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Bogotá D. C., diciembre de 2017
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R ELATAR UN VIAJE ES POR SÍ misma toda una aventura intelectual, no sólo para el escritor que recuerda y crea, sino también para el lector viajero que descifra y al tiempo evoca sensaciones ajenas; pequeñas e interesantes paradojas permitidas gracias a la literatura. Los libros de viaje, mediante descripciones geográficas, itinerarios y promesas de seguir adelante, tienen tal capacidad de sugestión que hacen de sus lectores navegantes expertos, peregrinos sin pausa o temerarios exploradores. Cada lector construye su propio recorrido, porque cada paso —sugerido por el escritor— se convierte en una emoción, una sensación o una aspiración muy propia, surgida de nuestros viajes pasados como lectores de otros volúmenes o como visitantes de otras regiones. Así, un relato de viaje, como el que ahora usted arriesga emprender, más que información, datos o conocimientos, lo que muy probablemente le dejará son experiencias, vivencias que (aunque en un principio fueron construidas por otros), terminarán siendo suyas cuando cobren significación a través de sus propias emociones y sentimientos.
Este libro es el relato de un periplo de cuatro años y medio. El viajero no fue un explorador avezado, ni un peregrino o experto itinerante. Fue un joven de veintitrés años, educado en teología, historia y filosofía en la Universidad de Berna, más acostumbrado a pasar largas jornadas entre libros y papeles que en trenes y vapores trasatlánticos. Su historia es una parte de nuestra historia como colombianos, aunque él haya emprendido y terminado este viaje en su natal Suiza. Ernst Röthlisberger Schneeberger, es el narrador de uno de los relatos que tal vez mejor describen la Colombia de finales del siglo XIX : El Dorado. Estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana.
Alrededor de ese relato hay innumerables historias: la historia de su autor que lo lleva a escribirlo; la historia narrada paso a paso por el joven suizo en sus páginas; la historia del libro, de sus ediciones y de sus incontables lectores. Sólo quiero esbozar un par de ellas y dejar que el lector se acerque por su propia cuenta a la más rica y delirante, aquella que se plasma en las páginas de El Dorado.
El profesor Ernst Röthlisberger nació en Burgdorf, Suiza, el 20 de noviembre de 1858, año en el que por nuestras tierras nació Tomás Carrasquilla, quien noveló la historia social de un pueblo antioqueño, Yolombó; un pueblo que pudo ser cualquier pueblo colombiano por esa época. Röthlisberger fue uno de los cuatro hijos de Johann Röthlisberger Bachmann, una especie de abogado que estaba habilitado para resolver conflictos privados en su ciudad. Ernst fue un inquieto joven que estudió lenguas y teología en París, para luego completar sus estudios en la Universidad de Berna, Suiza, tomando cursos de filosofía e historia.
En 1881, uno de sus profesores en la Universidad, el doctor Basilius Hidber, le comentó que el Gobierno suizo estaba convocando a un académico para que viajara a un país suramericano con el fin de encargarse, por cuatro años, de tres cátedras en la universidad. La solicitud originalmente fue hecha por el ministro plenipotenciario de Colombia ante las cortes de España e Inglaterra, Carlos Holguín Mallarino, al Consejo Federal de Suiza. La recomendación de Hidber bastó para que el joven Röthlisberger fuera encargado de las cátedras de Filosofía, Historia e Historia del Derecho en la Universidad Nacional en Bogotá.
No sabemos qué tan difícil fue tomar aquella decisión, la de embarcarse en un viaje hacia tierras lejanas, pero sobre todo muy desconocidas. Seguramente lo impulsaban más la curiosidad y un espíritu de aventura y conocimiento. A sus veintitrés años asumía una gran responsabilidad, la de representar a su Gobierno ante una república joven que aún buscaba su estabilidad social en medio de profundos cambios políticos. Emil Ryser, uno de los compañeros de estudio de Röthlisberger y de los pocos que asistieron a su despedida, narrada por el mismo Röthlisberger en las primeras líneas de El Dorado, describió el riesgo y la incertidumbre que asumió el joven profesor de filosofía e historia con su viaje a tierras equinocciales: