Aguirre Oteiza Daniel - Un país mundano
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- Libro:Un país mundano
- Autor:
- Editor:Penguin Random House Grupo Editorial España;Lumen
- Genre:
- Año:2011
- Ciudad:Barcelona
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Un país mundano: resumen, descripción y anotación
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Y mirar directamente. Fijémonos en un poema. A quien lea relajada y directamente Un país mundano tal vez no le sorprendan versos como los que cierran «Afinidades imperfectas»: «¿Qué estuvimos pensando todo el tiempo? ¿Quién trazó / este inquieto mappemonde, falto de carreteras secundarias / y de crisis de identidad? / Llega un momento en que la lana / te llena la boca, pero quedaba tanto por decir…». ¿Un mapamundi? ¿O un mappemonde? ¿Importa mucho cómo entendamos y transmitamos la extrañeza que supone el término francés, si luego siempre queda tanto por decir? Lo traduzcamos como lo traduzcamos, al menos importa recordar que el poema es un mapa. Tal vez así, sabiendo que solo se trata de una representación, sea posible mirarlo directamente. La mirada directa del lector advierte ante todo una multiplicidad de palabras.
Si tal como Ashbery sostiene, el poema ha de ser «representativo», no será solo por todo lo que deja por decir. Dice mucho: es palabrero. Y además «inquieto»: está en movimiento. Si atendemos al adjetivo que sí contiene el título de este libro (Worldly), el país que trazan sus poemas resulta «mundano» porque limita o se complementa con uno o varios mundos. Mundos prácticamente incognoscibles. Al menos así lo sugiere Ashbery en un comentario sobre la poesía de Frank O’Hara que cabe extender a la suya: «la obra parece enteramente natural y disponible a la multitud de grandes y pequeños fenómenos que se combinan para constituir la poco menos que incognoscible sustancia que es nuestra experiencia».
Pero el país no es el mundo de múltiples fenómenos, solo lo «representa». Podría aventurarse una definición de poema «representativo» a partir de los términos empleados por Ashbery para describir el expresionismo abstracto de Pollock o de Kooning, o la música aleatoria de Morton Feldman o John Cage: «Lo que me gusta de la música es su capacidad para resultar convincente, para llevar un argumento satisfactoriamente hasta la conclusión, aunque los términos del argumento sigan siendo cantidades desconocidas. Lo que queda es la estructura, la arquitectura del argumento, la escena o la historia. Me gustaría hacer esto en poesía». La multitud de fenómenos en movimiento («las estaciones ya no son lo que una vez fueron / pero la naturaleza de las cosas es que las veamos una sola vez», leemos en Houseboat Days) aparece señalada por las palabras que integran el «inquieto mappemonde» que es el poema entendido como obra en marcha. En este sentido, el poeta no debe «planear el poema con antelación, sino dejar que tome su camino, vivir en estado de alerta y estar dispuesto a cambiar de idea si la ocasión parece exigirlo».
El lector de este tipo de poema habrá de mantener su mente «tan abierta que llegue a distraerse». La «ocasión» hacia la que dirige la mirada constituye una de las «cantidades desconocidas», toda vez que no deja de moverse; para que el lector no pierda tal ocasión, el poema le proporciona, por ejemplo, un flow chart (título de un libro de Ashbery publicado en 1991). Un «diagrama de flujo» es una representación gráfica de procesos complejos. Complejos como la vida misma, podría añadir el lector de Un país mundano: «y el presente es irredento, / y todas las frutas son de temporada». El presente de cada estación es irrecuperable: aunque el año que viene traiga la misma fruta, solo la vemos una vez. John Ashbery publicó Un país mundano en 2007, a la edad de ochenta años.
Un año después, su posición en el «canon» de la poesía estadounidense quedaba afianzada: su obra escrita hasta 1987 salía reunida en la prestigiosa Library of America. Con relación a Un país mundano, críticos como Stephen Burt, Helen Vendler, Sam Munson y el mismo Bryan Appleyard vienen a coincidir en dos puntos: Ashbery muestra unas facultades imaginativas plenas y una conciencia del paso del tiempo aún más aguda que de costumbre. En sus últimos poemas la percepción de la inminencia del fin, el sentimiento de pérdida, la atmósfera elegiaca y evocadora se modulan a un ritmo vivo y aun vertiginoso. «La sensación de lo inasible parece más apremiante», sostiene Vendler. Los multitudinarios fenómenos a cuya representación ha de dirigir la mirada el lector se revelan ahora especialmente caducos y fugaces. Según Burt, la obra reciente de Ashbery, leída como poesía de senectud, es de una calidad equiparable a la del último Wallace Stevens.
Con todo, se diría que Ashbery no busca en sus poemas el acabado formal que se advierte en los del autor de La roca. La riqueza verbal que presenta su nuevo libro estaría trazada en un mapa incompleto. En Un país mundano referencias, razonamientos, géneros, construcciones gramaticales y sintácticas se suceden y varían a tal velocidad que llegan a producir desorientación y ahogo: «¿Puedes verla, / su diferencia, distinguir entre medias tintas, / matices fugitivos, medir el nivel creciente / incluso cuando nos sofoca?». El lector puede advertir alusiones a mitos, cuentos o fábulas; reminiscencias de tradiciones orales como la canción infantil, el ripio, la adivinanza, la música pop; giros propios de la jerga académica, cinematográfica, política, publicitaria, cibernética o comercial; o guiños a la Biblia, Emerson, Wallace Stevens o T. S. Eliot.
Por ejemplo: «La primavera es la más importante de las estaciones». Con todo, hasta las referencias más reconocibles acaban perdiendo su lugar en la vorágine del tiempo consuntivo: «¿No te dijeron dónde te extraviaron, / en qué avenida, hendidura de la ciudad, / veloz y más veloz como el aliento?». Según Charles Bernstein (destacado valedor de la language poetry), Ashbery tiene costumbre de insertar conjunciones entre piezas de collage discrepantes. De este modo, sus poemas producen «la sensación espacial de una superposición y la sensación temporal de un pensamiento divagador». En cambio, el «coloquialismo cordial» de Un país mundano suaviza las aristas de las transiciones sintácticas («como rocas de la playa erosionadas por el tiempo», añade Bernstein). Así, la corriente discursiva parece remansarse sin dejar por ello de avanzar caudalosamente: «la sospechada sorpresa / y su hermana, la cansada impaciencia, / marcan el flujo una vez que las compuertas / se han abierto un poco.
Entonces pasa sin más, / con un horizonte improvisado sujeto a él». Aunque en ocasiones pueda causar un efecto de sofoco, el flujo lingüístico se articula mediante el despliegue de una amplísima gama de tonos e inflexiones. Tarde o temprano prácticamente cualquier lector occidental puede sentirse «representado» como impaciente, desconcertado, afectuoso, reticente, sombrío, exuberante, alarmado, exaltado, desdeñoso, sarcástico… Vendler denomina este rasgo de la poesía de Ashbery «hospitalidad tonal». Musical también: tonos e inflexiones se entretejen con una multiplicidad de ritmos de intensidades y timbres diversos. He aquí donde le cabe al lector dirigir la mirada. Según Vendler, Ashbery está convencido de que es capaz de «rescatar del metálico fragor del ruido contemporáneo los golpes de emoción y giros de lenguaje sentidos universalmente en que pueden reconocerse los lectores».
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