Título original: Edith Stein. La grande figlia d'Israele, della Chiesa,
del Carmelo, de Francesco Salvarani
Colección: Ayer y Hoy de la Historia
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ISBN: 978-84-9840-686-3
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PRÓLOGO
El Papa Juan Pablo II en 1999, junto a san Benito, san Cirilo y san Metodio, proclamó Patronos de Europa a tres figuras femeninas: santa Brígida, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz. Cada cual trabajó en épocas y lugares diferentes, pero todos con un único objetivo: la realización del mensaje salvífico de Cristo, que constituye el alma más íntima y la raíz más sólida de Europa.
Teresa Benedicta de la Cruz, nacida Edith Stein, es la más «joven» de esos santos patronos, por la cercanía a nosotros tanto de su tiempo vital como de su canonización, el 11 de octubre de 1998, cuando Juan Pablo II la definió como «la gran hija de Israel, de la Iglesia, del Carmelo».
El Papa polaco insistió con vigor en la necesidad de reconstruir la «gramática» de la convivencia civil, para volver a otorgar al hombre la centralidad en la vida social y política, que los acontecimientos del siglo XX suplantaron con ideologías e instrumentalizaciones contrarias a la libre expresión de la dignidad y sacralidad humana, en su especificidad masculina y femenina.
Fue justo Juan Pablo II, en el discurso ante la Asamblea General de la ONU en 1995, quien habló de «gramática» como elemento normativo para las relaciones humanas, que se fundamente en axiomas imprescindibles. Y en el discurso que pronunció en Berlín concretó tales axiomas en fórmulas sintéticas y apremiantes para la responsabilidad personal: «No hay libertad sin verdad. No hay libertad sin solidaridad. No hay libertad sin sacrificio».
Tales postulados se adecuan perfectamente a la figura de Edith Stein, a quien el mismo Juan Pablo II resaltó no solo como investigadora, sino como testigo de un camino arduo, pero imparable, hacia la verdad, que puso también de manifiesto en la solidaridad con la persona humana hasta el sacrificio de sí misma por la salvación de todos los hombres.
¿Qué relación liga a Edith Stein con santa Teresa Benedicta de la Cruz? O mejor, ¿cómo la filósofa de origen judío, ajena durante mucho tiempo a un credo religioso, llegó primero a la iluminación de la fe y, después, a la vocación al Carmelo, vivida con espíritu de total abandono en la voluntad de Dios?
La bibliografía sobre esta moderna figura de santa es amplísima y analiza tanto su producción filosófica como su experiencia vital. En ese contexto tan rico y variado de trabajos se inscribe la biografía de Francesco Salvarani, que ha estudiado con cariño, paciencia y profusión documental la actividad y la personalidad de Edith Stein, para narrarnos su vida con emocionante implicación.
Una biografía, pues, que sigue las etapas sobresalientes de la vida de Edith, entreverándolas de palabras de la propia protagonista, tomadas de su escrito De los recuerdos de una familia judía y de muchas cartas suyas.
De ese diario de recuerdos, esta biografía lleva a cabo una selección muy intencionada y una reubicación de episodios, a veces incluso marginales, pero siempre emblemáticamente significativos de las dotes de Edith: curiosidad intelectual, resolución a la hora de elegir, tenacidad en la persecución de objetivos, acompañadas de delicadeza de alma, una sensibilidad nada común, afecto y abnegación.
Surge de ahí la imagen de una mujer fuerte, animosa, a la par que rica en humanidad en sí y para los demás.
Impresas en la memoria del lector quedan la puntillosidad de la niña, a la que sus hermanas llaman «el libro de los siete sellos»; la seguridad de la estudiante, sinceramente interesada en conocer, pero a veces algo pedante; la fragilidad de la joven con sus crisis interiores; el tesón de la mujer al denunciar injusticias y defender derechos; el altruismo de la chica de la Cruz Roja; la competencia de la profesora; el silencioso tormento de la búsqueda de la verdad, la alegría purísima de la fe descubierta; el drama del sufrimiento por la madre; la laboriosidad en la clausura; la trágica dignidad de los días de prisión; el silencio de la «séptima morada» en un campo de concentración nazi.
El relato de los acontecimientos avanza con un tono escueto, esencial, sin artificios retóricos, porque los hechos mismos son los que transmiten emociones.
Sin embargo, en momentos de mayor intensidad, la expresión se vuelve más conmovida y partícipe, vibrante de sincera adhesión, al detenerse en los sentimientos más hondos y agudos de Edith.
Atestigua el carácter verídico de la narración biográfica la continua referencia al epistolario superviviente, a los escritos autobiográficos, a las obras filosóficas y religiosas de la protagonista: las numerosas citas se integran perfectamente en el discurso narrativo, convirtiéndose en la documentación y el comentario.
Biografía auténtica, pues, no novelada, esta de Francesco Salvarani.
Anna Maria Sciacca
Primera Parte
QUIÉN ERA EDITH STEIN
1. LA FAMILIA DE EDITH STEIN
Los padres de Edith provenían de Alta Silesia (Vida, p. 39). Ya a los «seis años», Augusta competía haciendo punto con su hermana Selma, un año menor que ella.
«Mi madre –cuenta Edith– tenía nueve años cuando conoció a mi padre» (Vida, p. 40). Fue un encuentro ocasional con la familia Courant por motivos de trabajo. Siegfried, que probablemente acompañara a su padre, no contaba más de diez años. Pero debió de quedar tan prendado de las cualidades de la jovencita y de su marcada desenvoltura, que se mantuvo «en contacto epistolar con sus hermanas» hasta que, pasados varios años, las alusiones al noviazgo con Augusta se hicieron cada vez más explícitas, con el grato consenso de ella y de ambas familias.
* * *
Aparte de las alusiones a las hondas convicciones religiosas del padre de Edith y a su dedicación al trabajo desde muy joven, nada sabemos de la formación de Siegfried y de las escuelas a las que asistió. Cabe suponer que nunca llegó a cursar el bachillerato superior, por cuanto en Gleiwitz no se impartía, y que tampoco descuidaría los cursos de hebreo, que mucho apreciaban las familias para las lecturas bíblicas y las liturgias en la sinagoga.
Tenemos, en cambio, bastantes más noticias acerca de la familia y la educación de Augusta, que Edith, la menor de sus hijos, se esmeró en registrar, transcribiendo cuanto había escuchado directamente a su madre.
Sabemos así que el padre de Augusta, Salomon Courant, nació en 1815 en Peiskretscham, en Alta Silesia, a donde su familia, de apellido francés, había llegado poco antes, probablemente oriunda de un pueblo de la frontera con Francia.
En Peiskretscham, Salomon emprendió el oficio de «jabonero» y fabricante de velas, y «durante uno de sus viajes» de negocios conoció a quien, en 1842, se convertiría en su esposa, la abuela de Edith, que vivía en Poznan, ciudad prusiana desde 1793. Prusianos eran, pues, los abuelos y bisabuelos de Edith, tanto paternos como maternos, y todos procedían de familias de estricta observancia judía: el abuelo de Augusta (Padre de la madre de esta), Joseph Burchard, ejerció durante muchos años de cantor y guía de la oración en la sinagoga y, cuando tuvo que dejar el cargo, «abrió una fábrica de producción de guata».
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