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Fernando de Herrera - Sonetos

Aquí puedes leer online Fernando de Herrera - Sonetos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1582, 2022, Editor: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    Sonetos
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    Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
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    1582, 2022
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Sonetos: resumen, descripción y anotación

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Los sonetos escritos por Fernando de Herrera, tomados de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Fernando de Herrera (~1534-1597) was a 16th-century Spanish poet and man of letters. Herreras meticulous study and eventual mastery of poetic discourse earned him the name el Divino (the divine one), a name given him by Miguel de Cervantes, author of Don Quixote. In addition, his knowledge of poetic topics helped him to become one of the leaders of the school of poets to which Herrera belonged in Seville.

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- CXLVII - El sátiro, que el fuego vio primero, de su vivo esplendor todo vencido, llegó a tocarlo, mas probó, encendido, que era, cuanto hermoso, ardiente y fiero. Yo, que la pura luz, do ardiendo muero, mísero vi, engañado y ofrecido a mi dolor, en llanto convertido acabar no pensé, como ya espero. Belleza y claridad antes no vista dieron principio al mal de mi deseo, dura pena y afán a un rudo pecho. Padezco el dulce engaño de la vista, mas si me pierdo con el bien que veo ¿cómo no estoy ceniza todo hecho? - CXLV - A Carlos V Emperador Temiendo tu valor, tu ardiente espada, sublime Carlo, el bárbaro africano, y el bravo horror del ímpetu otomano la altiva frente humilla quebrantada. Italia en propia sangre sepultada, el invencible, el áspero germano, y el osado francés con fuerte mano al yugo la cerviz trae inclinada. - CXLIV - ¡Oh, cómo vuela en alto mi deseo sin que su osadía el mal fin tema! Que ya las puntas de sus alas quema donde ningún remedio al triste veo. - CXLIV - ¡Oh, cómo vuela en alto mi deseo sin que su osadía el mal fin tema! Que ya las puntas de sus alas quema donde ningún remedio al triste veo.

Que mal podrá alabarse del trofeo, si estando ufano en la región suprema del fuego ardiente, en esta banda extrema cae por su siniestro devaneo. Debía en mi fortuna ser ejemplo Dédalo, no aquel joven atrevido que dio al cerúleo piélago su nombre. Mas ya tarde mis lástimas contemplo, pero sí muero, porque osé, perdido. Jamás a igual empresa osó algún hombre. - CXLIII - Pura, bella, suave, estrella mía, que, sin que os dañe oscuridad profana, vestís de luz serena la mañana y la tierra encendéis, desnuda y fría. - CXLIX - Arriba Tras la bermeja Aurora el Sol dorado por las puertas salía del Oriente, ella de flores la rosada frente, él de encendidos rayos coronado. - CXLIX - Arriba Tras la bermeja Aurora el Sol dorado por las puertas salía del Oriente, ella de flores la rosada frente, él de encendidos rayos coronado.

Sembraban su contento o su cuidado, cual con voz dulce, cual con voz doliente, las tiernas aves con la luz presente en el fresco aire y en el verde prado. Cuando salió bastante a dar Leonora cuerpo a los vientos y a las piedras alma, cantando de su rico albergue, y luego ni oí las aves más, ni vi la Aurora; porque al salir, o todo quedó en calma, o yo (que es lo más cierto) sordo y ciego. FIN DE LOS SONETOS DE FERNANDO DE HERRERA - CXL - Por un camino, solo, al sol abierto, de espinas y de abrojos mal sembrado, el tardo paso muevo y voy cansado a do cierra la vuelta el mar incierto. Silencio triste habita este desierto y el mal que hay, conviene ser callado; cuando pienso acaballo, acrecentado veo el camino y mi trabajo cierto. A un lado levantan su grandeza los riscos juntos, con el cielo iguales, al otro cae un gran despeñadero. - CXXXIX - Venció las fuerzas el amor tirano, cortó los nervios con aguda espada de aquella dulce libertad amada, que sin vigor suspiro siempre en vano. - CXXXIX - Venció las fuerzas el amor tirano, cortó los nervios con aguda espada de aquella dulce libertad amada, que sin vigor suspiro siempre en vano.

El me vuelve y me trae por la mano a do mi error y predicción le agrada, mas ya la vida de su mal cansada osa tornarse al curso usado y llano. Pero es flaca osadía y con la muerte luchando, abrazo alegre el dulce engaño y me aventuro en el deseo y pierdo, que yo no puedo ser al fin tan fuerte que contraste gran tiempo a tanto daño ni en tal error me vale ya ser cuerdo. - CXXXVII - Bajo el sol que con hacha luminosa cobras el purpúreo y alto cielo, ¿hallaste tal belleza en todo el suelo que iguale a mi serena Luz dichosa? Aura suave, blanda y amorosa, que nos halagas con ti fresco vuelo, ¿cuando se cubre del dorado velo mi Luz, tocaste trenza más hermosa? Luna, honor de la noche, ilustre coro de las errantes lumbres y fijadas, ¿consideraste tales dos estrellas? Sol puro, Aura, Luna, llamas de oro, ¿oístes vos mis penas nunca usadas? ¿Viste luz más ingrata a mis querellas? - CXXXVI - Esta desnuda playa, esta llanura de astas y rotas armas mal sembrada, do el vencedor cayó con muerte airada, es de España sangrienta sepultura. Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura negó el suceso y dio a la muerte entrada, que rehusó dudosa y admirada del temido furor, la suerte dura. Venció otomano al español ya muerto, antes del muerto el vivo fue vencido, y España y Grecia lloran la victoria, pero será testigo este desierto que el español muriendo, no rendido, llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria. - CXXXV - El sátiro, que el fuego vio primero, de su vivo esplendor todo vencido, llegó a tocarlo, mas probó, encendido, que era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.

Yo, que la pura luz, do ardiendo muero, mísero vi, engañado y ofrecido a mi dolor, en llanto convertido acabar no pensé, como ya espero. Belleza y claridad antes no vista dieron principio al mal de mi deseo, dura pena y afán a un rudo pecho. Padezco el dulce engaño de la vista, mas si me pierdo con el bien que veo ¿cómo no estoy ceniza todo hecho? - CXXXIII - A la muerte de don Luis Ponce de León Aquí, donde tú yaces sepultado, oh gloria de León más excelente, el valor todo yace de Occidente con envidia de Marte derribado. No culpes la dureza de tu hado, que en tierra ajena tu dolor consiente, pues cuanto ves del austro al oriente es sepulcro a los fuertes consagrado. Será eterna en nosotros tu memoria, y puesto en el dorado y alto asiento, defenderás mejor tu patrio suelo. No queda ya a la muerte mayor gloria, pero queda igualado el sentimiento, tristeza a España y alegría al cielo! - CXXXII - A una obra espiritual que escribió don Luis Ponce de León Vuestro canto y aliento excelso y pío con armonía dulce a sí resuena, que se le rinde el cisne cuando suena en el corriente vaso del gran río.

Dichoso vos, a quien no seca el frío, mas puro fuego de virtud serena; y yo, pues vuestro noble canto ordena vida inmortal al nombre humilde mío, ya veo trasferirse de Helicona la cumbre y de Parnaso la ribera al asiento de náyades ondoso, y que del lauro verde la corona os da Betis, oh gloria de Ribera, y del león más fuerte y generoso. - CXXX - ¡Oh soberbia y cruel en tu belleza! Cuando la no esperada edad forzosa del oro, que aura mueve deleitosa, mede en la blanca plata la fineza, y tiña al rojo lustre con flaqueza en la amarilla viola la rosa, y el dulce resplandor de luz hermosa pierda la viva llama y su pureza, dirás, mirando en el cristal luciente otra la imagen tuya: «Este deseo ¿por qué no fue en la flor primera mía? ¿Por qué ya que conozco el mal presente, con esta voluntad con que me veo no vuelve la belleza que solía?» - CXXVIII - ¡Oh breve don de tu agradable engaño, dulce mal del contento aborrecido, cuán presto pierdes el color florido y muestras los despojos de tu daño! El oro vuelto en plata un blanco paño cubre, y el color vivo y encendido de los ojos, sin fuerza ya y perdido, de tu vencido orgullo es desengaño. Acabas y tu dura tiranía. Y al fin, si acabas, mueres con victoria de nuestro error en devaneo tanto. Mas quien por ti se olvida y desvaría del camino, perece sin memoria con mayor culpa en su perpetuo llanto. CXXIX A Francisco Pacheco Ya el rigor importuno y grave hielo desnuda los esmaltes y belleza de la pintada tierra, y con tristeza se ofende en niebla oscura el claro cielo.

Mas, Pacheco, este mismo hórrido suelo reverdece, y pomposo su riqueza muestra, y del blanco mármol la dureza desata de Favonio el tibio vuelo. Pero el dulce color y hermosura de nuestra humana vida cuando huye, no torna, ¡oh mortal suerte! ¡oh breve gloria! Mas sola la virtud nos asegura que el tiempo avaro, aunque esta flor destruye, contra ella nunca osó intentar victoria. - CXXVI - Estos que al impío turco en dura guerra; al moro, al anglo y al escoto airado, y vencen al tudesco y al dudado francés, y al belga en su cercada tierra, y los estrechos que el mar hondo encierra sobran, pasando por lugar vedado con valor cual vio nunca el estrellado cielo, que tantas cosas mira y cierra, bien muestran en la gloria de sus hechos que son tus hijos, ¡oh felice España! honra del alto imperio de Occidente. Alabe Roma los famosos pechos de los suyos; que nunca, y no me engaña el amor, fue a esta igual su osada gente. - CXXV - Pues cubre el orbe en asombrado velo la negra oscuridad, y las estrellas miran, errando en torno en formas bellas, dudosas el desierto y hondo suelo, tú, noche, a quien mis lástimas revelo, y al gemido respondes triste de ellas, oye mi mal, atiende a mis querellas, así a ti sola sirva el vago cielo; que no quiero que el día vea el llanto de estos ojos mezquinos; que en tal pena no conviene la luz al dolor mío. - CXXIV - Fue gloria de mi alto pensamiento osar y ver vuestra beldad serena, y de firmeza arder mi alma llena, desesperando el fin de su tormento. - CXXIV - Fue gloria de mi alto pensamiento osar y ver vuestra beldad serena, y de firmeza arder mi alma llena, desesperando el fin de su tormento.

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