INTRODUCCIÓN
El motivo que me ha impulsado a escribir este libro es múltiple, pero pienso que queda bien resumido por unas palabras del papa Francisco: “«Es necesario aprender a vivir la Santa Misa», dijo un día el beato Juan Pablo II en un seminario romano, a los jóvenes que le preguntaron por el recogimiento profundo con el que celebraba. ¡Aprender a vivir la Santa Misa! A esto nos ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación”.
Aprender a vivir la Santa Misa
Un primer punto que destacaría es la necesidad de aprender a vivir la Santa Misa. Por una parte, la realidad es que gran parte de los cristianos de nuestro tiempo se encuentran, de hecho, en un estado similar al de un catecúmeno y no siempre se toma en serio este dato. Por otra, la solución al problema no se alcanza banalizando la celebración ni transformándola en una clase de religión, sino por medio de una formación litúrgica y espiritual.
Al mismo tiempo, este proceso de formación no puede dejar de lado la situación actual: “en un mundo que ha cambiado, y cada vez más obsesionado con las cosas materiales, debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado, el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida”.
Un lugar privilegiado para “aprender” a Dios es la liturgia y, concretamente la Santa Misa. De hecho, como señala papa Francisco, “Cristo se revela como el verdadero protagonista de toda celebración, y «asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre eterno» (Sacrosanctum Concilium, n. 7). Esta acción, que tiene lugar por el poder del Espíritu Santo, posee una profunda fuerza creadora capaz de atraer a sí a todo hombre y, en cierto modo, a toda la creación”. Toda la Trinidad está presente y actúa en cada celebración.
La liturgia es pues una maravillosa acción divina que es fuente de adoración a Dios y transformación del hombre en Cristo por obra del Espíritu Santo. De ahí que la formación litúrgica deba ir encaminada no tanto a aprender y ensayar actividades exteriores, como a facilitar el acercamiento a la actio esencial, al poder transformador de Dios que, a través del acontecimiento litúrgico, quiere convertirnos a nosotros y al mundo. Como proponía Benedicto XVI: “Todos debemos colaborar para celebrar cada vez más profundamente la Eucaristía: no sólo como rito, sino también como proceso existencial que me afecta en lo más íntimo, más que cualquier otra cosa, y me cambia, me transforma. Y, transformándome, también da inicio a la transformación del mundo que el Señor desea y para la cual quiere que seamos sus instrumentos”.
Efectivamente, “con Cristo ha comenzado un nuevo modo de venerar a Dios, un nuevo culto. Este consiste principalmente en que el hombre vivo se convierte él mismo en adoración, en "sacrificio" incluso en su propio cuerpo. Ya no ofrecemos a Dios cosas; es nuestra misma existencia la que debe transformarse en alabanza de Dios”. Esta logike latreia (cf. Rom 12, 1), este culto espiritual agradable a Dios, lo aprendemos en la liturgia y lo prolongamos poniéndolo en práctica en nuestra vida cotidiana.
En palabras de papa Francisco, “celebrar el verdadero culto espiritual quiere decir entregarse a sí mismo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Rom 12, 1). Una liturgia que estuviera separada del culto espiritual correría el riesgo de vaciarse, de perder su originalidad cristiana y caer en un sentido sagrado genérico, casi mágico, y en un esteticismo vacío. Al ser acción de Cristo, la liturgia impulsa desde dentro a revestirse de los mismos sentimientos de Cristo, y en este dinamismo toda la realidad se transfigura”.
Así pues, se trata de aprender a vivir la santa Misa, de modo que adquiramos, nos revistamos de los sentimientos de Cristo (cf. Flp 2, 5). Y esto se lleva a cabo no de modo inexplicable o mágico, sino por medio de las palabras y los gestos de la celebración misma que son “expresión madurada a lo largo de los siglos de los sentimientos de Cristo y nos enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón”.
En este sentido se entiende que el Concilio Vaticano II recordase que, para asegurar la plena eficacia adorante y transformadora de la liturgia, “es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano”.
Este libro pretende ser una ayuda para que los fieles –laicos, religiosos y sacerdotes– puedan recorrer este camino de identificación con Cristo, que pasa por la escuela de la Santa Misa y más en concreto por el “aprendizaje” vital de las palabras y los gestos de la celebración. Para conseguirlo hemos procurado partir de la liturgia misma, y es la liturgia la que configura el contenido y las fuentes de este trabajo.
¿Cuál es el camino que vamos a recorrer? Después de un capítulo introductivo sobre el valor conformativo de la Santa Misa, es decir, cómo la celebración eucarística configura a Cristo, siguen otros seis en los que se trata de la Misa, no de un modo discursivo, sino “mistagógico”, desde los ritos. A la hora de escribir esas páginas, he tenido presentes unas sugerentes palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Permitidme que os recuerde lo que en tantas ocasiones habéis observado: el desarrollo de las ceremonias litúrgicas. Siguiéndolas paso a paso, es muy posible que el Señor haga descubrir a cada uno de nosotros en qué debe mejorar, qué vicios ha de extirpar, cómo ha de ser nuestro trato fraterno con todos los hombres”. Las palabras y los gestos de la celebración, vividos con fe y amor, son motivo de examen sobre nuestra configuración con Cristo, sobre nuestro amor a Dios y a los demás en Él.
Las fuentes de este trabajo son principalmente de tres tipos. En primer lugar, el lugar privilegiado desde el que hemos partido, es el libro litúrgico mismo, el Misal Romano, y más en concreto, las riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa: “textos que contienen riquezas que custodian y expresan la fe, así como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de historia”.
Las otras dos fuentes de las que beben estas páginas han sido el riquísimo magisterio reciente y los estudios recientes o clásicos de diversos autores que, desde un planteamiento litúrgico, histórico o pastoral se acercan a la celebración eucarística.
Adoración
Junto a la necesidad de aprender a vivir la Santa Misa destacaría, de las palabras del papa Francisco con las que abríamos esta introducción, otras dos ideas directamente relacionadas: Para vivir la celebración eucarística, decía el Santo Padre, “nos ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación”.
El primer punto es claro, pues “en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia”.
A lo largo de las páginas de este libro trataremos de sugerir pistas que faciliten recuperar el “primado” de Dios en la celebración eucarística. Este era un objetivo fundamental del Concilio Vaticano II y lo sigue siendo ahora. También en la liturgia, Dios debe ocupar el primer lugar y no se puede dar por descontado. San Juan Pablo II recordaba a los veinticinco años de la Sacrosanctum Concilium: “Nada de lo que hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental”.
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