Agradecimientos
Gracias a quienes han permitido el acceso a los preciosos documentos. Y, por tanto, a las fuentes que viven o trabajan en el Vaticano. Han arriesgado trabajo, afectos y vida para confiarme sus pequeños y grandes secretos: gracias.
Ante todo, gracias a «María» por el valor, la determinación y la contagiosa serenidad de lo justo. Gracias también a monseñor Renato Dardozzi, a sus ejecutores testamentarios: si su inmenso archivo no se hubiera hecho público con Vaticano, S. A., nunca habría tenido ocasión de recorrer esta nueva aventura.
Gracias a Massimo Prizzon por el corazón grande en las fotografías, gracias a Daniela Bernabò por el valor cuando hacía frío. Desde allá arriba ambos nos sonríen. Gracias a quienes me han ayudado a entender, como Gian Gaetano Bellavia, Giacomo Galeazzi, cuya generosidad es impagable, Francesco Messina, Paolo Rodari.
Gracias a Martina Maltagliati y Alessandro Chiappetta por las investigaciones. Gracias a quienes, oficiales de la guardia de finanzas, de los carabineros y de los servicios de seguridad, magistrados, cardenales y monseñores, diplomáticos, sherpas de las instituciones, han proporcionado formidables contribuciones sin poder ser indicados con sus nombres y apellidos por comprensibles motivos. A algunos de ellos, personas de bien y valientes, mi amistad.
Gracias a mi madre por sus pacientes traducciones, a mi suegra por los víveres, a mi suegro por el escritorio. Gracias a quien me aguanta y sobre todo gracias a la energía libre de mis hijos, a mi Valentina. Sin todos vosotros este libro no hubiera sido posible.
Gracias.
La alegre máquina de las ofrendas
La crisis de los óbolos y el depósito del papa
Estados Unidos, en el juego financiero de la Sagrada Iglesia Romana, representa un país estratégico, mientras que Italia y Alemania son el pulmón financiero del catolicismo en el mundo. Ciertamente, el asunto de la pedofilia ha incidido en las finanzas, con las indemnizaciones a las víctimas, pero también está generando un daño indirecto. El escándalo compromete la imagen de la Iglesia, repercutiendo, en consecuencia, sobre las ofrendas. Tomemos solo el óbolo de San Pedro, es decir, el conjunto de las ofrendas dirigidas al papa por los fieles de iglesias particulares, institutos de vida consagrada, sociedades de vida apostólica, fundaciones y personas: en 2010 alcanzaba «apenas» 67 millones de dólares, con una reducción del 20 por ciento respecto de los 82,5 millones de 2009, alejándose así aún más del récord de los cien, alcanzado en 2006. Una reducción significativa que encuentra interpretaciones diversas. Quien quita hierro es el portavoz vaticano, padre Federico Lombardi: «Sobre la disminución de 2010 —explica en julio de 2011, con la difusión de los datos—, pesa en parte una caída general de las donaciones, relacionada con la fase de dificultad económica; pero también el hecho de que en 2009 hubo dos notables donaciones personales que no formaban parte de la normal evolución y que hicieron subir las entradas».
Sin lugar a dudas, la evolución de las finanzas es una de las mayores preocupaciones en el Vaticano. La alegre máquina de las ofrendas ya no tritura las entradas de otro tiempo, cuando durante todo el año se podía apostar por la generosidad de los fieles. Y sin dinero no se puede más que renunciar a la propia influencia. Hoy se olvidan de esta obsesión solo en la vigilia de las festividades consagradas cuando, como en un belén viviente, llegan a la plaza de San Pedro óbolos en dinero, sumas en metálico y generosos cheques de todo el mundo.
En Navidad y en Pascua hay una procesión. Frailes franciscanos con carpetas y sobres llenos de billetes, ejecutivos que traen candelabros de plata o considerables cheques, lobbistas, empresarios, acomodados aristócratas y periodistas. En torno al papa se anima la heterogénea humanidad de las ofrendas que ve precisamente en el pontífice la referencia principal, la figura catalizadora. Por lo demás, como enuncia la Ley fundamental introducida por Wojtyla, «el sumo pontífice, soberano del Estado Ciudad del Vaticano, tiene la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial». Es él quien decide. Además de ser el pastor del 17 por ciento de la población mundial, está a la cabeza de un reino sin fronteras que ve en la Santa Sede su corazón palpitante. A él se remiten 4500 obispos, 405 000 sacerdotes, 865 000 religiosos, hasta los diáconos permanentes, los laicos misioneros y más de dos millones de catequistas. Aparte, precisamente, de los fieles católicos. Hay quien ofrece por la alegría de dar, en sintonía con el espíritu cristiano. Quien confía en reconciliarse y arrancar un perdón. Quien una bendición. Y también hay quien abre la cartera por puro interés. Se gasta para acreditarse, para la renovación de un cargo o de una contratación. O incluso solo para obtener una audiencia o una fotografía.
El pontífice se prodiga en primera persona para garantizar un continuo flujo de dinero en las arcas. Sea con campañas que implican a todo el mundo católico, como la colecta en el Año Santo, el óbolo de San Pedro o la destinación de una parte simbólica de los impuestos, en Italia el 8 por mil. Sea con iniciativas personales y momentos privados. Todos los que llegan a las audiencias, aquellos pocos privilegiados que consiguen obtener el «billete besamanos», dejan su óbolo a cambio del besaanillo y de la foto de familia. En el billete está indicado el número de personas que pueden entrar y la fecha de la audiencia que se celebra el miércoles en el aula Pablo VI, en la plaza de San Pedro, o bien en el segundo piso del palacio apostólico. Todo reservado a los pocos y generosos elegidos que pueden disfrutar del encuentro con el papa de forma privada. Luego…, ¿cómo se dice? La voluntad.
Es difícil cumplir con las medias estadísticas porque se trata de datos que no se hacen públicos, como gran parte de los balances de los entes que contribuyen a las finanzas de la Iglesia. Pero en un solo día, según las indiscreciones recogidas y los documentos disponibles, se puede indicar que con las audiencias se logran recoger sumas de los 40 000 a los 150 000 euros.
Los colaboradores de Benedicto XVI se ocupan de llevar las cuentas. Las listas se elaboran en gran parte en ordenador con apostillas escritas a mano. A estos documentos contables se añaden los paquetes de billetes y cheques. Listos para ser llevados al IOR, a la cámara de seguridad de los cardenales, donde el pontífice cuenta con varios depósitos, delegados en monseñor Georg para pagos y cobros. Se trata del que generalmente es señalado como el «depósito del papa», un fondo personal y secreto en el que fluyen diversas sumas, de los beneficios del IOR al óbolo de San Pedro, aquel que el pontífice destina a la beneficencia.
Estamos en condiciones de ver el cuadro contable del 1 de abril de 2006: 50 000 euros cobrados, 41 680 en metálico, 6625 en cheques, el resto en divisas. Examinando luego la contabilidad de las ofrendas entre audiencias públicas, privadas y donaciones, se advierte cómo son precisamente los sacerdotes y las diócesis los que aportan el mayor número de óbolos en una cadena de la generosidad que desde la periferia sube hasta el corazón de San Pedro. En esos días, entre los benefactores encontramos a los frailes menores de la seráfica provincia de Umbría, la Obra diocesana de peregrinaciones de Lugano, el monasterio alemán Kloster Mallersdorf, el santuario Virgen de la Fuente y algunos sujetos como Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, y al entonces presidente del IOR Angelo Caloia con 5000 euros en metálico.
Cada óbolo esconde un personaje, una historia que merecería ser contada. Gracias a los papeles que están en nuestro poder, podemos reconstruir precisamente las donaciones de Caloia, dirigente representativo de las finanzas blancas milanesas, trasladado en 1989 del Mediocredito Central a la dirección del IOR, el instituto dejado por Marcinkus, a punto de ser arrestado por la quiebra del Banco Ambrosiano. Caloia será el último de los fidelísimos laicos elegidos por Wojtyla en dejar el Vaticano, tres años después de la «revolución gentil» iniciada por el papa alemán. En los primeros meses del nuevo pontificado, Caloia quizá aún espera una confirmación, después de veinte años pasados en la cúpula del instituto de crédito. Intenta hacer valer así su actividad bancaria. Divulga en la secretaría de Estado y en los sagrados palacios los resultados obtenidos por el IOR, capaz de recoger cinco mil millones de euros entre sus propios clientes. Y también muestra una particular generosidad. Deja pasar algunos días y el 23 de abril de 2006 manda otra robusta ofrenda. Esta vez es de 50 000 euros, según se lee en la afectuosa carta que dirige al papa: «adjunto 50 000 A cobrar/24-abril/2006». El tono elegido es particularmente obsequioso. Caloia define la suma como una «modesta señal». Da 50 000 euros: