JESÚS MARCHAMALO (Madrid, 1960). En 1982 comenzó su carrera periodística en el diario Pueblo y en Radio 3, de Radio Nacional de España. Desde entonces ha colaborado de manera asidua en diversos diarios —Informaciones, Diario de Canarias, ABC Cultural— y revistas, como Muy interesante, Eñe, Leer, Cuadernos Hispanoamericanos o Revista de Occidente. Ha desarrollado su actividad profesional sobre todo en Radio Nacional de España y Televisión Española, donde ha trabajado fundamentalmente en el campo del guion, la dirección de programas y la creación de contenidos, y como presentador.
Ha obtenido los Premios Ícaro, Montecarlo y Nacional de Periodismo Miguel Delibes.
Es autor de más de una decena de libros; entre otros, La tienda de palabras, Tocar los libros, Las bibliotecas perdidas o Los reinos de papel. En Nórdica ha publicado, junto a Antonio Santos, Retrato de Baroja con abrigo; Kafka con sombrero; Pessoa, gafas y pajarita; El bolso de Blixen y Virginia Woolf, las olas. Y en 2017, el álbum Cortázar, ilustrado por Marc Torices, que fue elegido Mejor libro.
Para Luis Mateo D. y Lola F.
A Díez por su generosidad,
su amistad y sus cafés al sol.
Y a Ferreira, también.
Jesús Marchamalo, 2011
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Donde se guardan los libros es un recorrido por las bibliotecas de veinte reconocidos autores españoles contemporáneos: Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Jesús Ferrero, Clara Janés, Soledad Puértolas, Fernando Savater, Gustavo Martín Garzo, Clara Janés, Luis Mateo Díez, Antonio Gamoneda… Cada uno habla de cómo se relaciona con los libros, del orden y su ubicación en los estantes, de las lecturas que en su momento le fueron decisivas o de cómo su biblioteca se ha ido construyendo con el tiempo, a veces de manera no pensada y caprichosa. Su centenar de fotografías repara en rincones y detalles de estos autores: un universo, también autobiográfico, de adornos, figuritas, objetos o minúsculos exvotos que acaban desbaratando los estantes. Un libro imprescindible para los amantes de las bibliotecas.
Jesús Marchamalo
Donde se guardan los libros
Bibliotecas de escritores
ePub r1.0
Titivillus 15.10.2021
El hogar es donde se guardan los libros.
Capitán Sir Richard F. Burton
Vivir con libros
Siempre he tenido la manía, entre otras, de fijarme en las bibliotecas ajenas. Pararme ante los estantes, recorrer los lomos de los libros y reparar en las afinidades y diferencias con los propios.
Cada biblioteca se rige por una serie de códigos, unos usos ni siquiera conscientes, caprichosos la mayor parte de las veces, que acaban señalando al lector, y que hablan de sus afanes y rarezas.
Decía Marguerite Yourcenar que una de las mejores maneras de conocer a alguien es ver sus libros. Y creo que es verdad.
En el caso de los escritores se añade además la sospecha fundada de que sus bibliotecas esconden una parte del mapa del tesoro. De su manera de plantearse y entender la literatura.
A finales de 2007, comencé a publicar en el suplemento cultural del diario Abc la serie «Bibliotecas de autor». Un recorrido por las bibliotecas de algunos de los autores contemporáneos más relevantes, que hablaban no solo de sus libros sino de cómo están o no ordenados, la manera en que se han ido acumulando o perdiendo, y de las historias, buena parte de ellas fabulosas, que rodean a muchos de ellos.
Durante cerca de dos años se publicaron quince entregas con las bibliotecas de otros tantos autores a quienes se retrataba a través de sus libros.
Ya entonces me planteé recopilarlas con el convencimiento de que las bibliotecas encajaban misteriosamente unas en otras; se iban de algún modo complementando, y construyendo entre ellas un tapiz colorista de lecturas, autores y obras imprescindibles.
Así, a las bibliotecas que se publicaron originariamente —cuyo texto, en general, se ha respetado íntegro— se han añadido otras cinco que he ido realizando a lo largo de estos últimos meses, junto a un centenar de fotografías que reparan en rincones y pequeños detalles. Ese mundo, también autobiográfico, de adornos, figuritas, objetos, minúsculos exvotos, que acaban desbaratando los estantes.
Resta hablar de las recomendaciones que completan cada uno de los textos. En la sección del periódico se pedía a cada autor que seleccionara tres libros; uno de la literatura universal, otro de un escritor contemporáneo, en principio en español, y un tercero de él mismo.
Con ellos se forma otra biblioteca más, un rastro iluminado de lecturas y escritores que, tal vez, animen al lector a ampliar la suya.
No quería terminar sin agradecer a los protagonistas su tiempo y su disposición. No estoy seguro (nada) de que a mí me hubiera gustado que un tipo como yo cotilleara en mis estantes —el inspector de bibliotecas, me bautizó Antonio Gamoneda, con acierto, tras visitar la suya—, así que agradezco especialmente la confianza de todos ellos a la hora de franquearme la entrada de sus casas y sus estanterías que, en muchos casos, no es si no la misma cosa.
Para mí ha sido una suerte irrepetible poder visitar a algunos de los escritores a quienes más admiro, y ha supuesto un extraño privilegio conocer sus obsesiones y manías, que han servido no solo para justificar las mías, sino para adoptar alguna más que me ha parecido también interesante.
Gracias a todos.
Jesús Marchamalo
Madrid, marzo de 2011
Fernando Savater
Los libros del optimista
Acaba de regresar de la Feria del Libro de Guadalajara, y ha traído, entre otros, dos libros de Jorge Ibargüengoitia que andan por ahí, recién sacados de la maleta, con el mismo jet lag. Y hay otro sobre un montón reciente, en la habitación donde trabaja, que le ha llegado por correo esa mañana. Es el último tomo de Reino de Redonda, que le envía Javier Marías, y que es, también, de Ibargüengoitia. Una casualidad.
Los libros, es sabido, contienen puertas invisibles, caminos y pasajes que conducen a otros libros, que llevan a otras bibliotecas, o que comunican, en secreto, con otros lectores. Jorge Ibargüengoitia, el escritor y articulista mexicano falleció en Mejorada del Campo en 1983 en un accidente de aviación. Un Boeing 747 de la compañía colombiana Avianca que volaba desde París a Bogotá, con escala en Madrid, se estrelló mientras realizaba las maniobras de aproximación al aeropuerto de Barajas. En ese vuelo tenía que haber viajado también Fernando Savater (San Sebastián, 1947). Estaba invitado al mismo congreso de escritores, en Colombia, y apenas dos semanas antes le surgió otro compromiso que le obligó a cambiar de planes, y de billetes. Pero entre las víctimas mortales —solo hubo once supervivientes— estaba la pianista catalana Rosa Sabater, y en la confusión inicial de nombres y apellidos, hasta que se aclaró el malentendido, para mucha gente que los esperaba, Fernando Savater compartió con Ibargüengoitia su trágico destino.
Ahora, sus libros, recién llegados de Guadalajara, andan buscando acomodo por las estanterías, lo que de ningún modo va a resultarles fácil. Porque es esta una biblioteca como mínimo repleta, rebosante, y crecida de un modo se podría decir arborescente: ramas, brotes y renuevos que nunca nadie ha podado —más allá de algunos ejemplares que a fuerza de no caber ha tenido que ir bajando al trastero—, y que se extiende a sus anchas abonada con generosidad suicida.