Colofón
¡Q ue Alá prepare a los que ama y los acoja con palabras, actos, ciencia, inteligencia, luz y verdadera dirección!
¡Él todo lo puede y responde a toda plegaria con la respuesta justa!
¡No hay otro mundo o poder que el de Alá, el Altísimo, el Inconmensurable!
¡Que Él esté sobre la mejor de sus criaturas, sobre el Profeta y sobre todos los miembros de su familia!
Amén
Fin del «Tratado de la Unidad».
Introducción
E l «Tratado de la Unidad». (Risalatul-Ahadiyah) es un testimonio particularmente significativo del pensamiento sufí. Su autor, Muhiyuddin Ibn El-Arabi, llamado entre los árabes «el más grande de los maestros espirituales», nació en Murcia en el año 1164 (murió en Damasco en 1240), cuando hacía más de cuatrocientos años que gran parte de España era un país árabe. Entre sus sobrenombres figura el de «el Andaluz» y también el de «El vivificador de la Religión», significado de su nombre de pila, Muhiyuddin, y no cabe duda de que ha sido uno de los españoles más insignes y que han ejercido una influencia metafísico-religiosa más profunda en los ambientes islámicos y cristianos. Entre los árabes se dice que no ha habido poesía amorosa superior a la suya y ningún otro sufí ha impresionado tanto a los teólogos islámicos ortodoxos, merced al significado profundo de su obra.
Según se dice, la entrada de El-Arabi en el sufismo se debió a su padre, que estaba en contacto con Abdul-Quadir Jilani, el llamado Sultán de los Amigos (1077-1166). El padre de El-Arabi le procuró la mejor educación posible y así, siendo adolescente, fue a Lisboa, donde estudió leyes y teología islámica, y luego se trasladó a Sevilla, donde aprendió el Corán y las tradiciones con los mejores maestros de su época. En Córdoba asistió a las clases del gran jeque El-Sharrat y se distinguió en jurisprudencia. Durante todo este período dio muestras de una capacidad intelectual muy superior a la de sus compañeros y sus horas libres las pasaba casi exclusivamente con los sufíes. Pronto comenzó a escribir poesía y durante los treinta años que vivió después en Sevilla, una vez terminados sus estudios, cultivó la poesía y la elocuencia, llegando a ser considerado como la primera figura de aquel elevado centro cultural.
En ciertos aspectos El-Arabi se asemeja a El-Ghazali (1058-1111). Como él, procedía de una familia sufí y, como él, consiguió influir en el pensamiento occidental. Pero mientras Ghazali había dominado primero el escolasticismo islámico, para volverse más tarde hacia el sufismo, El-Arabi estuvo siempre en contacto con la escondida corriente sufí. Ghazali concilió el islamismo con el sufismo, haciendo comprender a muchos que esto último no era una herejía, sino un significado recóndito de la religión. Mas la misión de El-Arabi fue crear una verdadera literatura sufí y darla a conocer para que los que quisieran pudieran entrar en el espíritu del sufismo.
La obra más divulgada de El-Arabi es su colección de odas, poesía místico-amorosa, titulada El intérprete de los deseos, en la que muestra tan fértil imaginación que los sufíes la consideran como el producto de la más adelantada evolución de la conciencia humana. Pero lo curioso es que aquellas poesías encierran varios significados distintos. En realidad, El-Arabi parece tomar la medida del Cantar de los Cantares de la tradición hebrea y bajo la forma de un poema amoroso describe simbólicamente las bodas espirituales. Con ocasión de un viaje a Aleppo (Siria), donde fue acusado de ser un poeta erótico, el propio autor se encargó de revelar el múltiple sentido de la obra en un comentario a los poemas en el que describe el significado religioso de sus símbolos. Se advierte en ello cómo San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Fray Luis de León, entre otros, no están muy lejos de ser fieles seguidores del maestro El-Arabi. El profesor Nicholson ha traducido así uno de los poemas que escandalizaron a los devotos de Aleppo y que damos como ejemplo, aunque tal vez no sea de los más representativos.
Mi corazón es capaz de comprender cualquier forma:
monasterio para el monje, templo de ídolos,
prado de gacelas, el Ka’ba votivo,
las tablas de la Torá, el Corán.
El Amor es mi credo; dondequiera que vayan
sus camellos, él sigue siendo mi creador y mi fe.
Otro de los libros importantes de El-Arabi es el titulado Facetas de la Sabiduría, donde llevado de su simbolismo emite afirmaciones sorprendentes. Después de decir que Dios no puede ser visto ni como forma material ni inmaterial, afirma que «la visión de Dios en la mujer es la más perfecta de todas». Hay que explicar que los poemas de amor reflejan para el sufí una completa experiencia de la divinidad. Muchas palabras tienen multiplicidad de sentidos y no es difícil obtener de ellos duplicidad de significados.
El libro de mayores dimensiones de El-Arabi es el titulado Libro de las revelaciones de la Meca (Futuhat), escrito con ocasión de su viaje a la Meca y cuya edición árabe pasa de las cuatro mil páginas. El-Arabi dijo de él: «A pesar de su longitud y extensión no he agotado en él ni uno solo de los pensamientos o ideas acerca del método sufí». En el capítulo 148 desarrolla un pequeño y valioso tratado sobre la «Perspicacia fisiognómica y sus arcanos».
Hemos dicho que El-Arabi extendió su influencia hasta el orbe cristiano. Además de los místicos cristianos españoles posteriores, recibieron esta influencia hombres como Dante y como Raimundo Lulio. De Dante afirman los sufíes que «tomó la obra de El-Arabi y la cristalizó dentro de un marco de excelsa poesía». En cuanto a Lulio, tomó material de El-Arabi para explicar la importancia de ciertos ejercicios y experiencias de carácter místico.
Otro detalle interesante de la vida de El-Arabi se refiere a sus experiencias místicas. Trabajó bajo la dirección de la sufí española Fátima Walyya y experimentó, según dice, estados psíquicos muy importantes. En varias ocasiones se refiere a ellos en sus libros. Parte de sus trabajos fueron escritos en trance y su significado no se le reveló a él mismo con claridad hasta algún tiempo después. Cuando tenía treinta y siete años visitó Ceuta, donde se hallaba la escuela de Ibn Sabain, y allí tuvo una extraña visión o sueño en el que se le reveló su alto destino como difusor de la ciencia sufí. Solía caer en un arrobamiento, o éxtasis, durante el cual era capaz de lograr el contacto con la realidad suprema, la que describía con ejemplos basados en las formas del mundo visible. Sus enseñanzas se derivaban de estas experiencias internas.
El tratado denominado Tratado de la Unidad (Risalatul-Ahadiyah), que Abdul-Hadi ha traducido, no figuraba en las listas de obras de El-Arabi conocidas en Occidente. Por sus características puramente metafísicas no recuerda en nada a otros trabajos, motivo probable por el que su paternidad le ha sido negada por algunos autores, pues aquí prescinde de toda determinación simbólica para adentrarse en un entramado dialéctico ajustado a las más puras normas de la lógica. En realidad el Risalatul es un serio tratado del Ser, en el que El-Arabi se muestra como un decidido y agudo partidario del monismo metafísico. En este sentido su no-dualismo absoluto sólo tiene parangón, por la grandeza de su exposición, con el advaitismo vedántico de Shankara y resulta un documento excepcional por su singularidad expositiva en el ámbito del pensamiento, no sólo sufí, sino también islámico.
El motivo o hilo conductor del Risalatul, es un «adith», o dicho célebre del Profeta: «Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor», que sirve de pie para afirmar la identidad de aquello nombrado como «el Señor» y el sí-mismo real. El proceso dialéctico seguido es de primer orden y revela en su autor una inteligencia constructiva poco común. Pero a esta capacidad intelectual hay que sumar algo muy importante y es que tal claridad de expresión y tal seguridad en la exposición de un esquema místico, sin perderse en ningún momento en una afirmación descuidada de dualismo, denota al hombre que ha realizado la Unidad, pues sólo desde esa altura conquistada y vivida cotidianamente es posible discurrir sin error en tema donde es tan fácil deslizarse. Así, ante tanta grandiosidad como se desprende del