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TRANSLITERACIÓN Y DATACIÓN
La transliteración es una pesadilla en un libro que abarca un período tan largo, y la uniformidad es imposible, por lo que he intentado combinar autenticidad con claridad. La cuestión se complica según avanzan los siglos. La antigua Tesalónica (Thessalonik ē ,Θεσσαλoνίκη ) se convierte en la Salónica (Selânik) otomana y más tarde en la moderna Tesalónica (Thessaloniki,Θεσσαλoνίκη ), mientras que Epidamnos, Dirraquio, Durazzo y Durrës son todas la misma ciudad en Albania en épocas diferentes; he utilizado el nombre vigente en el período sobre el que estoy escribiendo. Los nombres hebreos, turcos y árabes suscitan problemas similares. A lo largo de la costa croata y montenegrina he preferido las formas eslavas, puesto que son las que ahora están en uso, así que, en general, utilizo Dubrovnik en lugar de Ragusa pero (al carecer de un gentilicio elegante para designar a sus pobladores) he utilizado «ragusanos» para designar a los habitantes de Dubrovnik.
Otra cuestión contenciosa es si utilizar las etiquetas cristianas para las fechas, a.C. y d.C. o bien los sustitutos modernos AEC (antes de la era común) y CE (era común), o, de hecho, (como solía recomendar Joseph Needham) los sencillo símbolos «—» y «+». Puesto que estas variantes producen exactamente las mismas fechas que a.C. y d.C., no estoy seguro de qué tipo de ventaja pueden aportar; los lectores que se sientan incómodos con antes de Cristo y después de Cristo son libres de decidir que las iniciales a.C. y d.C. hacen referencia a cualquier otra combinación de palabras, como por ejemplo «atrasando cronología» o «datación continua».
N. de la t.: con relación a los nombres griegos, en esta traducción castellana, hemos decidido utilizar la versión más frecuente y extendida en castellano de los nombres griegos. Así, Esquilo, Herodoto y Sófocles, y para la gran dinastía bizantina, Comneno, y no Komnenos ni Comnenus. El mismo criterio se ha aplicado para el resto de nombres y de topónimos, por ejemplo, Dirraquio en lugar de Dyrracchion o Dyrraquium que utiliza el autor en el original inglés.
PREFACIO
«Historia del Mediterráneo» puede significar muchas cosas. Este libro es una historia del mar Mediterráneo, más que una historia de los territorios que lo rodean; más concretamente, es una historia de los pueblos que cruzaron el mar y que vivieron cerca de sus costas, en sus puertos o en las islas. Mi tema es el proceso por el cual el Mediterráneo acabaría integrándose en grados diversos y variables en una única zona comercial, cultural, e incluso (durante la hegemonía romana) política, y cómo estos períodos de integración acabaron en algunos casos en una violenta desintegración a causa de la guerra o de las epidemias. He identificado cinco períodos diferentes: un primer Mediterráneo que se sumió en el caos después del año 1200 a.C., es decir, aproximadamente en la época en la que se dice que cayó Troya; un segundo Mediterráneo que sobrevivió hasta más a menos el año 500 d.C.; un tercer Mediterráneo que emergió lentamente y que sufrió después una gran crisis en la época de la peste negra (1347); un cuarto Mediterráneo que tuvo que enfrentarse a la creciente competencia del Atlántico, y al dominio de las potencias atlánticas, y que terminó en la época aproximada de la apertura del canal de Suez en 1896; y por último, un quinto Mediterráneo que se convertiría en el corredor de acceso al océano Índico, y que encontró una sorprendente nueva identidad en la segunda mitad del siglo XX .
Mi «Mediterráneo» es decididamente la superficie del propio mar, sus costas y sus islas, en especial las ciudades portuarias que fueron los principales puntos de partida y de llegada de aquellos que lo cruzaban, una definición más restringida que la del gran precursor de la historia mediterránea, Fernand Braudel, quien abarcaba, en algunas ocasiones lugares más allá del Mediterráneo; pero el Mediterráneo de Braudel, y el de la mayor parte de quienes han seguido sus pasos, era una masa de tierra que se extendía mucho más allá de la línea de la costa, y no solo una cuenca llena de agua, y sigue vigente la tendencia de definir el Mediterráneo con relación al cultivo de la aceituna o a las cuencas de los ríos que lo alimentan. Esta tendencia significa que uno debe examinar las sociedades tradicionales, a menudo sedentarias, de estas cuencas que producían los alimentos y las materias primas fundamentales del comercio transmediterráneo, lo que significa asimismo embarcar a los auténticos habitantes de secano que nunca se acercaron al mar. No podemos, por supuesto, hacer caso omiso de los territorios del interior, de los acontecimientos que tuvieron lugar en ellos, ni de los productos originarios de ellos o que los cruzaron, pero este libro se concentra en aquellos que se mojaron los pies en sus aguas y, mejor aún, en quienes viajaron a través de ellas, y que, en algunos casos, participaron directamente en el comercio entre las diferentes culturas, en los movimientos de ideas religiosas y otras, o, no menos significativo, en los conflictos navales por el control de las rutas marítimas.
En lo que no deja de ser un libro muy largo ha sido inevitable tomar decisiones difíciles sobre lo que debía o no ser incluido o excluido. Palabras que se utilizan menos de lo que deberían son «quizás», «posiblemente», «tal vez» y «probablemente»; muchas de las grandes afirmaciones sobre el Mediterráneo más antiguo podrían ser matizadas con estas palabras, aun a riesgo de generar una bruma de incertidumbres en el lector. Mi intención ha sido la de describir a la gente, los pueblos, los procesos y acontecimientos que han transformado todo o gran parte del Mediterráneo, en lugar de escribir una serie de microhistorias de sus límites, por muy interesante que esto pueda ser; por lo tanto, me he concentrado en lo que considero más importante a largo plazo, como por ejemplo la fundación de Cartago, el surgimiento de Dubrovnik, el impacto de los corsarios de Berbería o la construcción del canal de Suez. Las interacciones religiosas exigen espacio, y, como es natural, en este libro se dedica una gran atención a los conflictos entre cristianos y musulmanes, pero los judíos se merecen también que los observemos de cerca, debido a su destacado papel como mercaderes y comerciantes a principios de la Edad Media, y también a principios de la Edad Moderna. Una vez alcanzada la Antigüedad clásica, le he dado aproximadamente la misma cobertura a cada siglo, puesto que no deseaba escribir uno de esos libros en forma de pirámide en los que el autor se precipita a través de los antecedentes para llegar a la cómoda Edad Moderna en el menor tiempo posible; ahora bien, las fechas de los capítulos son muy aproximadas, y capítulos diferentes abordan a veces acontecimientos que ocurren al mismo tiempo en diferentes extremos del Mediterráneo.