P. Rafael Fernández de A.
© 2005, EDITORIAL PATRIS S.A.
Ilustración Portada: Giovan Pietro Birago, Iluminación. 1490
Diseño e Imágenes: Margarita Navarrete M.
H ace falta, en concreto, fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse. A este respecto, las normas recuerdan –y yo mismo lo he recordado recientemente– el relieve que se debe dar a los momentos de silencio, tanto en la celebración como en la adoración eucarística. En una palabra, es necesario que la manera de tratar la eucaristía por parte de los ministros y de los fieles exprese el máximo respeto. La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón. “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor¡” (Sal 33 [34],9).(Juan Pablo II, Mane Nobiscum, 18)
1. La comprensión de la eucaristía
C uando asistimos a misa, nos encontramos con una abundancia de gestos y ritos. El sacerdote usa una vestimenta especial, a veces de un color y en otras de otro. Eleva los brazos para rezar. Él y los fieles, en ciertos momentos, se dan golpes en el pecho, se inclinan, se ponen de rodillas, se persignan. En la celebración de la misa se usan expresiones que para muchos resultan extrañas o misteriosas. ¿Qué significa, por ejemplo, que el sacerdote presente el pan consagrado y diga “éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”? ¿Qué se quiere decir con ese apelativo? ¿Por qué se usa el pan y el vino en la celebración? ¿Por qué las flores y los cirios sobre el altar? ¿Por qué el sacerdote se inclina y besa el altar? ¿Qué significa que la santa misa sea un “sacrificio”?…
¿No es verdad que cuando acudimos a la celebración de la eucaristía a menudo escuchamos palabras e, incluso, repetimos gestos sin que nos involucremos interiormente en ellos? Simplemente repetimos oraciones y gestos en forma más o menos mecánica, sin que de hecho “pase algo” en nuestra alma.
Cuántas veces escuchamos decir que para los jóvenes (y los adultos) les resulta aburrida la misa. Muchos asisten a ella los domingos, más que para renovar su espíritu, por cumplir una obligación que la Iglesia impone a los fieles. Otros, poco a poco, van dejando la costumbre y no sienten que les haga falta participar en la misa.
¿Por qué se dan estas reacciones? Sin duda, se podrían aducir diversos motivos. Uno de ellos es la carencia de una catequesis adecuada. Si se tiene en cuenta que la eucaristía es la expresión cumbre de la espiritualidad cristiana, “el sacramento de nuestra fe”, participar de corazón en ella supone una fe viva. La eucaristía es una “escuela de fe”, pero antes que nada requiere adentrarse en los misterios de la fe.
Pero existe, además, otro motivo que suele hacer difícil la participación y comprensión de la santa misa. Se trata de la falta de sentido y poca familiaridad con los gestos y símbolos del lenguaje litúrgico.
En gran medida somos deudores de una religiosidad poco amiga de las expresiones sensibles. Nuestra cultura católica ha acentuado, en la transmisión de la fe casi en forma unilateral, las ideas, los conceptos, las definiciones, la expresión verbal e ideológica, por sobre la expresión a través de símbolos o gestos sensibles. Podemos leer o recitar de memoria oraciones, pero poco sabemos rezar con el cuerpo; nos avergonzamos de levantar las manos cuando se reza el Padrenuestro; no damos mayor importancia a esa genuflexión ante el tabernáculo cuando entramos a una iglesia de modo que resulta un gesto desarticulado sin mayor sentido.
En cierta forma, el hombre actual ha superado el racionalismo del cual los cristianos solemos ser deudores (vivimos en una “civilización de la imagen”): no usamos incienso, pero en los recitales de rock abundan el humo y los ritos. Los grandes acontecimientos, una olimpiada, por ejemplo, están precedidos de gestos, ritos, imágenes y símbolos. Las empresas, la publicidad, los partidos políticos, el marketing, etc. recurren a todo tipo de imágenes, gestos y símbolos. El yoga, la meditación trascendental, y muchas formas de religiosidad que han surgido en los últimos decenios, cuentan igualmente con una rica simbología.
La eucaristía no es un libro de teología. No acudimos a misa para escuchar o recitar un texto de carácter religioso. La celebración de la cena del Señor es una acción ritual a través de la cual se da un encuentro entre Dios y el hombre: es un actuar pleno de gestos y signos de hondo significado. ¿Estamos familiarizados con ese lenguaje litúrgico?
La publicación del libro “Cómo vivir y comprender la Eucaristía” , de Editorial Patris, quiso salir al encuentro de carencias especialmente en el campo catequético y abrir el camino para una mejor comprensión de la santa misa. El presente libro, “Los Símbolos de la Eucaristía” , quisiera constituir una ayuda que facilite una vivencia más rica de la celebración eucarística, abordando ahora en forma más extensa el sentido de los gestos y de la simbología usados en ella.
Trataremos, por lo tanto, de adentrarnos en el mundo de la simbología para abrir paso a una comprensión más integral y a una vivencia más profunda de la cena del Señor, cumbre de la espiritualidad cristiana.
2. El lenguaje de los símbolos
Antes de abordar propiamente la simbología de la santa misa, es preciso observar primero más de cerca el papel que juega en nuestra experiencia la comunicación a través de los signos y gestos simbólicos. La gracia edifica sobre la naturaleza. Por eso, en nuestra exposición constantemente buscaremos las analogías que se dan en el orden natural (que surge de las manos de Dios que es Creador) y lo que se da en el orden sobrenatural (que surge de las manos de Dios que es Redentor). Esto nos permitirá apreciar con mayor profundidad lo que acontece en torno al altar.
Nos preguntamos por lo tanto qué importancia revisten la imagen y los signos sensibles en nuestra forma cotidiana de expresarnos, de relacionarnos y comunicarnos unos con otros.
Para entendernos nos valemos de un idioma. Si la persona con quien tratamos de comunicarnos habla una lengua que no conocemos, entonces, para darnos a entender, recurrimos a gestos. Con un gesto le decimos que somos amigos, que tenemos hambre, etc. De hecho, nos comunicamos mucho más a través de gestos que a través de palabras.
El lenguaje de los gestos no es sólo un recurso ante la incapacidad de comunicarse y entenderse por medio de las palabras. Muchas veces las palabras no logran expresar todo lo que quisiésemos decir. De allí que, a pesar de hablar un mismo idioma, recurramos a gestos, a imágenes y a símbolos para comunicarnos.