Parece mentira que en tan poquísimas páginas se pueda decir tanto, pero por algo es un especialista de la talla de Rafael Aguirre quien las escribe para deshacer tantos malentendidos, en el mundo cristiano y fuera de él, sobre el origen de la Iglesia. Ni Jesús fundó la Iglesia como quien funda una asociación dotándola de estatutos ni estructura, ni todo fue un invento de Pablo, ni la Iglesia nació por pura casualidad. En el origen de la Iglesia está algo mucho más profundo y, sobre todo, más vivo: la apuesta por una forma de vivir que llevó a Jesús a ser ejecutado.
Rafael Aguirre Monasterio
El mito de los orígenes de la Iglesia
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Mowgli28.4.13
Título original: El mito de los orígenes de la Iglesia
Rafael Aguirre Monasterio, 2004
Diseño de portada: Mowgli a partir de un dibujo de Maximino Cerezo Barredo
Editor digital: Mowgli
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RAFAEL AGUIRRE MONASTERIO nació en Bilbao (España) en 1941. Es profesor emérito de Nuevo Testamento en la Universidad de Deusto (Bilbao). Es licenciado en Filosofía y Letras y en Sagrada Escritura y doctor en Teología. También es «Eleve Titulaire» de «L'École Biblique» de Jerusalén.
El primero que habría que destacar del autor es su estancia de siete años en Roma, donde realizó los estudios de Teología y Biblia, los primeros en la Universidad Gregoriana, y los segundos en el Pontificio Instituto Bíblico. El ambiente que le tocó vivir allí fue decisivo. Como él mismo suele decir, llegó a Roma, para iniciar sus estudios de Teología, justo cuando comenzaba el Concilio Vaticano II, en octubre de 1962. La ciudad, en aquel momento, era un hervidero de ideas teológicas, culturales y políticas; los foros, las conferencias y los encuentros se sucedían por doquier, y personajes de la vida política, cultural y religiosa confluían y se daban cita en la ciudad. Rafael Aguirre tuvo la suerte de escuchar a los teólogos más avanzados del momento que, con ocasión del Concilio, se encontraban en la ciudad y que por las tardes, después de las aulas conciliares matutinas, ofrecían conferencias y debates abiertos al público: Rahner, Küng, Congar o Schilebeeckx fueron algunos de los que pasaron por el Colegio Brasileiro. Roma y el momento histórico concreto que vivió en esta ciudad ejercieron, sin duda, una influencia decisiva en la configuración vital e intelectual de este autor. Posiblemente, allí comenzó, en serio, lo que él denomina «estar en la frontera», una actitud que ha configurado su vida intelectual desde entonces. Él mismo suele decir que su opción por los estudios bíblicos tuvo que ver con el hecho de que éstos se manifestaban como frontera de encuentro y confrontación creativa entre «la fe religiosa y los estudios de teología con la razón de la modernidad», porque la exégesis ha de asumir los métodos y conocimientos de las ciencias humanas y ha de someterse a un rigor metodológico y crítico. Desde entonces ve la Biblia y los estudios bíblicos como una frontera donde se da el diálogo con el mundo externo y la cultura. Diálogo que él ha cultivado con acierto y pasión.
La implicación y aplicación política del mensaje bíblico, ha sido también parte de sus preocupaciones y ocupaciones. Un ejemplo de esto último se hace palpable en sus cientos de artículos en la prensa diaria y en el libro «El túnel vasco, Democracia, Iglesia y nacionalismo», que recoge algunos de ellos.
Esta orientación histórica y contextual en los estudios bíblicos se confirmó y profundizó durante su estancia en Jerusalén, que constituye un segundo rasgo muy importante de su perfil. Eran los inicios de la década de los setenta, y allí enseñaban R. de Vaux, P. Benoit y J. M. Boismard, con quien hizo su trabajo final, entre otros. Si en el Bíblico había conocido y aprendido el acercamiento sincrónico a los textos, en «L’École Biblique» de Jerusalén se encontró con otra tradición, esa que se centra en el estudio diacrónico del texto, en su evolución y en su relación con la historia. Por otra parte, a poco que se abran los ojos, la estancia en Palestina y la lectura de los textos en la tierra conducen a darse cuenta de la importancia del contexto social y cultural en el que éstos nacieron, y Aguirre comenzó a interesarse por los estudios bíblicos que tenían en cuenta estas dimensiones a la hora de su interpretación. Con mucho de autodidacta, profundizó así en la orientación histórica que ya traía de Roma.
Un tercer rasgo de su perfil lo constituye su condición de pionero en España en la aplicación de las ciencias humanas y sociales a la exégesis. Autores como Theissen, Malina, Gager y Meeks fueron descubrimientos e incentivos apasionantes que le llevaron a afianzarse en una línea de trabajo que no ha abandonado nunca.
En 1988, Aguirre fue elegido presidente de la Asociación Bíblica Española.
Su vida docente ha discurrido en la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto, donde ahora es profesor emérito. A la vez, Aguirre ha vivido consciente y activamente la vida política desde los años sesenta, con el tardofranquismo. Pero la peculiar situación del País Vasco le ha mantenido de forma especial en esa implicación desde mediados de los ochenta. La violencia de ETA y el tema de las víctimas se han llevado una parte importante de su esfuerzo de reflexión en estos años. Ha escrito multitud de artículos en la prensa diaria y ha participado en foros diversos tratando de hacer relevante socialmente el mensaje de la fe y el Evangelio en un lenguaje apropiado y crítico, consciente de la necesidad de las mediaciones históricas necesarias para lograrlo.
Hay que destacar de Rafael Aguirre un último rasgo: su querencia y su empeño por unir la mística y la reflexión crítica, o, dicho con sus mismas palabras: «Todo mi esfuerzo es recuperar la adoración tras la pregunta más radical y descarnada, y descubrir nuevas preguntas tras esa adoración; y conseguir que los que adoran pregunten y que los que preguntan descubran que la adoración es, en el fondo, la más auténtica de las preguntas. Nunca hablo pensando sólo en un lado de la frontera».
Miramos al pasado desde perspectivas e intereses del presente. No hacemos un ejercicio arcaizante ni nos abandonamos a la nostalgia. Volvemos nuestra vista al pasado para descubrir posibilidades inéditas que enriquezcan nuestro presente y abran perspectivas nuevas de futuro. Se suele decir que quienes controlan el presente escriben el pasado y lo ponen a su servicio. La mejor forma de introducir aire fresco en el presente es ver el pasado con otros ojos, descubrir en él huellas y rostros habitualmente ignorados, escribirlo de manera diversa.
¿En qué sentido hablo del mito de los orígenes de la Iglesia? No equiparo el mito simplemente con una historia falsa. El mito es historia idealizada y llevada a cabo por un grupo social que busca referencias que le confieran identidad, para lo que ensalza a su fundador y a sus compañeros y presenta una visión idílica de sus inicios. La mitificación de los orígenes se produce en todas las culturas y en los más diversos grupos sociales. Podemos pensar, por ejemplo, en los nacionalismos, que suelen presentar una visión mítica de los orígenes del pueblo: una situación ideal rota, destruida por la influencia o la agresión de factores externos. También se puede hablar de otro tipo de grupos, como los jesuitas o los franciscanos, que idealizan las figuran de Ignacio y de Francisco, de sus primeros compañeros, porque encuentran en ellos un modelo de su propia identidad. Esa visión idílica del pasado, en el fondo, es una presentación utópica de lo que ellos desearían ser en el futuro.