AMAR
Atención – Mentalización – Automentalización – Regulación
Felipe Lecannelier A.
AMAR
Atención – Mentalización – Automentalización - Regulación
Modelo de intervención en infantes de 0 a 6 años
AMAR: Atención – Mentalización – Automentalización - Regulación
Modelo de intervención en infantes de 0 a 6 años
Autor: Felipe Lecannelier A.
Primera edición: junio de 2019
©Psimática Editorial, S.L.
Maquetación: María Alejandra Domínguez Veracoechea
Fotografía de cubierta: (123rf.com)
ISBN: 978-84-948712-8-3
Psimática Editorial, S.L.
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Dedicado a los profesionales, niños, cuidadores e instituciones
que han hecho posible el proyecto AMAR
Terapia de amor intensiva. Si algo está enfermo, está con vida
Soda Stereo
Introducción
Conciencia, prevalencia e intervención
en la salud mental del infante de 0 a 6 años
El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde
Gabriela Mistral
La conciencia empática sobre el mundo y la experiencia de la infancia ha sido una tarea que los adultos hemos tenido que ir desarrollando a través de la historia. Desafortunadamente, el dolor y los malos tratos hacia los niños han tenido que ser la alarma que ha ido despertando progresiva y lentamente esta conciencia (Lecannelier, 2018a). Es decir, que solo al ir conociendo e investigando las múltiples experiencias negativas que los niños pueden sufrir, así como los efectos negativos en su bienestar, es cuando los adultos empiezan a tomar conciencia de algo que siempre ha ocurrido, pero que ahora parece despertar en sus mentes.
La historia de la toma de conciencia de fenómenos como el abuso sexual, el maltrato físico, la negligencia, el trauma, el bullying , la diversidad de dificultades de salud mental y otros, ha seguido siempre esa tendencia, aun cuando son dificultades que los niños han experimentado por siglos. Como un ejemplo, en EEUU y otros países del hemisferio norte, las primeras publicaciones en la década de los 50-60 sobre la prevalencia del maltrato proponían que no debía haber más que unos casos aislados en toda la región ( ¡ cuando actualmente se sabe que constituyen el 10-20% de la población!).
En Latinoamérica hasta la década de los 90 se pensaba que la institucionalización de niños a temprana edad no tenía un impacto negativo en su desarrollo, conciencia que se ha ido modificando con la enorme cantidad de estudios que evidencian sus efectos devastadores. En Chile, recién en el año 2004 se tomó conocimiento de algo que se llamaba bullying (o intimidación) y que no era algo normal, típico y propio de la vida escolar (a pesar de que los estudios al respecto ya llevaban 30 años de existencia). La alarma que despertó esta conciencia fue el suicidio de una niña producto de las constantes intimidaciones sufridas por parte de sus compañeros. Lo mismo empezó a ocurrir en otros países de Latinoamérica. Más aún, en la actualidad sigue existiendo la resistencia a mencionar la palabra trauma para referirse al dolor en la infancia, donde se prefieren usar eufemismos o términos generales tales como vulneración infantil .
Menor es la conciencia de que el trauma puede ocurrir desde el nacimiento y que a más temprana edad sus efectos son más desorganizantes en el cuerpo y la mente de la persona a través de su ciclo vital (Lecannelier, 2018a). En estos y otros casos, la estrategia del adulto es a negar y posteriormente normalizar ( no es tan grave , los niños lo superan porque son resilientes , solo existen unos pocos casos aislados , esas dificultades les ocurren a otros niños, en otros barrios, en otros países, o en otras condiciones socioculturales ). Narváez, Pankseepp, Schore y Gleason (2013) llaman a esto normalizar la anormalidad y plantean que es un fenómeno preocupante de las sociedades modernas (volveré a este tema en el capítulo 2).
Menciono estos casos, dado que en mi experiencia profesional he podido realizar estudios e intervenciones sobre una variedad de experiencias dolorosas, observando de primera fuente este proceso de normalización y minimización del dolor infantil. Muchas de estas intervenciones son el foco central del presente libro.
En la actualidad recién podemos decir que estamos a medio camino de poder comprender “cómo es ser un infante” (Lecannelier 2018b). Esta tarea es muy reciente, donde la historia de la Humanidad está plagada de creencias y prácticas de cuidado traumatizantes, en que generalmente el niño solo ha sido un objeto de los deseos, motivaciones y ambiciones del mundo adulto (véase DeMausse, 1974.). A pesar de haber existido propuestas y creencias respetuosas hacia los niños (tales como Rousseau, Montaigne, Lock), solo es a partir de los inicios del siglo XX que éstas empezaron a materializarse, tanto en las áreas de la educación como de la psicología. Sin embargo, el camino ha sido lento y la mayoría de estas visiones seguían siendo el reflejo de las necesidades adultas, tanto en los modelos educativos, los enfoques psicológicos imperantes, y en la creencia popular sobre la crianza. La historia y conciencia del conocimiento y cuidado respetuoso de los niños no es el tema específico de este libro, pero s í ha sido mi motivación personal y profesional, tanto en el mundo de la investigación (Lecannelier, et al., 2008, 2014), la intervención (Lecannelier, 2007a, 2009b, 2012b), el cuidado de parte de los adultos (Lecannelier, 2016) y el trauma infantil (Lecannelier, 2018a). En ese camino, una preocupación esencial ha sido lo que llaman la infancia temprana , que en lengua inglesa se refiere solo a infancia (o infancy , que etimológicamente es lo que se podría definir como el periodo sin lenguaje ) y que inicialmente se postuló como el rango de edad de los 0 a los 3 años (Zeanah, 1999) y actualmente se ha replanteado como el tramo de los 0 a los 6 años (Zeanah, 2012).
¿Por qué investigar e intervenir en este periodo? Más allá de las razones personales, ya desde la década de los setenta en países de lengua inglesa, y a partir de los noventa en América Latina y España, empezó a surgir la conciencia de que si el periodo infantil (6-18 años) ha sido una etapa olvidada, muchas veces negada y mal comprendida, los niños durante sus primeros años de vida han sido dejados literalmente en el olvido. Con todo lo que se conoce en la actualidad sobre la importancia nuclear de estos primeros años a nivel biológico, psicológico, económico, social y humanitario (Shonkoff y Phillips, 2000), ha sido paradójico haber descartado de nuestra conciencia el periodo que justamente es el más esencial para el desarrollo humano. Me atrevo a plantear que es sólo a partir de la década de los setenta que empezó lo que se podría llamar una ciencia de los bebés , partiendo con los estudios y propuestas sobre el legado del apego temprano (Ainsworth, Blehar, Waters, y Wall, 1978; Bowlby, 1969, 1973, 1980) y los procesos intersubjetivos entre las madres y sus infantes (Stern, 1985; Tronick, 2004; Trevarthen & Aitken, 2001, Beebe & Lachman, 2014, y otros). En los países de habla hispana esta información llegó a ser tomada en cuenta de un modo más masivo recién a principios del Siglo XXI. En Chile (y en los países latinoamericanos y en España) antes de la década de los 90 las investigaciones e intervenciones en los infantes eran algo casi inexistente, sin mencionar la nula aplicación del conocimiento para la intervención y las políticas públicas. Los currículos de la formación en psicología, educación, pediatría, psiquiatría y trabajo social, y las propuestas generales sobre la conducta infantil seguían basándose en los enfoques clásicos del desarrollo (Freud, Mahler, Piaget, Vigotsky, Kolberg, Erickson), los cuales a estas alturas han sido declarados como un necesario punto inicial pero ausentes de evidencia empírica y mirada multinivel, por ser planteamientos excesivamente generalizados y reduccionistas (psicosexual, cognitivo, moral, cultural, y emocional) y perspectivas adultizadas de cómo se deben desarrollar los niños (Lecannelier, 2006b). Así mismo, las aplicaciones prácticas, tanto a nivel de intervenciones de impacto y políticas públicas, aunque empezaron a surgir sólo en los últimos años, son un camino largo que seguir recorriendo (Lecannelier, 2018c).