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978-958-8827-94-0 (e-book) Bogotá D. C., diciembre de 2015 Primera edición: © Ministerio de Cultura, Lázaro Valdelamar (2010)
© Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia (2015) Presentación: © Idelber Avelar Licencia Creative Commons:
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C omo si ya no nos mantuvieran cautivos el carácter pionero e innovador de su escritura, la fluidez con la que pasea por diferentes registros poéticos y la contundencia con la que construye la dicción lírica del boga, el poeta, dramaturgo, traductor, novelista y ensayista Candelario Obeso (1849-1884) también nos plantea este inmenso y complejo tema: la constitución de una voz negra —o bien una voz en devenir negro— al interior de los discursos letrados de la poesía romántica colombiana y latinoamericana. En Cantos populares de mi tierra se trata de una voz múltiple y la vez incompleta y precaria. En su escritura, de hecho, Obeso a menudo aludirá al proceso mismo de constitución de la voz negra en la literatura, que en aquel entonces tenía lugar en América Latina a través de figuras como Luiz Gama (1830-1882), el primer gran poeta negro brasileño, y Juan Francisco Manzano (1797-1854), cubano cuya autobiografía será momento crucial en la emergencia de una subjetividad jurídico-literaria negra. Los versos de Obeso a menudo tematizaron las condiciones de posibilidad, el proceso de emergencia y los obstáculos que encontraba esta voz. Embebido de los códigos tanto de la canción popular de lamento como de la poesía erudita romántica y clásica, traductor de Shakespeare pero también maestro en los versos populares hexasílabos («Cuento a mi ejposa»), octosílabos («Lucha y conquijta», «A mi morena») o en la alternancia entre octo y pentasílabos («Canción der boga ausente», «Canto rel montará», «Arió»), negro altivo y orgulloso pero amante derrotado y rendido, voz rebelde y desafiadora pero a la vez melancólica, Obeso representó la cumbre de la poesía afrolatinoamericana anterior a la vanguardia. Están en lo correcto, entonces, Javier Ortiz Cassiani y Lázaro Valdelamar Sarabia cuando señalan que Obeso fue el primer poeta realmente moderno de Colombia.
De hecho, fue también pionero en el incipiente proceso de profesionalización del escritor, que tuvo lugar en América Latina en las últimas décadas del siglo XIX , ya que estuvo entre los primeros que intentó vivir de la escritura, sin un cargo burocrático o estatal estable. Además de ello, Obeso fue el gran inventor de la voz del boga en la poesía, el responsable de la constitución poética de esta figura sin la mediación de la mirada externa del blanco viajero. Esta invención no es el menor de los méritos de la obra que ahora presentamos al lector colombiano. Candelario Obeso nació en 1849 en Mompox, y allí permaneció hasta que no quedaran puertas escolares abiertas para un hombre negro. La experiencia de las culturas ribereñas lo marcaría profundamente, así como las posteriores agruras, características de la inserción de un hombre negro en los círculos letrados de la Colombia posterior a la Constitución liberal de 1863. En 1866, a los diecisiete años de edad, Obeso llegó a la capital e ingresó a la Facultad de Ingeniería en la Universidad Nacional y a la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas —donde no concluyó el curso de Derecho—.
De allí pasó a una vida de peregrinajes, desengaños amorosos y hazañas militares, hasta el trágico e intempestivo suicidio. Emblema del poeta romántico en desajuste, en conflicto con el mundo, en dificultades económicas y desilusionado en el amor, Obeso sintetizó en su poesía, drama y prosa las tres grandes vertientes del romanticismo: la identitaria, chateaubriand-rousseaniana, marcada por la interrogación acerca de íconos étnicos, regionales o nacionales; la individualista, byroniana, caracterizada por el spleen amoroso; y la romántica social inspirada en el sentimentalismo solidario de Victor Hugo. Observador minucioso de la poeticidad de las poblaciones de la ribera del Magdalena, Obeso recrea, transcrea ese habla en un discurso poético notable por su rigor y conciencia de los códigos de género. Todos los dieciséis poemas de Cantos populares de mi tierra, «uno de los más originales poemarios del siglo XIX », mimetizan e transforman gráficamente registros sonoros de las orillas del Magdalena. En catorce de estos poemas, las dedicatorias atestiguan la negociación de Obeso de su entrada al campo intelectual. Nótese aquí la compleja posición del poeta, dedicando sus versos a autoridades gramáticas del país, mientras desarrollaba un modelo de la captación de la oralidad en clara tensión con la pureza filológica privilegiada por esas autoridades intelectuales.
A pesar de su brevedad, Cantos populares de mi tierra incluye una pluralidad notable de motivos: «… la evocación nostálgica del origen, la poesía romántica sentimental y el registro personalizado de la política racial, regional y nacional colombianas de su época» son tres de los más constantes. La voz lírica alterna la altivez y el orgullo con la desolación y la autoconmiseración, aquellos reservados para el hombre blanco opresor y la sociedad representada por él, estas en general dirigidas a la mujer desdeñosa e inalcanzable. Hay en Obeso no sólo una política racial sino también una política de género en la que la mujer a menudo aparece, en típica clave romántica, como una esfinge indescifrable. Los octosílabos de «Parábola» son ejemplares en este sentido: La mujere y la foctuna Jace roj año que leo En er libro e la natura Gorviendo la noche ría, Pa sacá.... cosa ninguna Pocque ar tar mojtro lo engüerve Una pollera muy ejcura. Como señaló Laurence E.