«Este texto es […] el mejor homenaje que podía rendirse a la memoria de Michel Foucault. Un homenaje que es, a la vez que sentido recuerdo de lo que de prodigioso hay en la aventura intelectual foucaultiana, lúcida propuesta de un itinerario a través de la geografía compleja y trabada de su discurso: un itinerario entre los otros posibles que Foucault permite, pero un itinerario que une a la comprensión rigurosa que Deleuze tiene del significado de su obra, todo el arte deleuziano de los matices, los tonos, las inflexiones. Así, el presente texto es, también, testimonio ejemplar de una larga amistad, y no sólo “filosófica”». Del prólogo de Miguel Morey.
Gilles Deleuze
Foucault
ePub r1.0
Titivillus 08.01.16
Título original: Foucault
Gilles Deleuze, 1986
Traducción: José Vázquez Pérez
Prólogo: Miguel Morey
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Daniel Defert
GILLES DELEUZE (1925-1995) es una de las figuras más relevantes del pensamiento del siglo XX.
Miembro de la brillante generación francesa de intelectuales neonietzscheanos o postestructuralistas que renovó el panorama filosófico en las décadas de 1960 y 1970 (Derrida, Foucault o Lyotard), es autor de una larga serie de monografías magistrales sobre pensadores clave de nuestra tradición (Spinoza, Proust, Kant, Nietzsche, Bergson, Foucault, Hume, Leibniz) y ha compuesto una obra filosófica originalísima y de amplia influencia internacional (Diferencia y repetición, Lógica del sentido), que culminó en sus colaboraciones con Pierre-Félix Guattari, de las que destacan El Anti-Edipo, Mil Mesetas y ¿Qué es la filosofía?
Prólogo a la edición española
El presente texto es, sin duda y junto al opúsculo casi paralelo de Maurice Blanchot, el mejor homenaje que podía rendirse a la memoria de Michel Foucault. Un homenaje que es, a la vez que sentido recuerdo de lo que de prodigioso hay en la aventura intelectual foucaultiana, lúcida propuesta de un itinerario a través de la geografía compleja y trabada de su discurso: un itinerario entre los otros posibles que Foucault permite, pero un itinerario que une a la comprensión rigurosa que Deleuze tiene del significado de su obra, todo el arte deleuziano de los matices, los tonos, las inflexiones. Se trata de un trabajo de apropiación del discurso de Foucault a ese último nivel de las opciones primeras de un filosofar, donde se confunden precauciones metodológicas y compromisos ontológicos, llevada a cabo dentro del marco categorial estrictamente deleuziano, y mostrando la proximidad sorprendente de dos recorridos teóricos formalmente tan alejados, como los de Deleuze y Foucault; tan profundamente cómplices, sin embargo. Así, el presente texto es, también, testimonio ejemplar de una larga amistad, y no sólo «filosófica».
La relación entre Deleuze y Foucault viene de antiguo, y no cesa de enriquecerse con el paso del tiempo. Compañeros de estudios, Foucault no dejó de admirar la capacidad anticipadora, la vocación experimental del pensamiento deleuziano. «El pensamiento de Deleuze es profundamente pluralista. Hizo sus estudios al mismo tiempo que yo. Preparaba una tesis sobre Hume mientras yo lo hacía sobre Hegel. Yo era en ese entonces comunista y él ya era pluralista, y creo que eso siempre le ayudó. Su preocupación fundamental es lograr una filosofía no humanística, no militar, pluralista, de la diferencia, de lo empírico en el sentido más o menos metafísico del término». Rotura con el pasado, posibilidad de lo nuevo, éstos son los dos rasgos mayores del quehacer foucaultiano cuya importancia Deleuze no dejará de destacar, y de los que da constancia ya en los títulos mismos de los dos artículos que sobre Arqueología del saber (1969) y Vigilar y castigar (1975) escribió en vida de Foucault (y que se retoman, con modificaciones, en este texto): un nuevo archivista, un nuevo cartógrafo.
Foucault y Deleuze han compartido y comparten muchas cosas: una misma concepción del libro, de la escritura, por ejemplo, aunque no sean homologables sus procedimientos específicos, como no lo son los dominios de problematicidad sobre los que se aplican. Pero, para ambos, la escritura ostenta un rango análogo. «La teoría como caja de herramientas —escribe Foucault— quiere decir: a) que se trata de construir no un sistema sino un instrumento; una lógica propia a las relaciones de poder y a las luchas que se comprometen alrededor de ellas; b) que esta búsqueda no puede hacerse más que poco a poco, a partir de una reflexión (necesariamente histórica, en alguna de sus dimensiones) sobre situaciones dadas».
Tal presupuesto es lo que permite a Deleuze subrayar el carácter de poesía de Arqueología del saber, por encima de sus contenidos doctrinales o sus propuestas metodológicas. «Es posible que Foucault, en esta arqueología, haga menos un discurso de su método que el poema de su obra precedente, y alcance el punto en el que la filosofía es necesariamente poesía, poesía fuerte de lo que es dicho, y que es tanto la del sinsentido como la de los sentidos más profundos».
Si su obra puede ser caracterizada como poesía, si su pensamiento puede denominarse poético, y en sentido estricto, es precisamente en virtud de su específica relación con la verdad: porque entiende que, antes que algo por descubrir, la verdad es algo que está por producir desde y según el horizonte de sentido del que es capaz un discurso. «Es agradable —nos dice Deleuze— que resuene hoy la buena nueva: el sentido no es nunca principio ni origen, sino producto. No hay que descubrirlo, restaurarlo ni reemplearlo, sino que hay que producirlo, mediante una nueva maquinaria». Y concluye: «… producir el sentido es hoy la tarea»».
Y si, en este texto, Deleuze no deja de destacar este aspecto poético o productivo del discurso foucaultiano, otro tanto dirá Foucault de la obra del propio Deleuze, la entenderá también del mismo modo: «Pienso además en la eficacia de un libro como el Anti-Edipo, que no se refería prácticamente a ninguna otra cosa más que a su misma prodigiosa inventiva teórica: libro, o mejor, cosa, suceso que ha logrado enronquecer en su práctica cotidiana el mismo murmullo ininterrumpido que hace mucho ha pasado del diván a la poltrona».
Dadas estas afinidades, parece obligada la estrecha relación entre ambos quehaceres teóricos. Y también la proximidad cómplice de la amistad. Ante la malevolencia de los comentarios de M. Cressole («… se envían flores»), Deleuze responderá, irritado, que su amor y su admiración por Foucault son reales, y que el que ello no pueda ser claramente comprendido desde determinados sectores habla ya claramente de la calidad moral de los herederos de una cierta izquierda, para quienes no se trata tanto de comprender al otro como de vigilarlo. Desde el punto de vista de sus quehaceres teóricos no debería, sin embargo, hablarse exactamente de influencia, sino más bien de una evolución aparalela en la que ambos discursos no dejan de entrar en conexión. Se entiende difícilmente la aparición de un texto como Vigilar y castigar en el contexto de la obra foucaultiana, su desplazamiento de la problemática del saber a la del poder, sin la presencia poderosa aunque a distancia del