mi amigo, mi confidente, mi editor...
«El mayor pecado para la sociedad es la independencia de pensamiento».
«La esperanza es esa cosa con plumas que se posa en el alma y canta sin parar».
Prólogo
Quizá sea porque nací bajo el signo de Libra que las injusticias me han sacado de quicio desde que tengo uso de razón. Quizá sea porque nací mujer y hasta hace bien poco la nuestra era una existencia injusta. Quizá sean un conjunto de probabilidades las que me han llevado a hablar de mujeres y de pecados capitales.
Sean del color que sean, sean punibles en mayor o menor grado, casi todos han sido atribuidos a la mujer. ¿Acaso la responsable del pecado original y, por tanto, de nuestra mortalidad no fue una mujer llamada E VA ? Y la historia, la tradición, la literatura están llenas de evas pecadoras porque, desde los primeros tiempos, la mujer ha sido la señalada, la discriminada, la que ha vivido en inferioridad de sus posibilidades y con sobrecarga de pecados. Aunque en menor medida, todavía hoy llevamos ese chip tan difícil de extirpar que es el que hace que lo positivo sea propiedad exclusiva de los hombres, y lo negativo —la exigencia—, de las mujeres. Cuántas veces hemos escuchado tonterías asentadas socialmente como que a un hombre el carácter le da personalidad y a una mujer mala leche; ¿o qué decir de la promiscuidad? Virilidad para el hombre, zorrerío en la mujer. ¿Por qué la cana es bella en ellos y no en nosotras? Todos somos responsables y víctimas de una situación creada por nuestros ancestros y transmitida de generación en generación. Sigue siendo nuestra tarea equilibrar ambos polos manteniendo nuestras diferencias pero igualando nuestros derechos.
Este no es un libro que habla solo de mujeres, sino también de pecados... Los siete capitales están tan arraigados en nuestra memoria colectiva ancestral judeocristina que ya forman parte de nosotros. De vez en cuando salen al exterior para hacer de nuestras existencias un infierno o el paraíso jamás soñado. Desde que el papa Gregorio los afianzó y limitó en el siglo VI ha llovido mucho. Y esos mismos pecados capitales, incrustados en el interior de cada uno de nosotros, han recorrido caminos muy diferentes hasta obtener una vida propia más allá de lo pura mente religioso. Quizá alguno de ellos se haya convertido hoy en virtuoso más que en pecaminoso. Avaricia, soberbia, gula, lujuria, pereza, envidia, ira, siete vicios, considerados mortales, que alimentan la satisfacción del ego, se alejan de lo establecido y de lo que la moral cristiana considera correcto. Todos ellos me producen desde siempre una extraña fascinación. No acrecientan mis remordimientos ni corroen mi conciencia, sino que potencian mi parte más rebelde y transgresora.
Ha llegado la hora de unir con gusto mujer y pecado, y no sentir pesar ni arrepentimiento. Este libro, aunque sin intención expresa, podría resultar una especie de exorcismo colectivo contra los demonios de la culpa, un homenaje a todas las mujeres que se han sentido juzgadas, vilipendiadas, ninguneadas, sometidas por disfrutar, gozar, reír, soñar, alcanzar, amar, poseer, imponer, mandar, gus tar, triunfar..., incluso por pensar.
Hablarán de nosotras es un viaje interior, una trayectoria en línea recta hacia la libertad. Es una invitación al DISFRUTE en mayúsculas, a la provocación si esta nos permite ser quienes realmente somos. ¿Estamos libres de pecado? ¿Podrían ser la avaricia, la soberbia, la gula o la ira conceptos que definieran una vida ejemplar? Ellas, mis pecadoras virtuosas, Hillary Clinton, Madonna, Jackie Kennedy, Cleopatra, Virginia Woolf, Marilyn Monroe o Bette Davis, entre otras, son grandes mujeres de nuestra historia, pasada y reciente, que lucharon por vivir y ser libres. Intentaron llegar donde deseaban a pesar de ellas mismas y del mundo. Fueron tan imperfectas como peca doras, y al revisar y conocer sus vidas me he dado cuenta de la complejidad de la existencia. He comprendido que todas son unas supervivientes y que de sus pecados llegaron sus triunfos.
Sandra Barneda
I. A VARITIA
«No hay nadie peor que el avaro consigo mismo, y ese es el justo pago de su maldad».
E CLESIASTÉS
E l deseo con ansia llevado al límite de nuestro control conduce a la avaricia supina, desmedida y vilipendiada por la mayoría. Sin embargo, como el resto de los pecados, puede llegar a ser honroso, incluso admirado en su justa medida. Los siete pecados capitales viajan en nuestras vidas, confluyendo en más de una ocasión, provocando en nosotros una ceguera en el discernimiento, una falta de objetividad. ¿Acaso el envidioso no puede ver a aquel que posee como avaricioso? Lo mismo digo del perezoso... Y así con el resto de los siete.
La avaricia es conocida por todos como una inclinación o deseo desordenado de adquirir placeres o riquezas con el fin de atesorarlas. Se es codicioso cuando existe afán de materia, pero no necesariamente uno se apropia de ella. La codicia es solo un ejemplo de los vicios que alberga la avaricia: deslealtad, traición deliberada para el beneficio personal, robo y asalto con violencia, engaños, manipulación con el fin de obtener beneficios...
La sociedad actual nos imbuye en la avaricia, nos hace ser codiciosos de la materia. ¿Quién no se ha visto tentado de poseer, tener, acumular? Bastará como ejemplo echar un simple vistazo a nuestro armario. Contemplemos cuántas prendas de las que atesoramos serían prescindibles. ¿Cuántas camisetas, jerséis, faldas o pantalones están ahí almacenados, olvidados desde hace tiempo? Es simplemente el deseo de tener más y más. De tener por cantidad. ¿Cuántas veces se prefiere a la calidad?
¡Es mío! ¡Lo quiero! ¡Es mío! ¡Mío! ¡Mío! No hay freno ni límite que detenga el imperioso deseo de poseer.
La avaricia tiene de nuevo rostro de mujer, simbolizada por una silueta entrada en años, delgada, huesuda, de piel pálida y amoratada que se ocupa de contar dinero o que tiene uno de los bolsillos apretado con fuerza. El poder de la avaricia es de arrollador instinto animal, similar al de un lobo hambriento que solo hace bien cuando muere.
«Offende viva, e risana morta»
(«Hiere cuando vive y después de muerta cura»).
D ICHO I TALIANO
La vida de estas mujeres poderosas, miradas con recelo por la mayoría, podría resumirse como la historia de una ambición desmedida en acumular éxito, poder, dinero, amantes... Pocos conocen sus límites, ni siquiera si los tienen o los tendrán. Todas ellas son unas meritorias conseguidoras y por ello consideradas avariciosas. ¿Las convertirá su pecado capital en virtuosas? Aunque algunos crean en las fauces limitadoras del destino, todas ellas pudieron elegir sus caminos; construyeron unos y rechazaron otros.
Madonna, Hillary Clinton y Jackie Kennedy son mis elegidas, las avariciosas. Dos ex primeras damas de la Casa Blanca y la que ha sido durante décadas la mujer más poderosa de la industria musical. El trío podía haber sido otro, pero ellas, por distintos motivos, han despertado en mí desde siempre curiosidad y admiración. Jackie Kennedy, la elegancia vestida de misterio, conservada siempre en frío y de incuestionable codicia. Hillary, quien por su sueño de convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos ha hecho de su vida una carrera sin fin y una lucha sin cuartel en la que se ha dejado la piel y donde ha tropezado con decenas de piedras que cuestionaban su ética profesional. Madonna es en sí misma un pozo sin fondo, una reinvención continua, una marca que no deja de buscar nuevos productos de forma incansable. Ella fabrica avaricia y la convierte en espiritual, en un don divino para crear, para comunicar, para mostrar al mundo su poder.