Benjamin Farrington - La rebelión de Epicuro
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- Libro:La rebelión de Epicuro
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1967
- Índice:4 / 5
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La rebelión de Epicuro: resumen, descripción y anotación
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La rebelión de Epicuro — leer online gratis el libro completo
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Benjamin Farrington, profesor de Filosofía Clásica de la Universidad de Swansea, y uno de los pensadores más originales de nuestro siglo, es autor, entre otras, de obras tales como: Ciencia y política en el mundo antiguo, Mano y cerebro en la antigua Grecia, Ciencia y filosofía en la antigüedad, El evolucionismo (publicado en esta misma colección).
Desde el nacimiento y la expansión en el mundo antiguo del pensamiento epicúreo, el epicureísmo ha sido, por una parte, objeto de ataques y desprecio, y, por otra, objeto de notables estudios, entre los que destacan los de Lucrecio y Marx, junto al de Farrington, que lleva a cabo una tarea clarificadora de los aspectos físico y ético del epicureísmo. De esta forma, el sistema moral de Epicuro ha sido rescatado para el materialismo filosófico. Lo que importa, en definitiva, según Epicuro —el filósofo que se rebeló contra la miseria y la superstición, en frase de Marx— «es la clase de vida que llevamos, no su duración. No ganaríamos nada viviendo eternamente, pero lo ganamos todo viviendo rectamente».
Benjamin Farrington
ePub r1.0
Titivillus 23.02.17
Título original: The faith of Epicurus
Benjamin Farrington, 1967
Traducción: José Cano Vázquez
Diseño de cubierta: Enric Satué
Editor digital: Titivillus
Digitalización: armauirumque
ePub base r1.2
ABREVIATURAS
Los textos que hoy conservamos de Epicuro están referidos en el libro por las siguientes abreviaturas:
DP: | Doctrinas Principales |
EM: | Epístola a Menoeceo |
EH: | Epístola a Herodoto |
EP: | Epístola a Pítocles |
FV | Fragmentos Vaticanos |
Estas referencias proceden de la edición de Cyril Bailey, Epicurus: The Extant Remains, Oxford, 1926.
«He nacido para alcanzar
el amor, no el odio.»
(Sófocles, Antigona, 523.)
Epicuro (341-270 a. C.) fue el fundador de un movimiento que se extendió rápidamente por todo el mundo mediterráneo y que perduró, como tal, unos setecientos años. Su finalidad, en un mundo destrozado por una guerra —guerra civil para colmo de males—, hipersensible a la superstición, era la de devolver a la humanidad la felicidad perdida. La idea fundamental del maestro se basaba en la afirmación de que la felicidad de la sociedad debe descansar sobre la «amistad», es decir, sobre un mutuo acuerdo de no desearse mal unos a otros, sin que para esto tenga que intervenir jamás la «justicia», esto es: una constitución impuesta por un legislador, respaldado por un poder coercitivo.
El contexto cultural de este movimiento lo constituía el debate ateniense sobre el Estado Ideal; discusión iniciada a raíz de la muerte de Sócrates, elaborada en los diálogos de Platón y tratada sistemáticamente por Aristóteles. Epicuro se enfrentó con los mismos problemas que Platón y Aristóteles, y sus enseñanzas adoptaron una postura critica frente a ambos. Sería, pues, inútil intentar una historia del epicureísmo sin hacer referencia a Platón y Aristóteles; como lo seria el querer escribir una historia del Protestantismo sin aludir al Renacimiento.
Es un error grave y un anacronismo histórico suponer que el epicureísmo nació por contraposición al estoicismo. El Jardín había sido plantado ya antes de levantar el Pórtico. La confrontación entre estoicos y epicúreos se reduce sólo a los días de Cicerón. Y es éste un punto que a nosotros no nos concierne. Sin embargo, la tradición jónica más primitiva de la filosofía natural es mucho más interesante para nosotros. Tanto, que el epicureísmo puede definirse como la restauración del atomismo de Demócrito, realizada por un seguidor de Sócrates.
Como movimiento, el epicureísmo atrajo tanto a la élite intelectual como al hombre de la calle. Constituyó un llamamiento universal. «Debemos meditar sobre todo aquello que conduce a nuestra felicidad», dice Epicuro, «pensando que cuando la poseemos, lo tenemos todo; y cuando carecemos de ella, debemos dedicar todo nuestro esfuerzo para alcanzarla.» Es, pues, normal que nuestra información sobre Epicuro provenga de aquellos que él hizo felices. No son simples comentadores, sino discípulos suyos que veneraron la memoria del maestro. De todos sus seguidores, vamos a recordar aquí especialmente a cuatro.
A Diógenes Laercio, el autor de la única historia de la filosofía antigua que ha sobrevivido, le debemos la preservación de los pocos escritos coherentes de Epicuro que hoy día poseemos. Aquél termina su libro al llegar a Epicuro porque piensa que con él la filosofía ha cerrado su ciclo de evolución y progreso. «Vamos, dejadme poner el sello a toda esta obra mía citando, como broche final, los principios de la doctrina de Epicuro. De forma, que el final de mi libro coincida con el inicio de la felicidad.»
La felicidad fue también el tema de otro discípulo del mismo nombre, Diógenes de Oenoanda, para quien las enseñanzas de Epicuro fueron «el principio de la felicidad» propia y de toda la humanidad. Este hombre extraño, que debió ser millonario, compró, en Oenoanda, un inmenso muro y mandó grabar un sumario de las enseñanzas de Epicuro extractadas por él mismo. «Yo me encuentro en el ocaso de la vida, pero no quiero partir sin entonar un himno de alabanza por la felicidad completa que he alcanzado gracias a las enseñanzas de Epicuro. Deseo legar a la posteridad y a la tierra entera, que es, en verdad, una familia, el secreto de mi alegría.» Una misión arqueológica francesa descubrió la inscripción en 1884.
Por aquel entonces estaba en Palestina Filodemo de Gadara, que llegó a ser el testigo más calificado del epicureísmo en la Italia de los tiempos de Cicerón. Su casa de Herculano quedó arrasada por la erupción del Vesubio en el 70 d. C. En el siglo dieciocho se descubrieron los restos requemados de su biblioteca que han estado ofreciendo desde entonces un caudal inapreciable de información, gracias al esfuerzo, la paciencia y la habilidad de aquellos que trabajaron afanosamente en aquella cantera.
Finalmente está el poeta romano Lucrecio, contemporáneo de Filodemo, y uno de los discípulos más insignes de Epicuro. Los seis libros que componen su poema De la naturaleza de las cosas nos dan la información más detallada que poseemos de las enseñanzas de aquel genio, que vivió en consonancia con las verdades sobre las que escribió. Su tributo lo constituyen las expresiones típicas de un discipulo que siente profunda veneración por su maestro: «Tú eres nuestro padre, el revelador de la verdad, el dador de preceptos paternales. Como la abeja extrae el sabroso néctar de cada flor, así nosotros podemos libar en tus páginas las máximas doradas; doradas, he dicho, ya que nos valen una vida inmortal» (III, 9-13).
En estos últimos tiempos se ha suscitado un vivo interés por estudiar de nuevo a Epicuro. En los trabajos, aún valiosos, de Cyril Bailey (Epicurus, 1926, y The Greek Atomists and Epicurus, 1928), Epicuro quedó privado de su sustrato ateniense. En lo moral, se nos presenta como un hedonista egocéntrico, sin la menor analogía con la nueva ética creada en las escuelas socráticas; en lo científico, como un presocrático anacrónico, aunque de fina inteligencia. Sólo con los nuevos esfuerzos realizados después de los trabajos de Bailey, se ha comprendido el encuadre histórico de Epicuro como filósofo presocrático.
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