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Fray Luis de León - La perfecta casada

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Fray Luis de León La perfecta casada

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A Doña María Varela Osorio

Este nuevo estado en que Dios ha puesto a vuestra merced, sujetándola a las leyes del sancto matrimonio, aunque es como camino real, más abierto y menos trabajoso que otros, pero no carece de sus dificultades y malos pasos, y es camino adonde se tropieza también, y se peligra y yerra, y que tiene necesidad de guía como los demás; porque el servir al marido, y el gobernar la familia, y la crianza de los hijos, y la cuenta que juntamente con esto se debe al temor de Dios, y a la guarda y limpieza de la consciencia (todo lo cual pertenece al estado y oficio de la mujer casada), obras son que cada una por si pide mucho cuidado, y que todas ellas juntas no se pueden cumplir sin favor particular del cielo. En lo cual se engañan muchas mujeres, porque piensan que el casarse no es más que, dejando la casa del padre, y pasándose a la del marido, salir de servidumbre y venir a libertad y regalo; y piensan que, con parir un hijo de cuando en cuando, y con arrojarle luego de sí en los brazos de una ama, son tan cabales mujeres que ninguna las hace ventaja: como a la verdad, la condición de su estado y las obligaciones de su oficio sean muy diferentes. Y dado que el buen juicio de vuestra merced, y la inclinación a toda virtud, de que Dios la dotó, me aseguran para no temer que será como alguna destas que digo, todavía el entrañable amor que le tengo, y el deseo de su bien que arde en mí, me despiertan para que la provea de algún aviso y para que le busque y encienda alguna luz que, sin engaño ni error, alumbre y enderece sus pasos por todos los malos pasos deste camino y por todas las vueltas y rodeos dél. Y, como suelen los que han hecho alguna larga navegación, o los que han peregrinado por lugares extraños, que a sus amigos, los que quieren emprender la misma navegación y camino, antes que lo comiencen y antes que partan de sus casas, con diligencia y cuidado les dicen menudamente los lugares por donde han de pasar, y las cosas de que se han de guardar, y los aperciben de todo aquello que entienden les será necesario, así yo, en esta jornada que tiene vuestra merced comenzada, te enseñaré, no lo que me enseñó a mí la experiencia pasada, porque es ajena a mi profesión, sino lo que he aprendido en las Sagradas Letras, que es enseñanza del Espíritu Sancto. En las cuales, como en una tienda común y como en un mercado público y general para el uso y provecho general de todos los hombres, pone la piedad y sabiduría divina copiosamente todo aquello que es necesario y conviene a cada un estado, y señaladamente en este de las casadas se revee y desciende tanto a lo particular dél, que llega hasta, entrándose por sus casas, ponerles la aguja en la mano, y ceñirles la rueca, y menearles el huso entre los dedos. Porque, a la verdad, aunque el estado del matrimonio en grado y perfección es menor que el de los continentes o vírgenes, pero, por la necesidad que hay dél en el mundo para que se conserven los hombres, y para que salgan dellos los que nacen para ser hijos de Dios, y para honrar la tierra y alegrar el ciclo con gloria, fué siempre muy honrado y privilegiado por el Espíritu Sancto en las Letras Sagradas; porque de ellas sabemos que este estado es el primero y más antiguo de todos los estados, y sabemos que es vivienda, no inventada después que nuestra naturaleza se corrompió por el pecado y fué condenada a la muerte, sino ordenada luego en el principio, cuando estaban los hombres enteros y bienaventuradamente perfectos en el paraíso. Ellas mismas nos enseñan que Dios por su persona concertó el primer casamiento que hubo, y que les juntó las manos a los dos primeros casados, y los bendijo, y fué juntamente, como si dijéramos, el casamentero y el sacerdote. Allí vemos que la primera verdad que en ellas se escribe haber dicho Dios para nuestro enseñamiento, y la doctrina primera que salió de su boca, fué la aprobación deste ayuntamiento, diciendo: «No es bueno que el hombre esté solo». (Gén, 2).

Y no sólo en los libros del Viejo Testamento, adonde el ser estéril era maldición, sino también en los del Nuevo, en los cuales se aconseja y como apregona generalmente, y como a son de trompeta, la continencia y virginidad, al matrimonio le son hechos nuevos favores.

Cristo, nuestro bien, con ser la flor de la virginidad y amador sumo de la virginidad y limpieza, es convidado a unas bodas, y se halla presente a ellas, y come en ellas, y las santifica, no solamente con la majestad de su presencia, sino con uno de sus primeros y señalados milagros.

Él mismo, habiéndose enflaquecido la ley conyugal, y como aflojádose en cierta manera el estrecho ñudo del matrimonio, y habiendo dado entrada los hombres a muchas cosas ajenas y extrañas mucho de la limpieza, firmeza, y unidad que hay en él; así que, habiéndose hecho el tomar un hombre mujer poco más que recibir una moza de servicio a soldada por el tiempo que bien le estuviese, el mismo Cristo, entre las principales partes de su doctrina, y entre las cosas para cuyo remedio había sido enviado de su Padre, puso también el reparo de este vínculo sancto, y así le restituyó en el grado antiguo y primero. Y, lo que sobre todo es, hizo del casamiento, que tratan los hombres entre sí, significación y sacramento sanctísimo del lazo de amor con que Él se ayunta a las almas, y quiso que la ley matrimonial del hombre con la mujer fuese como retrato e imagen viva de la unidad dulcísima y estrechísima que hay entre Él y su Iglesia; y así ennobleció el matrimonio con riquísimos dones de su gracia y de otros bienes del cielo.

De arte que el estado de los casados es estado noble y sancto, y muy preciado de Dios, y ellos son avisados muy en particular y muy por menudo de lo que les conviene, en las Sagradas Letras por el Espíritu Sancto, el cual, por su infinita bondad, no se desdeña de poner los ojos en nuestras bajezas, ni tiene por vil o menuda ninguna cosa de las que hacen a nuestro provecho. Pues, entre otros muchos lugares de los divinos libros, que tratan desta razón, el lugar más proprio y adonde está como recapitulado o todo o lo más que a este negocio en particular pertenece, es el último capítulo de los Proverbios, adonde Dios, por boca de Salomón, rey y profeta suyo, y como debajo de la persona de una mujer, madre del mismo Salomón, cuyas palabras él pone y refiere, con gran hermosura de razones pinta acabadamente una virtuosa casada, con todas sus colores y partes para que, las que lo pretenden ser (y débenlo pretender todas las que se casan), se miren en ella como en un espejo clarísimo, y se avisen, mirándose allí, de aquello que les conviene para hacer lo que deben.

Y así, conforme a lo que suelen hacer los que saben de pintura y muestran algunas imágenes de excelente labor a los que no entienden tanto del arte, que les señalan los lejos y lo que está pintado como cercano, y les declaran las luces y las sombras, y la fuerza del escorzado, y con la destreza de las palabras hacen que lo que en la tabla parecía estar muerto, viva ya y casi bulla y se menee en los ojos de los que lo miran, ni más ni menos, mi oficio en esto que escribo, será presentar a vuestra merced esta imagen que he dicho labrada por Dios, y ponérsela delante la vista y señalarle con las palabras, como con el dedo, cuanto en mí fuere, sus hermosas figuras, con todas sus perfectiones, y hacerle que vea claro lo que con grandísimo artificio el saber y mano de Dios puso en ella encubierto.

Pero, antes que venga a esto, que es declarar las leyes y condiciones que tiene sobre si la casada por razón de su estado, será bien que entienda vuestra merced la estrecha obligación que tiene a emplearse en el cumplimiento dellas, aplicando a ellas toda su voluntad con ardiente deseo. Porque, como en cualquier otro negocio y oficio que se pretende, para salir bien con él, son necesarias dos cosas: la una, el saber lo que es, y las condiciones que tiene, y aquello en que principalmente consiste; y la otra, el tenerle verdadera afición; así, en esto que vamos agora tratando, primero que hablemos con el entendimiento y le descubramos lo que este oficio es, con todas sus cualidades y partes, convendrá que inclinemos y aficionemos la voluntad a que desee y ame el saberlas, y a que, sabidas, se quiera aplicar a ellas. En lo cual no pienso gastar muchas palabras, ni para con vuestra merced, que es de su natural inclinada a todo lo bueno, serán menester, porque, al que teme a Dios, aficionadamente para que desee y para que procure satisfacer a su estado, bástale saber que Dios se lo manda, y que lo proprio y particular que pide a cada uno es que responda a las obligaciones de su oficio, cumpliendo con el cargo y suerte que le ha cabido, y que, si en esto falta, aunque en otras cosas se adelante y señale, le ofende. Porque, como en la guerra el soldado que desampara su puesto no cumple con su capitán, aunque en otras cosas le sirva, y como en la comedia silban y burlan los miradores al que es malo en la persona que representa, aunque en la suya sea muy bueno, así los hombres que se descuidan de sus oficios, aunque en otras virtudes sean cuidadosos, no contentan a Dios. ¿Tendría vuestra merced por su cocinero y daríale su salario al que no supiese salar una olla, y tocase bien un discante? Pues así no quiere Dios en su casa al que no hace el oficio en que lo pone.

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