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David Van Reybrouck - Congo - Una historia épica

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David Van Reybrouck Congo - Una historia épica

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Congo, un libro que se sale de todos los moldes, fue un éxito editorial y se tradujo a más de veinte lenguas pero nunca antes al castellano. Traza de manera magistral la trayectoria de una de las naciones más devastadas, adoptando un enfoque profundamente humano, con el fin de devolverle la historia de la nación a su pueblo. Van Reybrouck va más allá del relato del comercio de esclavos y del marfil, del colonialismo belga y de la inestable independencia, y nos ofrece la perspectiva íntima de los congoleses comunes atrapados en la turbulenta historia de su nación.

Congo recorre el país desde la prehistoria, los primeros cazadores de esclavos, el viaje de Stanley, enviado por Leopoldo II, hasta la descolonización, la llegada de Mobutu —seguido de Kabila— y la implantación de una importante comunidad china. Entrelazando con gran acierto las voces de todo un elenco de personajes —de dictadores y caudillos a niños soldado, ancianos, campesinos, comerciantes y artistas—, equilibradas con una investigación histórica tan meticulosa como ágilmente contada, construye un retrato multidimensional y vibrante que revela el papel crucial del Congo en la historia mundial.

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AGRADECIMIENTOS

La idea de este libro surgió una noche de noviembre de 2003 en el café Greenwich de Bruselas. En los años anteriores había escrito sobre mis numerosos viajes al África meridional, y estaba a punto de viajar por primera vez al Congo. Para prepararme había visitado varias librerías de Bruselas, pero sin encontrar el libro que andaba buscando. «Quizá tenga que escribirlo yo —pensé entonces—, puesto que por lo visto pertenezco al grupo de autores que se dedica a hacer libros que querría haber leído.» En aquel momento no podía ni imaginarme que aquella idea sería el germen de un proyecto que se prolongaría durante años y produciría innumerables encuentros inolvidables. Sin embargo, ya en una fase temprana decidí rodearme de algunas personas cuyo juicio valoro mucho: Geert Buelens, Jozef Deleu, Luc Huyse e Ivo Kuyl. Siguiendo la buena tradición centroafricana los llamaba «mis tíos»: podía recurrir a ellos cuando fuera necesario y me daban su confianza incluso cuando no la merecía. La idea de contar con su silenciosa participación fue para mí más importante de lo que ellos supieron.

Desde el principio tuve claro que este libro podía surgir con más facilidad si no estaba vinculado a una institución universitaria. Yo valoraba más la libertad del escritor que la seguridad de un puesto académico. Para la financiación decidí atenerme a la norma de Amnistía Internacional, a saber: no aceptar dinero que proceda directamente de gobiernos, pues solo así podía conservar mi independencia. Por ello fue una suerte recibir apoyo de cinco instituciones que trabajan con comisiones de evaluación autónomas y a menudo incluso anónimas. Agradezco sinceramente los recursos que me concedieron el Vlaams Fonds voor de Letteren (Fondo Flamenco de las Letras), el Nederlands Letterenfonds (Fondo Neerlandés de las Letras), la Fundación Pascal Decroos para el periodismo especializado, la Fundación para Proyectos de periodismo especializado y el Netherlands Institute for Advanced Study. En dos de mis diez visitas al Congo viajé con el equipo de prensa de una delegación ministerial belga. Durante mis estancias más largas, realicé vuelos nacionales en aviones de las fuerzas de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas. Aparte de ello no recibí dinero de ningún ministro, ni fui patrocinado por ninguna empresa ni pernocté en ninguna ONG. Al que quería invitarme, le decía socarronamente que lo haría por su cuenta y riesgo. La independencia es el bien más preciado, pero no significa que jugara al llanero solitario. Me nutrí a menudo de las ideas de muchas personas, sin ir más lejos de los innumerables informantes que he nombrado en los anteriores capítulos. Son el corazón palpitante de este libro. Con algunos de ellos incluso llegué a entablar amistad. Sin embargo, entre bastidores también hubo muchos otros que me ayudaron. Algunos eminentes conocedores del Congo fueron desde el principio especialmente generosos con su información. Lieve Joris me facilitó libros y contactos con una generosidad que ya no es propia de estos tiempos. Walter Zinzen, Filip De Boeck y Benoît Standaert constituyeron fuentes inagotables de erudición y amistad. Guy Poppe, Katelijne Hermans, Ine Roox, Peter Verlinden, Koen Vidal, Maarten Rabaey y John Vandaele estuvieron más que dispuestos a compartir conmigo sus criterios sobre el Congo. Diversas personas que sabían que estaba escribiendo este libro llamaron mi atención sobre interesantes fuentes documentales. Me refiero en especial a Colette Braeckman, Raf Custers, Roger Huisman, Piet Joostens, Luc Leysen, Alphonse Muambi, Sophie de Schaepdrijver, Mark Schaevers, Vincent Stuer, Margot Vanderstraeten, Pascal Verbeken, Paule Verbruggen y Honoré Vinck.

En Kinsasa fueron muy valiosas las conversaciones con Zizi Kabongo, Annie Matiti, Noël Mayamba, el cónsul Benoît Standaert, y Johan y Mieke Swinnen, el entonces embajador belga y su esposa. El chófer Didier Catu, el coronel Frank Werbrouck, el embajador Geoffroy de Liedekerke y el hermano Luc Vansina me ayudaron de diversas maneras a solucionar problemas logísticos. En Kisangani recibí la ayuda de Pionus Katuala, Faustin Linyekula y Virginie Dupray. En Bunia fue un privilegio conocer al periodista de radio Jean-Paul Basila. En Goma me ayudaron Sekombi Katondolo, Chrispin Mvano ya Bauma, Cléon Mufingizi y Carine Tchoma. En Bukavu fui huésped en casa de Adolphine Ngoy y su familia. En Lubumbashi hablé largo y tendido con Jules Bizimana, el padre Jo De Neckere y Paul Kaboba. En Ruanda pasé un tiempo con Gady Byabagabo. En Nkamba, la ciudad santa de los kimbanguistas, aprendí mucho con la joven periodista Tétys Danaé Samba. En Nsioni fue especial escuchar al doctor Jacques Courtejoie y a sus amigos Roger Zimuangu y Clément Nzungu. En Boma conocí al maravilloso archivero municipal Placide Munanga, que me habló de la historia de su ciudad. En Kikwit pasé horas charlando con el director de la escuela local Rufin Kibari Nsanga cuya mesa de trabajo estaba literalmente sepultada bajo pilas de libros y documentos. Tratar con él fue una fiesta. Sus conocimientos de historia eran asombrosos y solo se vieron superados por su curiosidad histórica y su radiante hospitalidad.

Durante la ofensiva de Nkunda en 2008 mantuve contactos apasionantes con William Elachi, Sylvie van den Wildenberg y Bernard Kalume en la Monuc. En China aprendí muchas cosas de las conversaciones con el cónsul belga Frank Felix, el representante económico flamenco Koen de Ridder, el periodista congoleño Jaffar Mulassa y los hombres y mujeres de negocios africanos Georges Ndjeka, Dadine Musitu y Lina Garcia Mendes.

Durante mis viajes conocí con regularidad a periodistas o investigadores con los que resultaba interesante hablar. Me refiero en concreto a Caty Clement, Samuel Turpin, Greg Mthembu-Salter, Kipulu Samba, Hery Mambo, Delphine Schrank y Kristien Geenen. Casi siempre viajé solo, pero fue genial compartir algunas veces el camino con viajeros perspicaces como Jan Goossens, Carl de Keyzer y Stephan Vanfleteren. En un vuelo de Kinsasa a Bukavu tuve ocasión de conocer a Kris Berwouts, el director de EurAc, la red europea de ONG activas en el África Central. Y aunque no hubiésemos vivido un aterrizaje forzoso en Bukavu, habríamos acabado siendo amigos; pero aquel día, cuando salimos los dos indemnes del avión y nos alejábamos de él a través de hierba alta, la lluvia torrencial y el barro rojo, comprendimos que habíamos tenido muchísima suerte y que a partir de entonces nos unía no solo el amor por el Congo sino también por la vida.


En la fase de escritura de este libro pude consultar regularmente a los historiadores Jean-Luc Vellut, Daniel Vangroenweghe, Zana Aziza Etambala, Guy Vanthemsche y Vincent Viaene, a los antropólogos Filip de Boeck, Peter Geschiere, Klaas de Jonge, David Garbin y Anne Mélice, a los historiadores del arte Roger Pierre Turine y Sabine Cornelis, a la arqueóloga Els Cornelissen, al economista Frans Buelens y a la cineasta Valérie Kanza. Walter y Alice Lumbeeck, y Frans y Marja Vleeschouwers, los amigos de mi padre durante los años sesenta, me ayudaron a comprender la perspectiva belga durante la secesión de Katanga, mientras que Michel y Edith Lechat y Jean Cordy fueron informantes excepcionales sobre la época colonial.

Muchas personas que nunca antes había visto se mostraron dispuestas a contestar mis mensajes de correo electrónico o mis llamadas de teléfono. El reverendo Martin M’Caw, Robert Lay, Julian Lock y Betty Layton me ayudaron con información sobre la primera generación de misioneros protestantes. Aldwin Roes, Fien Danniau, Nancy Hunt, Myriam Mertens, Bob White, Bodomo Adams y Bram Libotte me enviaron manuscritos inéditos; por su parte, Dominiek Dendooven, Didier Mumengi, Steven Spittaels y Didier Verbruggen me complacieron al facilitarme la información o los documentos específicos que buscaba. También Bogumil Jewsiewicki, Tom De Herdt, Stefaan Marysse y Erik Kennes solucionaron algunas de mis preguntas técnicas. Odette Kudjabo me contó por teléfono la historia de su abuelo que había combatido en la guerra de entre 1914 y 1918, Michel Drachoussoff me habló de su padre, que escribió un apasionante diario de guerra de entre 1940 y 1945, y Dorothée Longeni Katende me narró historias de su abuelo Disasi Makulo, al que por desgracia nunca conoció.

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