Feminismos
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Dirección y coordinación: Isabel Morant Deusa: Universitat de Valencia
La felicidad de Madame du Châtelet: vida y estilo del siglo XVIII
El discurso sobre la felicidad, de Mme. du Châtelet, ha sido objeto de felices conversaciones con las personas queridas. Por vuestra complicidad, la escritura de esta historia os era debida.
¿Qué es la felicidad?
Es la duración o la continuación de los placeres o de las formas de sentir agradables al hombre, de las que gusta y aprecia como favorables a su ser.
Barón D’Holbach, Éléments de la moral universelle ou Cathéchisme de la Nature, 1765.
Pope el inglés, un sabio tan ensalzado
en su moral, embellecido en el Parnaso,
dice que los bienes, los únicos bienes de la vida
son la paz, la holgura y la salud.
Se engaña ¿cómo?, ¿en el feliz reparto
de dones del cielo destinados a la existencia humana,
este triste inglés no cuenta el amor?
Pope es digno de compasión: no es ni feliz ni sabio.
Voltaire, Correspondance, febrero de 1736.
Prólogo
Confesaré que es tiránica.
Para hacerle la corte es necesario
hablarle de Metafísica,
cuando uno querría hablar de amor.
(Voltaire a J. F. Aldonce de Sade, agosto, 1733)
La correspondencia conocida de Mme. du Châtelet se inicia en 1733, cuando tiene veintisiete años y acaba de entrar en relación con Voltaire. Con él frecuenta amigos comunes, entre ellos el duque de Richelieu, gran señor perteneciente a la familia del Cardenal, y Pierre Louis Moreau de Maupertuis, físico y conocido miembro de la Real Academia de Ciencias. Los tres se relacionan con la marquesa: Voltaire y Maupertuis por la dedicación de ella a la filosofía y la física, el duque de Richelieu porque es hombre de su medio, con algún parentesco con la familia Châtelet. Con los dos últimos la marquesa mantendrá, en los años que siguen, una correspondencia asidua, hoy valiosa para nuestros propósitos de conocer a nuestra dama.
Pero no adelantaremos acontecimientos y, antes de adentrarnos en los materiales escritos de Mme. du Châtelet, hablaremos un poco de los orígenes familiares de esta mujer, nacida Gabrielle-Émilie le Tonelier de Breteuil, hija del barón de Breteuil y esposa del marqués Du Châtelet desde 1725.
Cuando tuvo lugar la boda ella tenía diecinueve años y él treinta. El matrimonio le dio el título, porque el marido era el hijo mayor y heredero de la casa Du Châtelet. El hijo heredó del padre el título de marqués, el oficio militar y una serie de tierras en el noroeste del país. La familia Châtelet no era rica; sin embargo, parece que el matrimonio fue ventajoso para Émilie, pues la elevaba en su posición social y la emparentaba con la nobleza de tradición militar. La familia del barón de Breteuil, su padre, contaba con antepasados en la magistratura y en las finanzas.
De su matrimonio, Mme. du Châtelet tuvo tres hijos: Gabrielle Pauline, nacida en 1726; Florent Louis, en 1727, y un tercero que moriría a los pocos meses, en 1734, como sabemos por la correspondencia de su madre.
Con los dos hijos que le sobreviven, uno de ellos varón, parece que la marquesa Du Châtelet haya dado por finalizados sus embarazos. De hecho, no volvería a tener ninguna maternidad en muchos años, hasta el inesperado y trágico parto que le costaría la vida, cuando ella sobrepasaba los cuarenta años.
La marquesa Du Châtelet vive en París y tiene una vida intensa; frecuenta los ambientes habituales entre las gentes de su clase, la ópera y el teatro, una o dos tertulias, cenas tardías, siempre con un grupo, pequeño y selecto, de amigos.
Sus recientes maternidades la retienen justo lo necesario para reponerse del parto y, cumplidas las necesidades, la vida exterior se reanuda según costumbre. Es sabido que las señoras de su medio social no tenían el hábito de atender personalmente las necesidades materiales de los niños pequeños. La atención diaria y cotidiana corría a cargo de nodrizas y preceptores. En todo caso, las madres se cuidaban de establecer y supervisar estos asuntos, no de realizarlos personalmente.
Los biógrafos de Mme. du Châtelet reconocen en su intensa vida social los rasgos de mundanidad que parecen propios de las mujeres de la clase alta. Repiten los murmullos de París, de la época en que Émilie du Châtelet, con poco más de veinte años, se labraba una «reputación» de imprudencia y de frivolidad, explotada por «amigos» y «conocidos» que gustaban de conocer y hacer circular los asuntos privados. Ella misma, en su correspondencia con el duque de Richelieu, se permitía hacer comentarios y maledicencias, lo que parece lógico porque aquellas gentes, bien educadas y aparentemente liberales, tenían sus códigos y medían la conducta de las personas en relación con ellos.
Nos parece que esta era una actitud, entre el consentimiento tácito y nunca confesado y la crítica en voz baja, que ponía de manifiesto las tensiones de una sociedad que se movía entre los discursos morales, más o menos estrictos, y las costumbres privadas reales de las gentes. En este sentido a las mujeres, sobre todo, se les pedía que fueran discretas.
En sociedad se pedía un dominio de las emociones y una frialdad que, ciertamente, la marquesa Du Châtelet no parecía tener; pasional o imprudente, hacía que se hablase de ella, de sus ligeras correrías, de sus amores incontenidos. Parecía ser el modelo femenino de la conducta libertina (Vaillot, 1974).
Era amiga de Richelieu, que había sido su amante. De él se escribieron unas apócrifas memorias, significativamente tituladas Vie privée du maréchal de Richelieu: Contenant ses amours et intrigues et tout ce qui a rapport au roles qu’a joué cet homme célebre pendant plus de quatre-vingts ans. Las memorias lo representan ambiguamente como héroe o villano sin principios, en cualquier caso acaparando todos los tópicos del libertinaje masculino y nobiliario. ¿Era ella el modelo femenino? René Vaillot, que ha escrito una documentada biografía de la marquesa, se hace eco de estas ideas y describe así al grupo íntimo de la marquesa: la duquesa de Saint Pierre, la marquesa Du Châtelet y, con ellas, su joven acompañante, el conde de Forcalquier, vivían juntos la vida de París. Formaban un extraño «trío de buenos vividores, un poco locos, que se encanallan en los pequeños albergues, conservando las nobles maneras». A este grupo se unirá Voltaire, añade.
Esta visión de las cosas quizás explique los versos de Voltaire en defensa de Émilie y contra las calumnias que le dirigen, de los que reproducimos un fragmento:
Escuchadme, respetable Émilie:
Sois bella; entonces la mitad
Del género humano será vuestro enemigo;
Poseéis un genio sublime:
Se os temerá; vuestra amistad
Sois confiada, y seréis traicionada.
Vuestra virtud, en su trayectoria sólida
Simple y sin pretensiones, nunca sacrificada
A nuestros devotos; temed la calumnia…
(A Mme. la marquise du Châtelet: Épitre XLI sur la calomnie, 1733)
El texto sigue hablando de los maledicentes, de los que no tienen nada que hacer y se aburren, de aquellos que, digan lo que digan, encuentran siempre alguien como ellos que los escucha.
El que entra en el mundo se expone a ello, el hombre público provoca pública envidia, los celos son la causa. Estos son los que:
Pican y persiguen esta graciosa abeja
Que les aporta, ¡Dios mío!, en exceso imprudente,