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Luce Irigaray - Yo, tú, nosotras

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Luce Irigaray Yo, tú, nosotras

Yo, tú, nosotras: resumen, descripción y anotación

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Una conocida voz del feminismo reflexiona en esta obra sobre la diferencia de sexos, desde la infelicidad que causa en las mujeres y en los hombres la apreciación injusta que la sociedad hace de los valores femeninos. El desequilibrio en los valores sexuales es analizado desde el deseo de procurar un equilibrio más justo para las mujeres, dado que éstas no podrán disfrutar de plenos derechos hasta que no se reconozca, ante la ley y la sociedad, la valía de ser mujeres y no únicamente madres.

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Luz

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Luce Irigaray Blaton Bélgica 3 de mayo de 1930 es una lingüista filósofa y - photo 1

Luce Irigaray (Blaton, Bélgica, 3 de mayo de 1930) es una lingüista, filósofa y psicoanalista feminista francesa de origen belga. Está considerada como una de las teóricas fundacionales del pensamiento del feminismo de la diferencia francés.

Su obra más conocida es Espéculo de la otra mujer, su tesis doctoral, publicada en 1974 con el título original de Spéculum de l’autre femme, obra que la llevó a una intensa disputa con el analista Jacques Lacan. Esta se enfoca en la exclusión de la mujer del lenguaje mismo y a partir de allí de los más diversos aspectos de la vida y la ciencia, incluida la teoría psicoanalítica.

​ Con sus planteos lacanianos rechaza la herencia emancipatoria e igualitarista por tratarse, a su juicio, de un puro discurso masculino. La alternativa pasa por una indagación simbólica que permita aflorar su «ser mujer».

Irigaray ha declarado su disgusto por hablar de la propia vida privada. A su parecer, la entrada en el mundo intelectual de la mujer ha sido una batalla fatigosamente vencida y por lo tanto cada referencia a hechos privados es un posible modo de desacreditar la voz femenina en este ambiente ya poco acogedor.

Como otras pensadoras francesas de la década de 1970, el lazo con el movimiento de las mujeres ha sido un punto de viraje en su recorrido. Muestra desde siempre mucho interés por las problemáticas relativas al lenguaje. Relee las categorías fundamentales del psicoanálisis y de la filosofía a partir de los temas del inconsciente femenino, el cuerpo femenino, el lazo de la mujer con la madre.

Reflexiona sobre la cuestión de la diferencia, el misterio del otro, la necesidad de un pensamiento femenino maduro y sabio. Trabaja el tema de la democracia. En los últimos años se ha comprometido en favorecer la apertura a las tradiciones orientales.

Feminismos

Consejo asesor:

Giulia Colaizzi: Universidad de Minnesota.

María Teresa Gallego: Universidad Autónoma de Madrid.

Isabel Martínez Benlloch: Universitat de Valencia.

Mercedes Roig: Instituto de la Mujer de Madrid.

Mary Nash: Universidad Central de Barcelona.

Verena Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona.

Amelia Valcárcel: Universidad de Oviedo.

Matilde Vázquez: Instituto de la Mujer de Madrid.

A manera de aviso
Iguales o diferentes

¿Qué mujer no ha leído El segundo sexo? ¿A qué mujer no ha estimulado su lectura? ¿A cuántas no convirtió, quizás, al feminismo? En efecto, Simone de Beauvoir fue una de las primeras mujeres de nuestro siglo en llamar de nuevo la atención sobre la magnitud de la explotación femenina, en animar a cada mujer que tuvo la fortuna de descubrir su libro a sentirse menos sola, más dispuesta a no dejarse someter o engañar.

¿Qué fue lo que hizo Simone de Beauvoir? Contar su vida apoyándose siempre en informaciones científicas. Nunca cesó de contarla con gran coraje; en todas sus etapas. Y así ayudó a muchas mujeres —¿y a muchos hombres?— a ser sexualmente más libres, presentándoles un modelo socio-cultural de vida, aceptable para su época; de vida de mujer, de profesora, de escritora y de miembro de una pareja. Y creo también que los ayudó a situarse con mayor objetividad en los diversos momentos que componen ese ciclo vital.

LA ÉPOCA DEL PSICOANÁLISIS

Por mi parte, aunque fui lectora de El segundo sexo, nunca estuve cerca de Simone de Beauvoir. ¿Por qué razón? ¿Por la distancia generacional? No solo, ella frecuentó a mujeres jóvenes. No, el problema no radicó ahí. Existen ciertas diferencias importantes entre nuestras posiciones que yo esperaba ver superadas en el plano de la amistad y de la asistencia recíproca. En realidad, no fue así. A mi envío de Speculum, que le mandé como quien se dirige a una hermana mayor, Simone de Beauvoir lio respondió jamás. Su actitud me entristeció; había buscado en ella una lectora atenta e inteligente, una hermana que me apoyara en las dificultades universitarias e institucionales que precisamente me causó aquel libro. Mas ¡ay!, mi esperanza se vio frustrada. El único gesto de Simone de Beauvoir consistió en pedirme datos sobre Le langage des déments cuando ella se dedicaba a escribir acerca de la vejez. No se cruzó entre nosotras una sola palabra que tuviera que ver con la liberación de las mujeres.

¿Cómo entender, una vez más, el mantenimiento de esta distancia entre dos mujeres que habrían podido, y debido, trabajar juntas? Dejando a un lado el hecho de que yo encontré en las instituciones universitarias los problemas que ya habían experimentado, por ejemplo, las feministas americanas, problemas siempre ajenos a Simone de Beauvoir y que, por tanto, ella nunca pudo comprender, existen ciertos motivos que explican sus reticencias. Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre se resistieron siempre al psicoanálisis. Yo poseo una formación analítica que es importante a la hora de reflexionar sobre la identidad sexual (incluso a pesar de las teorías y prácticas existentes). Tengo, además, una cultura filosófica en la que se asienta el psicoanálisis como una etapa en la comprensión del devenir de la conciencia y de la Historia, sobre todo en sus determinaciones sexuadas.

Ambas formaciones han conducido mi reflexión sobre la liberación femenina por derroteros distintos a los de la búsqueda de la igualdad entre los sexos. Ello no me ha impedido sumarme a las manifestaciones públicas por el logro de tal o cual derecho para las mujeres y promoverlas: el derecho a la contracepción, al aborto, a la asistencia jurídica en los casos de violencia pública o privada, a la libertad de expresión, etc.; manifestaciones que, por lo general, realizaban las feministas, aun cuando implicaban un derecho a la diferencia.

Ahora bien, para conducir tales luchas más allá de la mera reivindicación, para que desemboquen en el reconocimiento de derechos sexuados equivalentes (aunque forzosamente diferentes) ante la ley, hay que permitir a las mujeres —y también a las parejas— el acceso a una nueva identidad. Las mujeres no podrán disfrutar de esos derechos hasta que no reconozcan su valía en ser mujeres y no únicamente madres. Son siglos de valores socioculturales los que hay que revisar y transformar, empezando por las mujeres mismas.

¿MUJERES IGUALES O DIFERENTES?

Reclamar la igualdad, como mujeres, me parece la expresión equivocada de un objetivo real. Reclamar la igualdad implica un término de comparación. ¿A qué o a quién desean igualarse las mujeres? ¿A los hombres? ¿A un salario? ¿A un puesto público? ¿A qué modelo? ¿Por qué no a sí mismas?

Un análisis mínimamente riguroso de las pretensiones de igualdad las justifica en el plano de una crítica superficial de la cultura, pero desvela su naturaleza utópica como medio de liberación para las mujeres. Su explotación está basada en la diferencia sexual y solo por la diferencia sexual puede resolverse. Ciertas tendencias de nuestra época, ciertas feministas de nuestro tiempo, reivindican ruidosamente la neutralización del sexo. Neutralización que, de ser posible, significaría el fin de la especie humana. La especie está dividida en dos géneros que aseguran su producción y su reproducción. Querer suprimir la diferencia sexual implica el genocidio más radical de cuantas formas de destrucción ha conocido la Historia. Lo realmente importante, al contrario, es definir los valores de la pertenencia a un género que resulten aceptables para cada uno de los sexos. Lo indispensable es elaborar una cultura de lo sexual, aún inexistente, desde el respeto a los dos géneros. A causa de las distintas etapas históricas: ginecocráticas, matriarcales, patriarcales, falocráticas, nuestra cultura permanece vinculada a la generación, y no al género sexuado. Quiere ello decir que la mujer debe ser madre y el hombre padre dentro de la familia, pero que carecemos de valores positivos y éticos que permitan a los dos sexos de una misma generación formar una pareja humana creadora y no meramente procreadora. Uno de los principales obstáculos para la creación y el reconocimiento de tales valores es el dominio, más o menos velado, de modelos patriarcales y falocráticos en el conjunto de nuestra civilización desde hace ya siglos. Es de pura y simple justicia social reequilibrar el poder de un sexo sobre el otro, dando, o devolviendo, ciertos valores culturales a la sexualidad femenina. Tal necesidad es hoy más clara que en el momento de la redacción de

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