Jesús Marchamalo - Tocar los libros

Todos los libros tienen una peripecia, una historia que contar. Los libros hablan del carácter, los intereses y la personalidad de sus propietarios, y también la forma de ordenarlos en nuestras personales bibliotecas aporta datos significativos. Hay quien dice que las bibliotecas definen a sus dueños, y estoy seguro de que es cierto. Como en los estratos geológicos de un yacimiento arqueológico, los libros permiten ir desenterrando los restos de todos nuestros particulares naufragios.

Pero, sobre todo, hay que reconocer a los libros una sorprendente capacidad colonizadora: se extienden por los sofás, toman las repisas, los cabeceros de las camas, las mesillas… Como un ejército victorioso ganan los altillos, los aparadores, las cestas de mimbre donde duermen los gatos. Hay libros indispensables que nos obligan a poseerlos, a conservarlos para hojearlos de vez en cuando, tocarlos, apretarlos bajo el brazo. Libros de los que es imposible desprenderse porque contienen fragmentos del mapa del tesoro.

Jesús Marchamalo

Jesús Marchamalo, 2010

r1.0

04/12/17

Para mi amigo Manolo Gulliver,

por tercera vez consecutiva.

Este librito también para tocar

Jesús Marchamalo (Madrid, 1960), es periodista y escritor. Ha desarrollado gran parte de su carrera en Radio Nacional y Televisión Española y ha obtenido, entre otros, los premios Ícaro, Montecarlo y Nacional de Periodismo Miguel Delibes. Es autor también de los libros Las bibliotecas perdidas (2008), Donde se guardan los libros (2011) y Los reinos de papel (2016).

TOCAR LOS LIBROS

Todos los libros tienen una peripecia, una historia que contar, pero la de éste no deja de ser, aparte de curiosa, persistente. Tres ediciones, en tres editoriales diferentes, a lo largo de los seis últimos años es un currículo cuando menos peculiar para un libro tan pequeño.

Tocar los libros comenzó siendo una conferencia que di en Valladolid en 2001 y que acabó en un cajón, sin más pena ni más gloria, hasta que años más tarde conocí a Alejandro Dolz en Santander, y me regaló media docena de libros de la colección Cuadernos de Mangana que editaba entonces el Centro de Profesores de Cuenca.

Me gustaron tanto aquellos delicados y exquisitos libritos que le ofrecí el texto de Valladolid para que lo publicara. Así salió, el 23 de abril de 2004 según se lee en el colofón, la primera edición de Tocar los libros, el número 29 de los mencionados cuadernos.

Los setecientos cincuenta ejemplares no venales se distribuyeron entre bibliotecas, profesores, colegios, amigos y enemigos. Y a raíz de una elogiosísima reseña de José María Pozuelo Yvancos en el Cultural de ABC, acabaron por agotarse. A partir de ese momento Tocar los libros se convirtió en una especie de leyenda: había quien lo tenía, y había quien no, y la propia escasez acabó generando una demanda que se extendió, y creció, a lo largo del tiempo. Tanto que los editores, para cumplir con los pedidos, enviaban el libro fotocopiado a quien lo solicitaba, hasta que, finalmente, acabó por ofrecerse en pdf en la página del Centro, donde, por lo demás, sigue todavía disponible.

Durante tiempo, el libro no pudo conseguirse más que en ese formato digital, y aunque alguna vez nos planteamos reeditarlo, pensamos, creo que acertadamente, que lo correcto era no hacerlo, siquiera por mantener idéntico trato que el resto de los libros de la colección.

Así, cuando en 2008 José Manuel Prieto, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, me invitó a dar la conferencia del Día del Libro, y me ofreció publicarla en una nueva colección que se titularía Serie 23 de abril, le propuse que en lugar de la conferencia reeditara Tocar los libros.

Al texto original añadí poco más o menos un tercio y el 23 de abril de 2008 se publicó la segunda edición, con un prólogo de mi amigo Luis Mateo Díez, y una viñeta, en la cubierta, de mi también amigo Damián Flores.

Mil ejemplares que se agotaron en poco más de seis meses y que, como ya había ocurrido en Cuenca, decidieron no reimprimir porque nunca fue voluntad hacerlo con ninguno de los títulos de esa serie.

También, como la otra vez, habrá pronto disponible una versión electrónica que podrá leerse en la Red.

Y así llegamos a esta tercera edición, resultado de una conversación con Javier Jiménez, el editor de Fórcola, quien me habló hace unos meses de su proyecto y de esta colección, Singladuras. Le propuse recuperar para ella el de nuevo agotado Tocar los libros. Y éste es el resultado.

El texto, salvo una decena de palabras que quité o corregí, y que en algún caso volví a poner de nuevo donde estaban, es prácticamente el mismo que la edición del CSIC. También se ha incluido una serie de ilustraciones, cortesía de amigos a los que quiero agradecer su generosidad.

Debo decir que Tocar los libros es, de entre los míos, uno de mis libros preferidos y probablemente el que más tiene que ver conmigo, y con mi mundo de autores, lecturas e historias. Y en la medida en que todos los libros de algún modo lo son, seguramente el más autobiográfico.

Una curiosidad final. El libro se lo dediqué originariamente, en la edición de 2004, a Manolo Domínguez, propietario de la librería Gulliver, en Madrid, y generoso amigo. El texto decía entonces:

«A mi amigo Manolo Domínguez, este libro también para tocar»

Cuando salió la segunda edición le invité de nuevo a ser receptor de la misma, y aceptó, de modo que lo que aparece es:

«A mi amigo Manolo Gulliver, de nuevo, este librito también para tocar»

Y en esta tercera ocasión, volví a preguntarle si le parecía bien seguir apareciendo, lo que explica la dedicatoria de unas páginas más atrás. Dedicatoria que, en esta «Apología de Tocar los libros» quiero hacer extensiva a los tres editores, Alejandro, José Manuel y Javier, que han tenido la gentileza de acogerlo en sus catálogos.

Y a usted, querido lector, aparte de mi agradecimiento por su interés, permítame que le recomiende que si el libro le interesa, no dude en comprarlo, porque nunca se sabe cuándo el editor va a decidir convertirlo de nuevo en bien escaso, siquiera por cumplir la tradición.

Jesús Marchamalo

Madrid, marzo de 2010

Talismán

Luis Mateo Díez

Desde el día que conocí a Marchamalo, en la cafetería El Soportal de la Plaza Mayor, supe que su apariencia sosegada y bondadosa ocultaba un secreto que en nada contrariaba esas cualidades, pero que podía alimentar una obsesión muy relacionada con el sentido de su vida.

Me recordó a mi viejo amigo Lumeras, no en lo físico pero sí en cierta capacidad de convicción y persuasión, y en esa aureola tan particular de las personas con quienes se charla tan a gusto. El asunto habitual de las conversaciones, con uno y otro, son los libros, y en la derivación que el amor a los libros conlleva, hay en Marchamalo, igual que en Lumeras, a quien, por cierto, hace mil años que no veo, una insistente indagación que va más allá del placer de leerlos, como si los libros estuviesen hechos de un talismán irresistible.