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Benjamin Farrington - Ciencia y filosofía en la Antigüedad

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Benjamin Farrington Ciencia y filosofía en la Antigüedad
  • Libro:
    Ciencia y filosofía en la Antigüedad
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1936
  • Índice:
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Ciencia y filosofía en la Antigüedad: resumen, descripción y anotación

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Benjamin Farrington universalmente reconocido como uno de los más destacados - photo 1

Benjamin Farrington, universalmente reconocido como uno de los más destacados historiadores del mundo antiguo, traza en este libro la historia de la ciencia y la filosofía de Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma, desde sus orígenes en el siglo VI a. C. hasta su desaparición virtual alrededor del siglo VI d. C. El profesor Farrington pretende situar aquí las aportaciones de la Grecia clásica en su marco histórico, entre la ciencia de las viejas civilizaciones del Próximo Oriente y la de los tiempos modernos.

Benjamin Farrington Ciencia y filosofía en la Antigüedad ePub r10 Titivillus - photo 2

Benjamin Farrington

Ciencia y filosofía en la Antigüedad

ePub r1.0

Titivillus 06.12.16

Título original: Science In Antiquity

Benjamin Farrington, 1936

Traducción: P. Marset y E. Ramos

Diseño de cubierta: Alberto Corazón

Editor digital: Titivillus

Digitalización: armauirumque

ePub base r1.2

PREFACIO A LA EDICIÓN DE 1968 La publicación de este volumen en edición de - photo 3

PREFACIO A LA EDICIÓN DE 1968

La publicación de este volumen en edición de bolsillo me ha dado la oportunidad de revisar algunos puntos, ampliar el capítulo sobre Aristóteles y escribir de nuevo el dedicado a la decadencia de la ciencia antigua, incluir citas de las fuentes y poner al día la bibliografía.

B. F.

Lymington,

diciembre de 1967.

De la sensación procede la memoria. De los recuerdos repetidos procede la experiencia, es decir, la capacidad segura para percibir el elemento universal entre varios recuerdos. Esta capacidad para distinguir lo universal de las cosas particulares es a su vez el origen de la técnica y de la ciencia, de las cuales la técnica se ocupa del devenir y la ciencia del ser.

Aristóteles, Analíticos posteriores, 100 a.

I. — EGIPTO Y MESOPOTAMIA

Ha sido costumbre casi unánime hasta tiempos muy recientes negar la existencia de cualquier clase de ciencia antes de los griegos. Hoy en día esto ya no es posible mantenerlo. Es verdad que la ciencia actual puede hacerse derivar, a través de una tradición continua, del brillante florecimiento ocurrido en el siglo VI a. de C., en la ciudad griega de Mileto en la costa de Anatolia. Pero es igualmente cierto que en fechas anteriores a la mitad del segundo milenio antes de nuestra era, o sea, mil años antes de los orígenes de la ciencia griega, se encuentran elementos claramente científicos, al menos en dos de las más antiguas civilizaciones orientales, las de Egipto y Mesopotamia. Aunque el puente que las unía con los comienzos de la ciencia griega haya desaparecido en parte por pérdida de la tradición histórica, no cabe duda de que existió una conexión, una influencia de esas antiguas civilizaciones sobre la griega. El objetivo principal de este libro es estudiar la historia de la ciencia griega desde sus orígenes, en el siglo VI a. de C., hasta su desaparición virtual en el siglo V de nuestra era. Pero desaprovecharía uno de los más fascinantes resultados de la investigación moderna si no fuera capaz de situar el logro de los griegos en su contexto histórico, es decir, las más antiguas civilizaciones del Próximo Oriente.

En el último capítulo intentaremos responder al importante problema de cómo se olvidó la dependencia de la civilización griega de las más antiguas de Egipto y Mesopotamia. Por el contrario, nunca se ha perdido de vista la conexión de la ciencia moderna con la de los griegos, debido a que se constituyó como tal en el siglo XVII bajo la directa inspiración de éstos. Copérnico, Galileo y Newton fueron estudiosos de Ptolomeo, Aristarco y Euclides. Y Vesalio, el fundador de la anatomía moderna, estaba orgulloso de proclamar su deuda hacia el ejemplo y las enseñanzas de sus predecesores entre los antiguos griegos. En consecuencia, los historiadores de la ciencia tenían que reconocer la conexión de la ciencia moderna con la helénica. Por el contrario, era total la ignorancia en lo que respecta a la ciencia de los egipcios y mesopotámicos. Es verdad que los antiguos griegos reconocieron su gran deuda con las civilizaciones del Nilo y del Éufrates en lo concerniente a los saberes matemáticos y astronómicos. Pero los historiadores modernos, al carecer de medios para confirmar esta tradición, se contentaron con ignorarla o, por una mal entendida defensa de Grecia, se esforzaron hasta lo imposible en negarla. La historia de Grecia ha sido escrita con frecuencia como si su misión hubiese sido salvar a Europa de esa abstracción temible llamada orientalismo. Pero ello significa mantener a través de los tiempos un sentimiento sólo propio de la generación de Maratón y Salamis. La investigación seria ha reconocido la justeza del punto de vista griego, de que su propia civilización fue continuación de las más antiguas de Mesopotamia y Egipto.

Los progresos de la arqueología nos han proporcionado los medios para que podamos valorar la importancia de la deuda griega con las culturas del Próximo Oriente. En primer término, se descubrieron testimonios escritos de sus civilizaciones en monumentos de piedra, tablillas de arcilla cocida o en rollos de papiro. Más tarde, se consiguió resolver el difícil problema de leerlos. Los escritos cuneiformes de los asirios y persas, los escritos jeroglíficos y los hieráticos de Egipto nos han revelado sus secretos, y el material de esta manera recuperado, aunque deficiente, ha revolucionado nuestro conocimiento del pasado. Cuando la reina Victoria de Inglaterra llegó al trono, se consideraba el año 4004 a. de C. como el de la creación del mundo. Se aceptaba que la escritura había sido inventada por los fenicios hacia el siglo VII antes de nuestra era. Actualmente poseemos documentos escritos que se remontan casi a la fecha en la que los hombres de la época victoriana creían que el mundo había sido creado.

Fue así como adquirimos un conocimiento más adecuado de la historia y cultura de las viejas civilizaciones de Egipto y Caldea.

Muchos de los logros fueron tan grandes y obvios como para ser admitidos inmediatamente sin género de duda. Fue universalmente aceptado que en el tercer milenio antes de nuestra era, los hombres podían gobernar poblaciones muy numerosas, construir grandes ciudades y crear maravillosas obras de arte. Tuvo que admitirse que obras literarias de cierta ambición y variedad empezaron a aparecer ya en esa remota época. En torno al año 2800 vivió en Egipto el filósofo Kegemmi, cuyo libro de máximas fue un texto clásico. El gran código de leyes de Hammurabi, rey de Babilonia, fue escrito hacia el año 2000 a. de C. Por el contrario, hasta la aparición de pruebas evidentes en el presente siglo, la existencia de algo que mereciese el nombre de ciencia fue una cuestión que podía ser discutida.

Antes de ocupamos brevemente de las fuentes de la ciencia egipcia y mesopotámica, diremos dos palabras de un problema previo. La conexión entre ciencia y técnica en dichas culturas fue muy estrecha. Es verdad que el objetivo práctico de la técnica puede distinguirse de la finalidad teórica de la ciencia. El técnico quiere hacer algo, el científico quiere conocer. ¡Pero nos hemos dado cuenta de que la mejor prueba de que nuestro conocimiento es verdadero es que nos posibilite hacer algo. La ciencia es continuamente verificada por la acción. También hemos empezado a percibir que, en sus orígenes, la ciencia no estuvo de hecho tan divorciada de fines prácticos como los historiadores han dicho a veces. Los libros de texto, ya desde los tiempos de los griegos, han tendido a ocultar la participación de elemento empírico en la adquisición del saber, por el deseo de presentar su contenido en el seno de un desarrollo lógicamente ordenado. Éste es, tal vez, el mejor método de exposición; el error consiste en confundirlo con los orígenes de la teoría. Detrás de la definición de Euclides de la línea recta como “la distancia más corta entre dos puntos”, se adivina al albañil con su plomada. Y el descubrimiento reciente de un fragmento del

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