Santa Teresa de Jesús en una nueva versión
Primera edición: julio 2018
ISBN: 9788417483173
ISBN eBook: 9788417483814
© del texto:
María Luz Gómez
© de esta edición:
, 2018
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Prólogo
Es un increíble atrevimiento el mío escribir sobre nuestra gran santa de Ávila, Doctora de la Iglesia, habiéndose escrito tanto y bueno sobre ella por tan autorizadas plumas: el Padre Fray Jerónimo Gracián, que fue su Provincial y gran amigo; Ribera, Don Diego Yepes...Y posteriormente muchos más.
Y sobre todo: habiendo escrito ella misma «el libro de su vida», «las moradas o Castillo interior», «el libro de las fundaciones»...En fin, sus maravillosas Obras Completas.
Pero he pensado, que si bien todo ello es insuperable, por ser ella una persona de tan extraordinaria elevación espiritual mística, y expresarse en el lenguaje de su época (el siglo XVI), tal vez no estuviera «al alcance de todas las fortunas»; e intento con este sencillo librito, que algunas personas más puedan conocerla mejor, y disfrutar de su ejemplo y personalidad; que sin duda «arrastran», y acercan a Dios.
El Nacimiento y los primeros años de Teresa
Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila el veintiocho de Marzo del año 1.515, en una familia descendiente de judíos conversos, muy cristiana, hidalga y acomodada, aunque no rica.
Eran sus padres Don Alonso de Cepeda y Doña Beatriz de Ahumada. El había estado casado anteriormente con Doña Catalina del Peso, en cuyo matrimonio tuvo tres hijos: Juan, María, y Pedro, un tercero del que nada se sabe.
No mucho después de enviudar, casó en segundas nupcias con Doña Beatriz en el año 1.509, y tuvo con ella nueve hijos, de los que Teresa fue la tercera.
Los dos primeros fueron Hernando y Rodrigo; y los que siguieron a nuestra santa: Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín, y Juana.
Teresa tuvo una infancia feliz en un hogar cristiano; con unos padres muy piadosos que se querían entrañablemente, y adoraban a sus numerosos hijos; a los que educaban en el amor a Dios y al prójimo, empezando por darles ejemplo con sus muchas virtudes.
Desde muy chiquitos los enseñaban a ofrecer a Dios el día, y a pedirle perdón por las faltillas que hubieran cometido en él, antes de acostarse. Se bendecía la mesa y se daban gracias a Dios por los alimentos. Se rezaba el rosario en familia, y acudían juntos a Misa los Domingos y Festivos.
Además, Don Alonso tenía gran cantidad de escogidos libros devotos; y en cuanto sus hijos sabían leer, los acostumbraba a hacer un ratito de lectura espiritual. No es extraño que con este modo de vida, los niños fueran muy piadosos.
Teresa lo era particularmente; y era además una niña encantadora: bonita, inteligente, cariñosa, alegre, y amiga de complacer a todos, aunque le costase hacerlo. Era la favorita de su padre, aunque no se lo confesara ni a sí mismo; y quizá lo fuera de toda la familia.
Parece que en su infancia no asistió al colegio, sino que recibió sus clases en casa. Se le enseñó la cultura de la época, más las labores femeninas; y según cuenta la fama, en el bordado llegó a ser una auténtica artista.
Aunque a todos sus hermanos los quería mucho, con el que más unida estuvo sobre los siete años fue con Rodrigo, que contaba ocho. Comentaban entre ellos sus lecturas, admirando las vidas de los santos; e incluso les parecía que los mártires compraban muy barata la felicidad del cielo, que era «para siempre, siempre, siempre»…; y se complacían en repetir esto durante un buen rato. También estaban de acuerdo en que «si el amor no era para siempre, no podía llamarse amor». Se referían al decir esto, en primer lugar al amor a Dios, pero también al humano; pues, aparte del que veían en sus padres, su madre les contaba, resumidos y en forma de cuento, las grandes pasiones de los protagonistas de los libros de Caballería (las novelas de la época), que a ella le encantaba leer.
En su deseo de ser mártires, los niños llegaron a decidir irse a África para que los moros los descabezaran, y se escaparon de casa. Aunque la idea fue de Teresa, también entusiasmó a su hermano.
Pero antes de salir de Ávila, fueron vistos por uno de sus tíos; que se rió de la ocurrencia y los devolvió al hogar, donde fueron castigados por su escapatoria, aunque no con demasiada severidad.
Viendo que aquel deseo era irrealizable, pensaron en hacerse ermitaños; e intentaron construir en el jardín ermitas para retirarse a vivir en ellas, con piedrecillas que se les desmoronaban antes de que estuviesen concluidas.
Teresa quería muchísimo a sus padres. Pero por su madre sentía auténtica adoración. Tenían una forma de ser muy similar, y se entendían a las mil maravillas. Doña Beatriz era joven y bella, agradable y sencilla, simpática, inteligente, y muy virtuosa. Su único defecto (si puede considerarse así como lo consideró Teresa más adelante, acusándose de no haber imitado sus muchas virtudes y sí aquello) era la afición a la lectura de «libros de caballerías», como distracción de sus muchos trabajos.
En Teresa sí podía considerarse falta; porque en su adolescencia se apasionó tanto por su lectura, que se pasaba a menudo las noches medio en blanco; y si no tenía libro nuevo, se sentía fastidiada.
Tendría la niña unos trece años, cuando murió su madre a los treinta y tres. Su sufrimiento fue muy grande, y suplicó a la Virgen con muchas lágrimas que fuera desde entonces doblemente su Madre; y afirma estar segura de haber sido escuchada y complacida.
En la tierra le hizo de madre a partir de entonces, María, su hermana mayor.
Adolescencia y primera juventud
Se acusa Teresa en su adolescencia de graves pecados, que no son en realidad sino pequeñas faltas, muy naturales a esa edad. Como ya sabemos, Teresa era muy bonita. Tenía el cabello sedoso y abundante, de un color rubio oscuro. Su linda cara era expresiva, dulce y alegre. Su estatura regular, y su figura bien modelada y elegante. Era inteligente, comprensiva, sociable, cordial, y complaciente; muy amante de la libertad y del buen humor, y a todo el mundo simpatizaba.
Don Alonso tenía casa abierta, muchas amistades, y una gran familia muy unida que se visitaba con frecuencia. Teresa habla de una frívola pariente con la que hizo muchas migas, que para ella fue un mal ejemplo. La apartó de la piedad, y la atrajo a costumbres mundanas.
Dice que, como ya le ocurrió con su madre, en lugar de imitar las muchas virtudes de su hermana María que hacía sus veces, empezó a contagiarse de los defectos de aquella pariente. Se dejó llevar de la vanidad. Empezó a lucir muchas galas, y a cuidar en demasía sus tocados, su peinado, y sus bonitas manos. A usar perfumes.... En fin, según ella, presumía y abusaba, de los dones que Dios le había concedido. En lugar de servirle con ellos, le ofendía.
También coqueteaba, e inició una aventurilla amorosa con uno de sus primos (muchos tenía, y todos la querían y admiraban). Teresa era muy celosa de su honra; pero pensaba que la cosa no tenía mayor importancia, porque podría acabar en matrimonio, ¡y que mientras no se supiera! Sin meditar que Dios lo sabe todo, y que su opinión es la que realmente importa.
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