Revivir la nación
«HEIL HITLER!»
En septiembre de 1938, mientras se calentaba la crisis de los Sudetes desatada por la exigencia de Hitler de anexionarse los territorios de habla alemana de Checoslovaquia, Víctor y Eva Klemperer viajaron desde Dresde a Leipzig. A lo largo de la ruta, se detuvieron en un restaurante para camioneros: «delante unos vehículos enormes, dentro unas raciones enormes y baratas». La pareja entró justo en el momento en que la radio empezaba a transmitir los discursos de la asamblea del Partido Nazi en Nuremberg: «Marcha solemne, alaridos de júbilo, después el discurso de Goring, sobre el auge inmenso, el bienestar, la paz y la felicidad de los obreros alemanes… Pero lo más interesante de todo eso -comenta Klemperer- era el comportamiento de los clientes del restaurante, que todos saludaban y eran saludados al llegar y se despedían y eran despedidos al salir con “Heil Hitler!”. Nadie escuchaba. A mí me costaba trabajo entender; porque varias personas jugaban a las cartas, daban puñetazos en la mesa, conversaban a gritos. En otras mesas había menos ruido: uno escribía una postal, otro escribía en su libro de ruta, otro leía el periódico. Y la patrona y la camarera hablaban entre ellas o con los jugadores de cartas. De verdad: ni una sola de aquella docena de personas se ocupó un segundo de la radio, lo mismo podía haber estado apagada o transmitir un foxtrot desde Leipzig». El «comportamiento de los clientes»: este es el motivo fundamental que Klemperer intentaba comprender al observar la vida cotidiana. Siempre estaba pendiente de que lo que denominaba la «vox pópuli» le proporcionara claves acerca del apoyo popular a Hitler y los nazis, pero las voces, sin embargo, nunca eran rotundas. «¿Cuál es la realidad? ¿Qué está sucediendo?», se preguntaba acerca del Tercer Reich.
Los estudiosos han estado planteándose las mismas preguntas prácticamente desde entonces. Con la publicación en 1995 de los diarios de Victor Klemperer, los historiadores pudieron contar con uno de los testimonios de primera mano más detallados sobre la vida en la Alemania nazi y, no obstante, como le ocurre al propio Klemperer, no están seguros de cómo leer las pruebas. ¿Qué es más revelador, la naturalidad con que los camioneros se saludan diciendo «Heil Hitler!» o su desinterés por la transmisión radial? Klemperer daba cuenta de los nuevos números del Tercer Reich, pero no estaba seguro de si los rituales realmente habían cambiado las actitudes de los alemanes. La escena en el restaurante de camioneros capta a la perfección los dos lados del debate acerca del nacionalsocialismo. Por un lado, los historiadores subrayan el grado en que los alemanes no judíos aceptaron el nazismo como la condición normal de la vida cotidiana e incluso celebraron el nuevo orden. Por otro lado, llaman la atención sobre los testimonios y pruebas que sugieren que los alemanes sencillamente siguieron con sus asuntos, cuidándose, hasta donde les era posible, de no cruzarse con el aparato del Partido Nazi.
Vale la pena examinar más de cerca las interacciones de la vida cotidiana y cómo cambiaron en los años que siguieron al ascenso de Hitler al poder. Unos pocos meses después de enero de 1933, difícilmente había alguna persona que en alguna ocasión no hubiera alzado su mano derecha y exclamado «Heil Hitler!». La mayoría de las personas lo hacían varias veces al día. El « Guten Tag » berlinés, el «Moin» de Hamburgo y el «Grüss Gott» bávaro todavía podían oírse, pero el «Heil Hitler!» logró penetrar de tal forma en el vocabulario de los ciudadanos que el final del nazismo en 1945 con frecuencia se recordaba como el momento en el que «nunca más tuvimos que decir “Heil Hitler!”». En una fecha tan temprana como julio de 1933, se exigió a los funcionarios públicos que usaran el saludo en sus comunicaciones oficiales. Los maestros de escuela «heil hitleraban» a sus estudiantes al comienzo de sus clases, los conductores del Deutsche Reichsbahn «heil hitleraban» a los viajeros al revisar sus billetes y los empleados de correos «heil hitleraban» a los clientes que acudían a comprar sellos postales. En el verano de 1933 el mismo Klemperer refiere su asombro al ver, durante un recorrido por su universidad, que «en las oficinas, he visto que los empleados levantaban siempre la mano». Erika Mann, la hija del novelista Thomas Mann, calculaba que los niños se saludaban con un «Heil Hitler!» cincuenta o, quizá, ciento cincuenta veces al día, en cualquier caso con «desmesuradamente mayor frecuencia que con los viejos saludos neutrales». Ahora bien, ¿qué significaba decir «Heil Hitler!»? ¿Qué revelan el saludo, el brazo en alto, la referencia ocasional al «Führer» acerca de la relación entre los alemanes y los nazis en el Tercer Reich? ¿Cuánto de nazis tenían los alemanes en realidad?
Que el saludo hitleriano fuera obligatorio para los funcionarios públicos confirma el poder dictatorial del régimen. Después de la guerra, muchos alemanes testificaron que se sentían coaccionados o presionados a decir «Heil Hitler!». Especialmente en los primeros meses del nuevo régimen, los partidarios del nazismo se apresuraron a exigir que los ciudadanos emplearan el saludo en público. En el verano de 1933, quienes visitaban el centro vacacional de Weimar podían ver en las tiendas, los restaurantes y los hoteles carteles con la «alentadora orden: “Alemanes saludaos unos a otros con un Heil Hitler!”». En octubre de 1933, el «saludo alemán» se convirtió en preceptivo en el teatro de Leipzig donde trabajaba Erich Ebermayer. «¿Quién va a negarse a participar?», confió a su diario; para este adversario de los nazis, el «Heil Hitler!» pasó a ser «mi saludo en el trabajo». A medida que más y más alemanes empleaban el «Heil Hitler!» como saludo, más delicado se hizo no responder de la misma forma. Esta dinámica hace que resulte difícil determinar si una gran cantidad de alemanes eran conversos reales o simples conformistas. También está claro que muchos alemanes se negaron por completo a participar. Algunos individuos contaban que cruzaban abruptamente las calles para evitar el saludo o menoscababan las exhibiciones de lealtad públicas con «murmullos inaudibles y gestos endebles de las manos». Quienes visitaban las regiones muy católicas de Alemania meridional o los barrios socialdemócratas y comunistas oían el «Heil Hitler!» con menos frecuencia. Los testigos de Jehová se negaron rotundamente a usar el saludo. «¿Conoces ya el nuevo saludo? -se preguntaba alguien unos pocos meses después del ascenso de Hitler al poder-: el dedo índice enfrente de tus labios».
No obstante, además de todas las personas que se sintieron presionadas a conformarse, había otras que ejercían presión e insistían en que se usara el saludo. Con el «Heil Hitler!» los miembros del Partido Nazi intentaron recomponer el cuerpo del pueblo alemán; el arco que describía la mano derecha al ejecutar el saludo amplió de forma drástica las pretensiones de los nacionalsocialistas sobre el espacio público. El gesto de afirmación iba acompañado por una declaración política inequívoca. A diferencia del « Guten Tag » que servía para reconciliar a los vecinos sin más, el «Heil Hitler!» era una exhortación y constituía un intento firme de crear e imponer una unidad política. El saludo expresaba el deseo de muchos alemanes de pertenecer a la comunidad nacional y de participar en la renovación del país. Entre ellos se encontraban sin duda los enfermeros y enfermeras a los que en abril de 1933 una amiga de los Klemperer veía sentarse «en torno al altavoz» en su hospital: «Cuando suena el himno de Horst Wessel.
Al reemplazar saludos cotidianos más deferentes, el «Heil Hitler!» también podía emplearse para reclamar reconocimiento social. Cuando el cartero saludaba a los vecinos con un ostentoso «Heil Hitler!», estaba informándoles de que él era un Volksgenosse, un camarada racial, y su igual. De forma similar, el jefe que en la entrada dela cantina de la fábrica daba la bienvenida con un «Heil Hitler!» a los trabajadores a los que anteriormente se impedía el ingreso no estaba anulando las diferencias sociales, sino reconociendo el nuevo derecho del que disfrutaban sus empleados. Incluso en el espacio privado del hogar los amigos y parientes se saludaban unos a otros con un «Heil Hitler!», un indicio de hasta qué punto los partidarios del régimen querían reconocer el lugar de la revolución nacional de Hitler en sus propias vidas personales. El saludo hitleriano, con el agresivo movimiento ascendente de la mano con la palma vuelta hacia el exterior, ocupó un nuevo espacio social y político y lo puso a disposición del movimiento nazi. Permitió a los ciudadanos probar nuevas identidades políticas y raciales, demostrar su respaldo a la «revolución nacional» y excluir a los judíos de las interacciones sociales cotidianas. Poner las palabras «Heil Hitler!» únicamente en los labios de los fanáticos es perder de vista en qué medida los alemanes más o menos de forma voluntaria se adaptaron al ideal unitario de la comunidad del pueblo.