Daniel Fernández - Socialdemocracia

Daniel Fernández

Socialdemocracia

Socialdemocracia

Daniel Fernández

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© Daniel Fernández, 2018

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras Imagen de cubierta: «Manifestación del 1º de Mayo a su llegada a la Casa del Pueblo de Madrid», Foto Vilaseca. Nuevo Mundo (Madrid), 5 de mayo de 1910. Fundación Pablo Iglesias.

universodeletras.com

Primera edición: mayo, 2018

ISBN: 9788417274047
ISBN ebook: 9788417436759

Para Guzmán

«El socialismo democrático debe saber cómo disfrutar la lucha, reconociendo al mismo tiempo que el progreso no es la eliminación de la lucha, sino más bien un cambio de términos».

Aneurin Bevan
(Tomado de In Place of Fear, 1952).

Socialdemocracia

Viejos demonios recorren Europa. Nacionalismos, populismos cesaristas, capitalismos depredadores, encorbatados fascismos y fundamentalismos la atraviesan de punta a punta.

Marine Le Pen, Alexander Gauland, Viktor Orbán y Beppe Grillo se han aliado en santa cacería contra los valores que conforman el alma europea y contra el modelo social que los convierte en realidad.

Las viejas banderas de la socialdemocracia han de volver a ondear en nuestras calles y plazas, pues la batalla ya ha empezado y no existe alternativa a la victoria.

“No se puede ir por la vida de socialdemócrata cuando la socialdemocracia ha muerto”, afirmó en Newcastle —imaginamos que con la rotundidad que nace de una profunda convicción—, Norman Manning, seguidor de Jeremy Corbyn.

Norman Manning se equivoca. La socialdemocracia no ha muerto. Pero también a ella le llegará el día en el que el tiempo la convierta en pasado.

Cuando llegue ese día, la socialdemocracia tendrá un entierro sencillo y humilde.

Y a nosotros nos parecerá bien, pues así, humildes y sencillos, fueron su nacimiento y su vida.

Pero mentiríamos si ocultáramos, aquí y ahora, una preocupación: que ese día, ante su féretro, todo quede reducido a tres o cuatro discursos de madera bajo un centroeuropeo y triste cielo.

Si esta premonición se cumpliera, nosotros ya no estaríamos tan de acuerdo. Nos parecería una ceremonia excesivamente sencilla para lo que la socialdemocracia ha significado. Desproporcionadamente humilde si la confrontamos con sus actos y consecuencias. Injusta, al fin y al cabo.

Y como la socialdemocracia nació como una reacción radical contra la injusticia, nosotros, como socialdemócratas, no tendríamos más remedio que rebelarnos.

Artículo de Rafael Ramos en La Vanguardia (21-3-2016).

1. Primum non nocere

La socialdemocracia es el movimiento político y social que menos muerte, dolor o humillación ha causado a la humanidad.

(Excluimos, evidentemente, a todos aquellos ideales o utopías que no han tenido la posibilidad de embadurnarse de realidad).

Esta afirmación, tan rotunda como la realizada por Norman Manning, justifica por sí sola un sepelio de cierta entidad.

Primum non nocere. No hay mejor manera de hacer el bien que evitar producir algún tipo de mal, o, si este es inevitable, generar el mínimo mal posible.

La socialdemocracia ha producido males minúsculos allí donde ha gobernado o ha tenido influencia.

¡Claro que ha cometido errores! Ha sido protagonista de fracasos y no ha comparecido en algunas batallas que debió dar pese a la certeza de la derrota.

Pero, aun así, todo aquel capaz de lanzar una mirada limpia sobre nuestro pasado no debería tener ningún inconveniente en reconocer que la socialdemocracia —sus ideales y su manera de hacer— se ha revelado abrumadoramente incompatible con la muerte, el dolor y la humillación del ser humano.

«No nos convirtamos en los líderes de una nueva intolerancia», escribió Proudhon a Marx en 1846.

Y la socialdemocracia, sin ningún esfuerzo, compartió ese deseo desde que empezó a dar sus primeros pasos.

Por suerte, esta convicción no la vivió en soledad. De haber sido así, su obra hubiera sido menos relevante, menos persistente. Su legado más reversible.

La democracia cristiana, el liberalismo democrático, el radicalismo y hasta el conservadurismo inteligente han sido —unas veces como adversarios, otras como aliados— imprescindibles compañeros en este camino sin fin que pretende hacer más humana la vida del hombre.

Pero nos atrevemos a afirmar que ninguno de ellos tiene una hoja de servicios con tan pocos borrones como la socialdemocracia… … aunque estamos dispuestos a cambiar o matizar esta opinión si se nos aportan buenos argumentos.

2. Guerras y nacionalismos (valga la redundancia)

La socialdemocracia no ha impulsado o iniciado guerras. En todo caso, ha carecido de la fuerza y el valor para frenarlas.

Así sucedió cuando el virus nacionalista se apoderó de Europa en los días previos y posteriores al inicio de la Gran Guerra.

Hay quienes se entretienen en subrayar el fracaso del internacionalismo socialista en aquella encrucijada.

A nosotros este ejercicio se nos antoja interesado e hipócrita.

La socialdemocracia es un movimiento de hombres y de mujeres, no una agrupación de semidioses.

¿Cómo se evita una guerra cuando todos la desean y festejan?

Y aun así, fue en su seno donde más se rechazó y combatió.

Fue en su seno donde nacieron palabras como las de Jean Jaurès en su discurso de Vaise, barrio obrero de las afueras de Lyon.

Allí, en un atiborrado café, ante dos mil socialistas, Jaurès compartió con ellos su estremecimiento: «Cada pueblo aparece a través de las calles de Europa con su pequeña antorcha en la mano y ahora tenemos el incendio».

Era el 25 de julio de 1914. Seis días después, en París, Jaurés murió tiroteado a manos de un nacionalista francés.

(Solo hay un odio que supere al que un nacionalista tiene a un nacionalista de otra nación: el que atesora frente a un compatriota no nacionalista).

Fueron socialdemócratas, socialistas y laboristas los que se concentraron en masa en las grandes ciudades alemanas e inglesas en los días anteriores al inicio de la guerra, antes de ser arrastrados y sucumbir frente a la histeria nacionalista de sus pueblos.

Y fue el viejo doctor Viktor Adler —líder moral de la Segunda Internacional tras la muerte de August Bebel—, el que, impotente, comprendió en una inconsciente Viena que había empezado el principio del fin.

Las pequeñas antorchas patrióticas y nacionalistas habían empezado a formar una gran hoguera.

3. Épicas

La épica de la socialdemocracia es una épica cotidiana, una épica esforzada que no se reduce al tiempo de una batalla o de un personaje histórico, sino que se renueva con la luz de cada amanecer a través de millones de vidas.

La épica de la socialdemocracia es el trabajo diario de un asistente social en Brujas, el de una concejal del Ayuntamiento de Viena, el de un sindicalista en Hamburgo, el de un profesor de instituto en Cardiff o el de una representante estudiantil en Bolonia.

La épica de la socialdemocracia es el compromiso de un joven lisboeta con una ONG, el de una activista contra la violencia de género en Barcelona, el de una emprendedora en Praga o el voluntariado de un pensionista en Estocolmo.