrado este en la serie cronológica de los Carnets. Integración muy explicable si consideramos que, aparte de unas cuantas anotaciones turísticas relativas a la travesía del Atlántico y al descubrimiento de Nueva York, Camus habla en él muy poco de sus encuentros y aventuras durante el viaje; tampoco apuntó gran cosa sobre las conferencias que dio en Nueva York y en Harvard, ni sobre las reacciones que suscitaron. En cambio, las preocupaciones que salpican los cuadernos de los años 1945 y 1946 sí que están presentes, en particular La peste.
De modo que, pese a estas diferencias de textura, nos decidimos a reagrupar esos dos cuadernos. El texto fue establecido por madame Camus y por mí mismo, en lectura común, comparando los diversos textos mecanografiados y manuscritos, uno de ellos perteneciente, así como todos los cuadernos integrados en un mismo conjunto, a madame Camus —el cuaderno del viaje a Estados Unidos—, el otro a madame María Casares que consintió en confiárnoslo para examinarlo.
Para evitar cualquier suputación inútil, precisemos una vez más que estos textos se han publicado, igual que los anteriores, sin hacer ni el más mínimo corte. Las iniciales, cuando existen, fueron elegidas por el autor. Solo una excepción, sin embargo: en dos ocasiones hemos sustituido el nombre de una misma persona por una X.
Los dos cuadernos poseen un interés común: nos muestran cómo pasaba Camus de las anotaciones en bruto a la obra elaborada. Encontramos algunos pasajes del Viaje a Estados Unidos en Les pluies de New York; importantes fragmentos del Viaje a América del Sur fueron recuperados ya sea en «El mar, aún más cerca» (El verano), o bien, más ampliamente aún, en «La piedra que crece»: dos escenas de baile, contempladas en la realidad, se hallan condensadas en uno de los escasos textos exóticos redactados por Camus. El viaje a Iguape y el episodio de la piedra que crece, anotados como simple folclore, adquieren en la novela un valor de símbolo. Sea cual fuere la opinión que tengamos sobre el relato, existen pocos ejemplos tan claros de la transformación que sufre el hecho en bruto antes de acceder al nivel del mito, y de un mito voluntariamente optimista, extraído de un viaje agotador y deprimente para el autor.
Las circunstancias de uno y otro viaje influyen en las reacciones de Camus: el viaje a Estados Unidos, iniciado el 10 de marzo de 1946, es tanto el de un periodista afamado como el de un autor que todavía no ha alcanzado su plena consagración. De ahí el desconfiado recibimiento de los servicios de policía estadounidenses que no quitan ojo —y de los más recelosos— al animador de un periódico que enarbola orgullosamente la divisa: «De la resistencia a la revolución». Lo extraño es que Camus no nos diga nada de las universidades estadounidenses, que lo tienen todo para sorprender al viajero francés, ni de la más prestigiosa de ellas, Harvard, que, sin embargo, conservó la huella de su paso por allí en su boletín mensual. Adivinamos, a través de unas cuantas notas apuntadas, una especie de asombro tan pronto admirativo como reprobador ante aquel Nuevo Mundo desmesurado con sus rascacielos y sus extensiones; y una vaga inquietud ante lo que implica aquella potencia colosal de expansionismo inconsciente. No está lejos el tiempo en que, entre los dos bloques hostiles que se constituyen al Este y al Oeste —y uno de cuyos pilares es Estados Unidos—, Camus se niegue obstinadamente a escoger. No obstante, de momento, le manifestó a su antiguo maestro M. Germain: «Mi viaje a América me ha enseñado muchas cosas que sería demasiado largo pormenorizar aquí. Es un gran país, fuerte y disciplinado en la libertad, pero que ignora muchas cosas y, en primer lugar, a Europa».
El viaje a América del Sur es de naturaleza diferente: Camus lo aborda en precarias condiciones físicas, aunque solo progresivamente sospecha de un nuevo ataque de tisis. En ese sentido, su itinerario es también el de la enfermedad redescubierta, que dejará su marca en «El mar, aún más cerca». No sin desgarramiento, se aleja de sus seres queridos, y de ahí el nerviosismo con que reacciona ante los retrasos del correo. Finalmente, se trata de su primer viaje oficial como figura destacada: no volverá a repetirlo (de hecho, dará más adelante unas conferencias en Italia y en Grecia); si bien en ocasiones consigue disfrutar de la estancia, las más de las veces le fastidian las múltiples obligaciones inherentes a esa clase de periplos: encuentros variados y a menudo decepcionantes, calidad desigual de huéspedes y recepciones; todo está hecho para irritar a un hombre que aborrece las mundanalidades y que sabe, sin embargo, que al aceptar aquel viaje ha aceptado también sus sujeciones. Así que lo veremos someterse por propia voluntad aunque, en el fondo, de mala gana, a un programa excesivamente cargado y de interés diverso.
En suma, estas páginas llevan la marca de un estado de crisis que la lectura de Vigny no hace sino confirmar ya desde el barco: crisis física que Camus tardará muchos meses en superar; crisis sentimental y moral que se traduce en la obsesión del suicidio, así como en un sentimiento agudo de exilio. Es de ahí de donde «La piedra que crece» extrae su savia en este viaje.
Por eso se muestra particularmente sensible a los contrastes violentos que ofrecen al europeo esas tierras estadounidenses: riquezas opuestas a una extremada pobreza; cultura refinada y bárbara, a veces en la misma persona. Sin contar con ese enorme problema que a cualquier observador lúcido plantea la superpoblación de esas tierras, especialmente en las grandes ciudades. Camus descubre, no sin malestar, lo que apenas empezaba a llamarse «el Tercer Mundo». Y sin duda sufre por no percibirlo sino envuelto en un torbellino, durante el cual los vuelos aéreos lo disputan a las mundanalidades.
Dos viajes distanciados por dos años de intervalo. En los doce años que van a seguir, Camus aceptará muy pocas veces dar conferencias en el extranjero: rechazará un «puente de oro» para el Japón. Por obligación, se resignará a las festividades del Premio Nobel en Estocolmo. Y, aun así, fue precisa la insistencia de Roger Martin du Gard y de sus editores.
Paradójicamente, mientras que el joven sin grandes recursos había recorrido libremente toda Europa, el escritor en plena notoriedad, después de 1948, huirá de los viajes que pueblan generalmente la existencia de sus pares.