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Srdja Popovic - Cómo hacer la revolución. Instrucciones para cambiar el mundo

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Srdja Popovic Cómo hacer la revolución. Instrucciones para cambiar el mundo

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Cómo hacer la revolución

Instrucciones para cambiar el mundo

Srdja Popović

con la colaboración de Matthew Miller

Traducción de Ana Nuño y Pilar García-Romeu

ÍNDICE

Dedico este libro a los amigos que me

han apoyado y han hecho suya mi causa,

participando en esta insólita misión

con agitadores de muchos países,

y a mi hijito, Moma, a quien

(por puro egoísmo) espero que sepamos

dejarle un mundo mejor.

PRÓLOGO

Éste es un libro sobre revoluciones.

Pero no sobre revoluciones violentas, ésas que suelen acabar empapadas con la sangre de personas inocentes, tampoco sobre las impulsadas por pequeñas bandas de fanáticos: si quieren saber cómo funcionan las primeras basta con sentarse a leer una buena biografía de Lenin. No, éste es un libro sobre el tipo de revueltas que han estallado últimamente en buena parte del globo, desde la plaza Tahrir de El Cairo hasta el movimiento Ocupa Wall Street. Un libro sobre revoluciones protagonizadas por personas normales y corrientes, grupos que piensan de manera creativa porque creen que uniéndose y operando de esta manera serán capaces de derrocar dictaduras y corregir injusticias.

Me considero afortunado por contarme entre estos rebeldes ordinarios. Gracias a ello he podido emprender un viaje personal insólito, que me llevó de ser el bajista más bien pasota de un grupo de Belgrado a convertirme en uno de los líderes de Otpor!, el movimiento pacífico que derrocó al dictador Slobodan Milošević. Tras una breve temporada como diputado del Parlamento serbio, ahora trabajo como amigo y consultor para toda clase de movimientos, grandes y pequeños, en cualquier parte del mundo, que quieran aplicar los principios de la acción no violenta para oponerse a la opresión y alcanzar la libertad, la democracia y la felicidad. Pero no temáis, este libro no es una crónica de mis andanzas, sino una suerte de inventario de las muchas cosas que he aprendido trabajando con activistas de Siria a Ucrania, de las grandes ideas y pequeñas tácticas que hacen que lo que me gusta llamar «el poder de la gente» sea una fuerza tan arrolladora. Y como no soy un gran intelectual, prefiero comunicar toda esa información no a través de datos fríos y complejas teorías, sino contando las experiencias de individuos y movimientos notables, los retos que tuvieron que afrontar y las lecciones que aprendieron.

En este libro pueden distinguirse dos partes. En la primera hallaréis numerosos ejemplos que muestran el verdadero rostro del activismo no violento que se despliega actualmente en todo el mundo, así como los principales rasgos que contribuyen al éxito de los movimientos que pretenden alcanzar un cambio social. En la segunda parte doy algunos consejos prácticos para hacer buen uso de dichas técnicas no violentas. Espero que estas evocaciones y estos ejemplos sean de interés para vuestros propios propósitos

y estimulen vuestra imaginación. Por la propia naturaleza de lo aquí contado, algunas de las anécdotas referidas están protagonizadas por personas que aún hoy podrían correr peligro si llegaran a conocerse las verdaderas funciones que ejercieron en sus respectivos movimientos, razón por la cual he procurado ser muy cuidadoso al consignar dichas acciones; esto explica por qué, en esos casos, nombres y otros datos personales que pudieran facilitar la identificación de esas personas han sido alterados.

En algunas historias me he tomado la libertad de sintetizar situaciones muy complejas reduciéndolas a lo esencial, razón por la cual ofrezco desde ahora mis más sentidas disculpas a expertos y pedantes.

Las ideas y vivencias que componen este libro no sólo aspiran a ser comprendidas, sino también sentidas. Como con un buen disco de rock, su objetivo es hacer que os pongáis en pie y os animéis a moveros. Con ellas, lo que pretendo sobre todo es convenceros de que por más que los tiranos de todo pelaje y condición, desde los uniformados gorilas hasta las troikas en pleno, puedan pareceros invencibles, a veces basta con un poco de humor para acabar con sus abusos.

ESO NO PUEDE PASAR AQUÍ El símbolo de Otpor en un muro de Belgrado durante el - photo 3

ESO NO PUEDE PASAR AQUÍ

El símbolo de Otpor! en un muro de Belgrado durante el otoño de 1998.

Dudo que Belgrado, mi bella ciudad natal, figure en vuestra lista de los diez lugares que hay que visitar antes de morir. Más allá de la violencia de algunos barrios concretos, lo cierto es que los serbios no tenemos precisamente fama de pacíficos angelitos. Buena prueba de ello es que, no contentos con ponerle a una importante calle de la ciudad el nombre de Gavrilo Princip, aquel tipo acusado de desatar la Primera Guerra Mundial, también hemos bautizado otra calle con el de su pandilla de revolucionarios. Por no mentar a nuestro ínclito dictador, Slobodan Milošević, un maniaco que obsequió al mundo con esa infamia llamada «limpieza étnica», genocidio que desató nada menos que cuatro desastrosas guerras con sus vecinos en los años noventa, y que no descansó hasta conseguir que la OTAN rociara de bombas la ciudad y la devastara. Pero, aunque parezca extraño, nada de esto pareció importarle a un grupo de quince egipcios que en

junio de 2009 viajaron a Belgrado, probablemente porque lo último que andaban buscando era un tranquilo balneario donde veranear. De hecho, viajaron a Belgrado porque querían planear una revolución.

Con tan peculiar agenda, se comprenderá que el primer lugar que los llevé a visitar fuera precisamente el último que enseñaría a cualquier otro visitante: la Plaza de la República. Para haceros una idea del aspecto que ofrece este rincón cochambroso y sin gracia de la ciudad, imaginemos que alguien tuviera la brillante de idea de hacer un Times Square pero mucho más pequeño, sin un ápice de la energía del original, sin un solo neón a la vista, pero, eso sí, con el mismo tráfico y la misma mugre. Los egipcios, por descontado, ni se inmutaron. Como lo único que les importaba era derrocar a su propio dictador, Hosni Mubarak, aquella Plaza de la República, a sus ojos, más que una trampa para turistas incautos representaba la zona cero de un movimiento iniciado por un grupito de jóvenes normales y corrientes que fue creciendo hasta convertirse en una arrolladora fuerza política capaz de hacer realidad lo impensable: derrocar a Milošević.

Como yo había sido uno de los líderes de aquel grupúsculo, mis amigos egipcios esperaban aprender algo de la experiencia serbia.

Llevé al grupo a una esquina tranquila, lejos de los cafés bulliciosos y sus exhaustos camareros, y empecé a darles mi pequeña charla. «Érase una vez —dije mientras señalaba todas aquellas tiendas de bienes suntuarios (Armani, Burberry, Max Mara) que ahora rodean la Plaza de la República— un país donde la inflación era tan terrible que en sólo un año el precio de dos libras de patatas pasó de cuatro mil dinares a diecisiete mil millones. Para colmo, en ese país llamado Serbia resulta que estábamos en guerra con la vecina Croacia, y quien se atrevía a denunciar la desastrosa política responsable del colapso económico del país y la inseguridad reinante tenía garantizada su detención y una paliza o algo peor. En 1992, yo estudiaba primer año de Biología y el futuro se nos presentaba a los serbios muy pero que muy negro.»

—Conocemos muy bien esa sensación… —dijo riendo uno de los chicos egipcios A medida que avanzaba en mi relato, los egipcios asentían con la cabeza.

—Ante el terror desatado por Milošević —seguí—, la respuesta natural, al menos inicialmente, era la apatía. La verdad es que mis amigos y yo no éramos la clase de gente capaz de imaginarnos a la cabeza de un movimiento o de hacer política. Éramos jóvenes universitarios con las mismas aficiones que otros jóvenes como nosotros en todo el mundo: acostarnos lo más tarde posible, beber todo lo que el cuerpo aguantara y ligar sin cortapisas. Si entonces me hubiesen preguntado qué tenía que pasar para que yo saliera de casa y viniera aquí, a la Plaza de la República, nunca habría dicho que una manifestación de protesta. El motivo más razonable habría sido un concierto de rock.

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