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J.L.Herrera - La Hora del Cuervo: Crónicas de Erysea Vol. 1 (Spanish Edition)

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J.L.Herrera La Hora del Cuervo: Crónicas de Erysea Vol. 1 (Spanish Edition)
  • Libro:
    La Hora del Cuervo: Crónicas de Erysea Vol. 1 (Spanish Edition)
  • Autor:
  • Editor:
    Z.X. Medina.
  • Genre:
  • Año:
    2015
  • Índice:
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La Hora del Cuervo: Crónicas de Erysea Vol. 1 (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Para Siempre…

Primer Acto

La hora del Cuervo

El llanto de mil generaciones,

en el sueño de la sombra.

Purpura y plata.

La llamada de los muertos,

el canto del Cuervo Negro,

en el sueño de la sombra.

Del sueño de la sombra.

Fragmento.

Capítulo 1

Vecigentory

Segunda hora de Madrugada. En las afueras del puerto de Trona. Dominio de Hvallator. Svegrior.

-Mi señora, están desembarcando- dijo Dumno visiblemente agitado, mientras intentaba recuperar el aliento.

-¿Que hacemos ahora Veci?- Preguntó Getory, envuelto en su pesada capa verde. Una nube de vaho acompañaba cada una de sus palabras.

Desde la cima de la colina tenían una excelente vista del puerto y del recodo del camino que llevaba a la ciudad amurallada. Un vigía se mantenía atento. Veci no dejaba ni un solo detalle escapársele y hasta ahora todo marchaba bien.

Colina abajo, la espesa arboleda situada en una hondonada natural, era el lugar perfecto para ocultar el campamento de ojos curiosos, las tiendas de color verde se perdían entre la espesura de las altas hierbas. Nadie los vería a la distancia. La parte difícil del trabajo apenas comenzaba; el espiar a los Eryos y seguirles cuidadosamente sin ser descubiertos había sido pan comido para Veci y su compañía.

Pero ahora sus órdenes eran averiguar todo lo posible con respecto a las intenciones de ellos en Svegrior. Tendrían que entrar en Eringard si en realidad quería continuar con el trabajo, lo que representaba un reto considerable. Alzó la vista y contempló las torres de la gran ciudad con su famosa muralla de piedra que la rodeaba por completo. La inexpugnable capital del Domino de Hvallator construida en lo más alto del acantilado, protegía con puño de hierro toda la bahía y el puerto de Trona.

-¿Cuántos son?- Preguntó Veci mientras descendían de vuelta por la empinada pendiente.

-Al parecer no más de cincuenta hombres y la misma cantidad de caballos, mi señora- dijo Dumno, sentándose frente a la hoguera para calentarse las manos, temblando.

El invierto se acercaba. Veci sabía que en Hvallator y en todos los Dominios de Svegrior se sufría un clima inhóspito la mayor parte del año, pero estas heladas resultaban tempranas y sus hombres no estaban equipados para el inclemente frio del norte. Por su mente cruzó la imagen de los prados de Allanar. Inmediatamente la desechó, tenía una misión y eso era en lo único que debía pensar.

-Muy bien escuchen; los Eryos están aquí antes de lo planeado. Las puertas de la ciudad se abren después del amanecer, si llegan antes, los Centinelas de la ciudad estarán en alerta, podrían cerrarnos el paso, o no abrir las puertas a nadie. No tenemos forma de saberlo. Sin embargo, seguiremos según lo previsto- dijo Veci.

El viento en Hvallator corría helado y húmedo. Se sentía cansada, no lograba recordar cuando fue la última vez que había tenido un poco de descanso decente. Esa era la vida del mercenario; fatiga, peligro y hambre. Lo notaba en sus hombres, aunque ellos se esforzaran por no demostrarla, en un intento por no parecer débiles.

Habían pasado meses desde la reunión con aquel hombre extraño. Fue en el camino de vuelta a su nativa Allanar, después de servir en las fronteras del Reino de Erysea, mientras buscaban sin éxito alguna labor menor antes del invierno, ya que corría un periodo de paz en el norte, fueron contactados por el misterioso patrón. Tras una breve entrevista y una cantidad considerable de oro, un contrato fue pactado. Se encontraban con órdenes de espiar a una comitiva de Eryos en camino a Eringard.

Hasta este momento las cosas marchaban bien, pronto tendrían el resto de la paga y el cansancio sería recompensado. Solo esperaba que el misterioso patrón cumpliera su palabra, nada podía salir del plan, pues en ciudad amurallada de Eringard se tomaban la seguridad muy enserio. Veci sabía que una fuerza permanente, conocida como los Centinelas, mantenía la paz, patrullando y cuidando las puertas.

-De acuerdo, Dumno te quedarás aquí en el campamento con Ulmma, mantente fuera de vista, coman y beban, recuperen sus fuerzas. Getory y yo tomaremos un par de hombres y entraremos a la ciudad- dijo mientras se acercaba al fuego y les mostraba el mapa.

La ciudad amurallada de Eringard se había construido alrededor de la fortaleza del Jarl, por lo mismo contaba con dos murallas, una primera que rodeaba a la ciudad por competo y una interior que protegía la fortaleza.

-Presten atención, una vez dentro se apostarán en el mercado, aquí, junto a la cofradía de los pescadores, mientras tanto yo iré a la posada. Nuestras órdenes son esperar a un hombre de confianza del patrón, quien nos permitirá entrar para continuar con el trabajo. Muy bien, comiencen a preparar todo y dense prisa-concluyó. Sus hombres se levantaron prestos y sin demora, acatando las ordenes de su capitana.

Vecigentory y su compañía de mercenarios de Allanar, con sus cabellos castaños y marrones resaltaban entre los rubios y altos Svegs. La mejor apuesta era entrar a la ciudad haciéndose pasar por mercaderes, contaban con una carreta cargada de barriles de vino. Esperaba que eso fuera suficiente para engañar a los Centinelas.

-Getory, mantente alerta, una vez dentro no sabemos que pueda pasar, todo este asunto me da mala espina-. Sus hombres tenían experiencia y eran de toda su confianza, pero Veci no lograba sacudirse un mal presentimiento. No le gustaba que el nuevo patrón escondiera su identidad.

-Tranquila capitán, este es un trabajo fácil, nada nuevo para nosotros. Tus hombres confían en ti- dijo Getory sonriendo.

Tenía razón, Veci sabía que sus hombres eran los mejores mercenarios y guerreros que un comandante pudiera pedir, de inquebrantable obediencia y lealtad. Observó a Getory, su segundo al mando, la forma en la cual la miraba demostraba respeto y adoración. Pero en ocasiones lograba vislumbrar la sombra de algo más, tal vez amor, la misma mirada que encontraba a veces en el resto de sus hombres. Era una lástima sin duda. En todo caso, confiaban en ella y tras tanto tiempo, no estaba dispuesta a defraudarlos.

-¡Silencio!- dijo Veci al escuchar cascos aproximándose -¡Pronto, los fuegos!-.

Corrieron a sofocar las fogatas. La compañía del Alba Viperina compuesta por cinco de los más bravos guerreros de Allanar, Veci pudo escuchar la respiración de cada uno de ellos mientras aguardaban inmóviles ante el viento helado. El corazón comenzó a latirle con fuerza, estaba lista. Un escalofrió recorrió su espalda, la emoción del peligro se apoderó de ella. El jinete pasó veloz por el camino, no los vio. Por fin, el momento había llegado.

-Un mensajero probablemente- dijo Getory, una vez que hubo pasado.

-Rápido, debemos llegar a Eringard antes que ellos- dijo Veci.

Capítulo 2

Egill

Tercera hora de Madrugada, Eringard, Dominio de Hvallator, Svegrior.

-Egill, ¡Egill despierta!- Escuchó la voz de Joran, el Senescal de su padre llamando a la puerta -¡Despierta maldita sea! El Jarl te convoca al gran salón. Date prisa-.

La cabeza le daba vueltas. Aún el sol no salía, la inevitable resaca de la noche anterior se hacía sentir. Demasiado hidromiel. Pero ordenes eran órdenes y no se hacía esperar al Jarl bajo ninguna circunstancia. De un salto se incorporó, como pudo se puso el jubón y la capa de piel de lobo. Buscó en la obscuridad sus botas, no tenía idea de donde estaban. Quizá había vuelto sin ellas, no lo recordaba. Demasiado hidromiel, se dijo de nuevo.

-Egill, en el nombre de Velhad! ¿Por qué demonios tardas tanto?- Gritó Joran desesperado, golpeando la puerta con más fuerza.

-¡Deja a los dioses fuera de esto y entra con la antorcha, viejo inútil!- respondió Egill molesto.

Logró terminar de vestirse, adormilado y de mala gana. Atravesaron el patio empedrado rumbo al gran salón. A esa hora tan temprana y bajo la diáfana luz del amanecer la ciudad amurallada de Eringard se notaba en calma.

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