Cartas Y Documentos Históricos De La Revolución Mexicana
De 1908 a 1919
Primer Volumen
ISBN: 9781090903143
EL PRESIDENTE DÍAZ
Héroe de las Américas
Por James Creelman
En este artículo notable, el prócer del Continente habla abiertamente al mundo a través del Pearson's Magazine. Por un arreglo previo el señor James Creelman fue recibido en el Castillo de Chapultepec y tuvo oportunidades extraordinarias de conversar con el presidente Díaz y obtener con gran precisión el dramático e impresionante contraste entre su severo, autocrático gobierno y su alentador tributo a la idea democrática. A través del señor Creelman el presidente anuncia su irrevocable decisión de retirarse del poder y predice un pacífico futuro para México bajo instituciones libres. Es esta la historia del hombre que ha construido una nación. El editor.
Desde la altura del Castillo de Chapultepec el presidente Díaz contempló la venerable capital de su país, extendida sobre una vasta planicie circundada por un anillo de montañas que se elevan magníficas. Y yo, que había viajado casi cuatro mil millas desde Nueva York para ver al guía y héroe del México moderno, al líder inescrutable en cuyas venas corre mezclada la sangre de los antiguos mixtecas y la de los conquistadores españoles, admiré la figura esbelta y erguida: el rostro imperioso, fuerte, marcial, pero sensitivo. Semblanza que está más allá de lo que se puede expresar con palabras.
Una frente alta, amplia, llega oblicuamente hasta el cabello blanco y rizado; sobre los ojos café oscuro de mirada sagaz que penetran en el alma, suavizados a veces por inexpresable bondad y lanzando, otras veces, rápidas miradas soslayadas, de reojo -ojos terribles, amenazadores, ya amables, ya poderosos, ya voluntariosos-, una nariz recta, ancha, fuerte y algo carnosa cuyas curvadas aletas se elevan y dilatan con la menor emoción. Grandes mandíbulas viriles que bajan de largas orejas finas, delgadas, pegadas al cráneo; la formidable barba, cuadrada y desafiante; la boca amplia y firme sombreada por el blanco bigote; el cuello corto y musculoso; los hombros anchos, el pecho profundo. Un porte tenso y rígido que proporciona una gran distinción a la personalidad, sugiriendo poder y dignidad. Así es Porfirio Díaz a los 78 años de edad, como yo lo vi hace unas cuantas semanas en el mismo lugar en donde, hace 40 años, se sostuvo con su ejército sitiador de la ciudad de México mientras el joven emperador Maximiliano era ejecutado en Querétaro -atrás de las azules montañas del norte- esperando con el ceño fruncido el emocionante final de la última intervención monárquica europea en las repúblicas de América.
Es ese algo, intenso y magnético en los ojos oscuros, abiertos, sin miedo, y el sentido de nervioso desafío en las sensitivas aletas de la nariz, lo que parece conectar al hombre con la inmensidad del paisaje como una fuerza elemental.
No hay figura en todo el mundo, ni más romántica ni más heroica, ni que más intensamente sea vigilada por amigos y enemigos de la democracia, que este soldado, hombre de estado, cuya aventurera juventud hace palidecer las páginas de Dumas y cuya mano de hierro ha convertido las masas guerreras, ignorantes, supersticiosas y empobrecidas de México, oprimidas por siglos de crueldad y avaricia española, en una fuerte, pacífica y equilibrada nación que paga sus deudas y progresa.
Ha gobernado la República Mexicana por 27 años con tal energía, que las elecciones se han convertido en meras formalidades: con toda facilidad podría haberse coronado.
Aún hoy, en la cumbre de su carrera este hombre asombroso prominente figura del hemisferio americano e indescifrable misterio para los estudiosos de los gobiernos humanos, anuncia que insistirá en retirarse de la presidencia al final de su presente periodo, de manera que podrá velar porque su sucesor quede pacíficamente establecido y que con su ayuda el pueblo de la República Mexicana pueda mostrar al mundo que ha entrado ya a la más completa y última fase en el uso de sus derechos y libertades, que la nación está superando la ignorancia y la pasión revolucionaria y que es capaz de cambiar y elegir presidente sin flaquear y sin guerras.
Es verdaderamente increíble salir de la congestionada Wall Street y sus ansias económicas y hallarse en el transcurso de la misma semana en las rocas de Chapultepec, rodeado de una belleza casi irreal en su grandiosidad, al lado de aquel a quien se considera que ha cambiado una república en una autocracia por la absoluta conjunción de carácter y valor, y oírlo hablar de la democracia como de la esperanza de salvación de la humanidad. Esto, en el momento en que el alma norteamericana teme y se estremece a la sola idea de tener un mismo presidente por tres periodos electorales consecutivos.
El presidente contempló la majestuosa escena, llena de luz, a los pies del antiguo castillo, y se retiró sonriendo. Rozó, al pasar, una cortina de flores escarlata y la enredadera de geranios rosa vivo, mientras se dirigía a lo largo de la terraza, al jardín interior, en donde una fuente brota entre palmas y flores, salpicando con agua de este manantial en el cual Moctezuma solía beber, bajo los recios cipreses que de antiguo yerguen sus ramas sobre la roca en que nos detuvimos.
"Es un error suponer que el futuro de la democracia en México ha sido puesto en peligro por la prolongada permanencia en el poder de un solo presidente -dijo en voz baja-. Puedo con toda sinceridad decir que el servicio no ha corrompido mis ideales políticos y que creo que la democracia es el único justo principio del gobierno, aun cuado llevarla al terreno de la práctica sea posible sólo en pueblos altamente desarrollados".
Calló un momento la recia figura, y los oscuros ojos contemplaron el gran valle en donde el Popo, cubierto de nieve, levanta su cono volcánico de cerca de 18,000 pies entre las nubes y junto a los blancos cráteres del Ixta; una tierra de volcanes muertos, los humanos y los geológicos.
"Puedo dejar la presidencia de México sin ningún remordimiento, pero lo que no puedo hacer, es dejar de servir a este país mientras viva" - añadió.
El sol daba con fuerza en la cara del presidente, pero sus ojos no se cerraron, resistiendo a la dura prueba. El paisaje verde, la ciudad humeante, el tumulto azul de las montañas, el tenue aire perfumado, parecían conmoverlo y sus mejillas se colorearon, mientras con las manos cruzadas atrás, mantenía la cabeza erguida. Las aletas de su nariz se ensanchaban.
"¿Sabe usted que en Estados Unidos tenemos graves problemas por la elección del mismo presidente por más de tres periodos?"
Sonrió, y después, con gravedad, sacudió la cabeza asintiendo mientras se mordía los labios. Es difícil describir el gesto de concentrado interés que repentinamente adquirió su fuerte fisonomía inteligente.
"Sí. Sí lo sé -repuso-. Es un sentimiento natural en los pueblos democráticos el que sus dirigentes deban ser cambiados. Estoy de acuerdo con este sentimiento."
Difícil era pensar que estaba yo escuchando al soldado que ha dirigido una república sin interrupción durante cinco lustros, con una autoridad personal que es desconocida para la mayoría de los reyes. Sin embargo, habló de un modo sencillo y convincente, como lo haría aquel cuyo lugar, alto y seguro, está más allá de la necesidad de ser hipócrita:
"Existe la certeza absoluta de que cuando un hombre ha ocupado por mucho tiempo un puesto destacado, empieza a verlo como suyo, y está bien que los pueblos libres se guarden de las tendencias perniciosas de la ambición individual."
Sin embargo, las teorías abstractas de la democracia y la efectiva aplicación práctica son a veces, por su propia naturaleza, diferentes. Esto es, cuando se busca más la substancia que la mera forma.
"No veo realmente una buena razón por la cual el presidente Roosevelt no deba ser reelegido si la mayoría del pueblo americano quiere que continúe en la presidencia. Creo que él ha pensado más en su país que en él mismo. Ha hecho, y sigue haciendo, una gran labor por los Estados Unidos; una labor que redundará, ya sea que se reelija o no, en que pase a la Historia como uno de los grandes presidentes. Veo los monopolios como un gran poder verdadero en los Estados Unidos, y el presidente Roosevelt ha tenido el patriotismo y el valor de desafiarlos. La humanidad entiende el significado de su actitud y su proyección en el futuro. Se yergue frente al mundo como un hombre cuyas victorias han sido victorias en el orden moral.
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