Eugenio Aguirre - Pecar como Dios manda
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- Libro:Pecar como Dios manda
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2010
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Pecar como Dios manda: resumen, descripción y anotación
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Del México prehispánico hasta el inicio de la Colonia
En el principio era el sexo… y los dioses nahuas lo disfrutaban intensamente, tanto y con tanto vigor que originaron el universo. Así, los antiguos mexicanos se vieron unidos al inicio candente de la vida y concibieron la sexualidad como un regalo divino que habría de acompañarlos a lo largo de su historia.
Mayas, zapotecas, mixtecas, nahuas todos exaltaban a los dioses del amor y el placer, algunos utilizaban la carne de culebra como afrodisíaco, la flor adulterina como estimulante y no les era ajena la práctica de diversas desviaciones. Las exquisitas cortes nahuas eran testigos de la poligamia y potencia sexual de algunos monarcas, y de la peculiar costumbre de una princesa que, tras satisfacer sus deseos, asesinaba a sus amantes para conservarlos dentro de ánforas de barro con las que decoraba su palacio. Todo esto se perpetuó hasta la llegada de los españoles que, con brutalidad, impusieron la moral católica, transformando por completo el sofisticado mundo indígena.
Tras una exhaustiva investigación, Eugenio Aguirre inicia con este primer tomo una entretenida y reveladora crónica del placer y la moral de los mexicanos a través de la historia.
Eugenio Aguirre
Historia sexual de los mexicanos
ePub r1.0
fenikz 16.03.15
Eugenio Aguirre, 2010
Editor digital: fenikz
ePub base r1.2
A Gerardo y José Cornejo,
entrañables amigos.
Porque aunque es verdad que algunos
mentirán, yo me precio de decir verdad
en lo que escribo, e hiciera alevosamente
si no la dijera, pues no es libro de
caballerías este, donde se toma licencia
para sacar de quicio las cosas y aun para
mentir en todo, sino historia donde todo
lo que digo es verdadero y digno de toda
fe humana.
FRAY JUAN DE TORQUEMADA
MÉXICO
PREHISPÁNICO
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LOS NAHUAS
LAS DEIDADES Y EL SEXO
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Aun antes de que se creara el cosmos, previa a la explosión universal que hoy conocemos con el nombre de Big Bang, ahí en la nada, entre nebulosas carentes de materia, la deidad de la dualidad, Ometéotl u Ometecuhtli, provisto de la doble esencia masculina y femenina, esta última nombrada Omecíhuatl, comenzó una intensa actividad sexual que devino en la creación del universo.
Este mito de creación que concebía al cosmos sexualmente dividido, sirvió a los nahuas para explicarse el origen de las múltiples divinidades que componían su panteón y, lo más importante, el de los hombres.
A fin de comprender la sexualidad divina, los artífices de esta cosmovisión, sacerdotes y filósofos, se vieron precisados a darle a Ometecuhtli otras advocaciones que lo vincularan a las categorías humanas asociadas con la vida y la muerte, y que justificaran la procreación de todo lo que les rodeaba. Así, dieron a la deidad de la dualidad la advocación de Tonacatecuhtli, señor de nuestra carne o señor de nuestro sustento, con su contraparte femenina Tonacacíhuatl; los dioses quedaron, desde su primera concepción, conceptualizados como parejas de marido y mujer.
Los dioses, es comprensible, requerían un espacio para su solaz esparcimiento, así como para celebrar sus encuentros amorosos; por ello, sin perder un segundo cósmico, se dedicaron a la construcción de una especie de paraíso, el Tamoanchan (mismo que situaron al oeste, en el seno de la Vía Láctea) que, amén de servirles como leonera celestial, les permitiría vigilar todo lo que habían inventado, particularmente el destino de los hombres, una vez que estos fuesen creados.
Así, la pareja divina primordial en la advocación compuesta por Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl se instaló en el decimotercer cielo, el plano más elevado del paraíso o Tlalocan, y muy pronto (no se precisa en los mitos el tiempo que duraba la gestación de las deidades) engendraron cuatro hijos: Tezcatlipoca que nació rojo, identificado con Xipe Totec y Camaxtli o Mixcóatl; Tezcatlipoca Negro, espejo brillante que humea, el todopoderoso que conoce los pensamientos que están en todas partes y penetra en los corazones, y quien dará muy pronto de qué hablar en esta historia; Tezcatlipoca Azul, que no es otro que Huitzilopochtli; y, finalmente, Quetzalcóatl.
Estos dioses pasaron a formar el nivel supremo de la teogonía náhuatl (Quetzalcóatl sería adoptado como el dios más importante de los toltecas y Huitzilopochtli de los aztecas) y se convirtieron en los responsables, entre otras cosas, de engendrar nuevas deidades, ordenar el universo y crear a la primera pan ja humana: Uxumuco y Cipactónal, los correspondientes de Adán y Eva dentro del mito de creación de la religión judeocristiana.
De esta manera, en la cosmovisión náhuatl se determinó que el cielo, el sol, el día y los trabajos agrícolas fueran vinculados a la masculinidad, mientras que la tierra, la luna, la noche, las estrellas, así como los oficios de hilandera y tejedora adquirieron un carácter netamente femenino. La imagen de un dios celeste arrojando lluvia y semen sobre la tierra fértil y sobre una diosa telúrica, seguramente Tlazoltéotl, ilustra esta concepción en forma harto elocuente.
La sexualidad estuvo siempre presente, tanto en las instancias divinas como en las humanas y en la interacción que se dio entre ambas esferas. Quetzalcóatl desciende al inframundo para obtener huesos de los imperfectos hombres creados con anterioridad por los dioses supremos, a fin de trasladarlos a uno de los cielos superiores, donde los muele y los mezcla con la sangre que obtiene punzando su pene, y crea la sustancia con que habrá de formar a los hombres que reúnen los atributos deseados.
Las representaciones de la primera pareja humana contemplan la realización del acto sexual con una lucidez prístina no exenta de sensualidad y de un aura divina. Los amantes aparecen en postura yacente y sus cuerpos están ocultos bajo una sola manta, pintada con los colores de la piedra preciosa, chalchihuite-jade o esmeralda, por encima de la cual cuelga un sartal de las mismas piedras, lo que indica, sin lugar a duda, que están celebrando el coito. También, entre los cuerpos, se yergue un chicauaztli, palo de sonajas, símbolo de la fecundidad. Asimismo, se muestra a la primera pareja humana junto a Xochiquetzal que, como veremos más adelante es, entre otras advocaciones, la diosa de las flores y del amor. Otra más, un tanto audaz y provocativa, muestra a los amantes frente a frente, rodeados por una manta primorosamente pintada, debajo de la cual se advierten sus piernas entrecruzadas. En medio de Uxumuco y Cipactónal está clavado un cuchillo de pedernal, con forma fálica, y a sus espaldas se levantan sendas cañas de flecha que quizá signifiquen unos palos sacadores de fuego que, al integrarse con el pedernal, simbolicen el fuego que se produce con él; todo el conjunto probablemente sea una notable representación de la unión sexual. En ocasiones, estas figuras están unidas por un río de sangre que brota de sus bocas, símbolo de las energías vitales que confluyen en el acto sexual.
Resulta evidente que la primera pareja humana, eslabonada íntimamente con las deidades, dedicaba sus ocios paradisiacos al dulce quehacer de la fornicación. Esta actividad amatoria debió de iniciarse, una vez vencidos los primeros rubores y asombros propios del conocimiento recíproco del cuerpo, de sus elongaciones y recovecos deliciosos, con alegría festiva, pues con la primera relación sexual entre seres humanos, Uxumuco y Cipactónal, fue engendrado Piltzintecuhtli.
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