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Sinopsis
En 2001, cuando Jacqueline Novogratz fundó Acumen, una comunidad global dedicada a cambiar la forma en que se aborda la pobreza en el mundo, casi nadie había oído hablar de la inversión de impacto. Veinte años después, la manera en que los consejos de administración de las empresas y otros actores económicos evalúan los negocios ha cambiado radicalmente. La inversión de impacto —la práctica de Acumen de «hacer bien haciendo el bien»—no sólo es moralmente defendible, sino que ahora también es económicamente conveniente, incluso necesaria.
Aun así, no es fácil lograr un éxito que proporcione beneficios y en el que las relaciones con los trabajadores y sus comunidades sean mutuamente favorables. ¿Qué pueden hacer, entonces, los líderes actuales, que muchas veces arrancan sus empresas con grandes esperanzas y pocos planes, y se abren camino entre los desafíos de la pobreza y la guerra, los egos y la impaciencia?
Basándose en historias de personas de todo el mundo que han logrado un cambio real y en sus propios recuerdos de experiencias difíciles, Novogratz explica cuáles son los errores de liderazgo más comunes y cuál la mentalidad necesaria para superarlos.
Manifiesto para una revolución moral es la culminación de treinta años de trabajo desarrollando soluciones sostenibles para los problemas de los pobres. Por eso constituye una perspectiva imprescindible para todos aquellos que, bien sea ascendiendo en una gran corporación o llevando la energía solar a aldeas rurales, quieran dejar este mundo mejor de lo que lo encontraron.
Manifiesto para una revolución moral
Ideas para construir un mundo mejor
Jacqueline Novogratz
Traducción de Verónica Puertollano
A mis padres, Bob y Barbara Novogratz,
que me enseñaron a amar el mundo,
y a todos los que aspiráis a darle
más de lo que tomáis de él.
Prólogo
La neurociencia nos enseña que el cerebro humano es de una plasticidad sorprendente, lo que es una magnífica noticia para nuestro aprendizaje, pero también que apenas distinguimos entre lo que pensamos (imaginamos, creemos) y lo que ocurre en realidad, lo que explica el cinismo de nuestro tiempo, con supuestos líderes dotados del don de la palabra, con una oratoria exquisita capaz de ilusionarnos, pero que a la hora de la verdad no hacen lo correcto, aquello que prometieron.
Por ello es muy de agradecer encontrarnos con ejemplos de liderazgo auténtico, contrastado, como es el de Jacqueline Novogratz (1961), pensadora, pero sobre todo activista social, que en 2001 fundó Acumen y a través de esta ONG colabora activamente con más de un millar de agentes sociales.
La filosofía de Acumen como fondo de inversión sin ánimo de lucro no es propia del capitalismo trasnochado, sino del talentismo, de esta nueva era en la que el talento y sólo el talento es el motor de transformación. Porque Acumen no actúa en términos de filantropía de vieja escuela, sino invirtiendo en proyectos que hacen que las personas se pongan en valor. Novogratz trabajó en el Chase (hoy JPMorgan Chase Bank) desde los veintidós hasta los cuarenta años, con gran éxito profesional. Cuando era una niña de doce años un familiar le regaló un suéter azul con unas cebras dibujadas que le gustó mucho, pero en el cole un niño se metió con ella y decidió darlo a la caridad. Cuando viajó a África Central, décadas después, se encontró con un niño que vestía un suéter azul como aquél; miró la etiqueta y en ella estaba escrito su nombre, Jacqueline. Esa epifanía cambió su vida. Constató que entidades financieras como aquella en la que trabajaba no eran capaces de prestar dinero a los pobres (para conceder el préstamo, requerían avales y propiedades de los que los demandantes del mismo carecían). Decidió valientemente dejar su empleo y dedicarse al desarrollo internacional. Comenzó trabajando con Duterimbere, una ONG de Ruanda creada por cerca de una treintena de mujeres para apoyar a sus compatriotas emprendedoras a través de microcréditos. El resto es historia, la historia contada en este libro que vas a disfrutar.
Porque, a diferencia de otros manifiestos, el que aboga por una revolución moral como único modo de resolver esta cuádruple crisis, sanitaria por el coronavirus, medioambiental por el cambio climático, económica por la vertiginosa caída de la demanda y del empleo, social por la desigualdad y la polarización política, está basado en lo que Fernando Botella ha llamado «el factor H»: Hacer. Basta ya de decir sin hacer.
Tras el éxito de Duterimbere en el corazón del África subsahariana, Jacqueline Novogratz se atrevió a hacer algo grande, mucho más grande: fundar Acumen (‘perspicacia’, en inglés), con capital semilla de la Fundación Rockefeller, Cisco Systems y tres inversores individuales de Silicon Valley. Dos décadas después, Acumen gestiona más de 30 millones de dólares y mantiene su modelo de inversión de «la base de la pirámide» (concepto acuñado en 1998 por el profesor C. K. Prahalad, de la Universidad de Michigan, para las personas que no disponen ni de 1,25 dólares de renta diaria), un «mercado» del 10 por ciento de la población mundial; desgraciadamente, la pandemia del coronavirus empujará a la pobreza extrema a 88-115 millones de personas adicionales según el Banco Mundial. La «medida del éxito» de Acumen es que más y más personas escapen de la pobreza desde su propio talento, su capacidad y su compromiso. Un impacto social con un modelo sostenible (Jacqueline lo llama «capital paciente») que recupera la inversión en 5-7 años. Así lo hizo en 2004 con WaterHealth, para proporcionar agua potable a zonas de la India, Ghana y Filipinas, o en 2017 con PEG, para la distribución de energía solar en Senegal, Costa de Marfil y Ghana. O colaborando con la Fundación Bill y Melinda Gates en 2008 para financiar a granjeros etíopes. O con la Fundación Clinton (10 millones de dólares en tres años, 2015-2018) para colaborar con comunidades rurales en África, el Sudeste Asiático, Sudamérica y el Caribe.
Jacqueline practica lo que predica. Y por ello nos recomienda, sabiamente, redefinir nuestro éxito (y que tenga que ver con la generosidad, la solidaridad, el bien común —cualidades del talentismo—, y no con la avaricia y el egoísmo propios del capitalismo salvaje); cultivar la imaginación moral como marco de referencia ético; escuchar a las voces mudas como nivel más elevado de conciencia y de escucha atenta desde la compasión; practicar la valentía, el coraje, para mejorar radicalmente nuestro mundo (aún podemos hacerlo, aunque no nos queda mucho tiempo, me temo); utilizar desde la serenidad y el equilibrio el poder de los mercados sin dejarnos tentar por su seducción; asociarnos con humildad y con audacia (juntos lograremos mucho más) y luchar por la belleza real, que es la forma más elevada de la dignidad humana: el trilema platónico de verdad, bondad y, sí, belleza.