Para Sabine L angenheim
Palabras liminares
Se cierra un ciclo de caída. Argentina escucha los compases de su réquiem. Es el modelo mundial de autodestrucción de su poder económico, de sus instituciones políticas, de la admirable revolución educativa sarmientina. Hoy es un conglomerado vacío de toda energía, irrelevante. En el país que fuera modelo en América Latina, triunfó la noluntad. Vamos en busca de su todavía misterioso «punto de quiebre», de su enfermedad profunda. Dirigencia y sociedad unidos en el fracaso. Ya no basta la pueril esperanza de un nuevo gobierno. Émile Cioran afirmaba, refiriéndose a su Rumanía natal, que cuando se llega a un grado semejante de ineptitud social y dirigencial solo cabe un milagro de transfiguración como la del Monte Tabor, del Evangelio. Transfiguración significa algo que está mucho más allá del cambio de lugar de los muebles en la misma habitación, del «cambio con continuidad o sin ella».
I
El fin de un ciclo
La P atria , amigos, es un acto perpetuo como el perpe tuo mundo.
Nadie es la P atria , pero todos lo somos.
Jorge Luis Borges
Hemos alcanzado en este fin de ciclo el punto límite de nuestra enfermedad. Es difícil situar las causas y el momento en que se quebró nuestra voluntad de ser, nuestro sentido de pasión y de realidad para defender y amar nuestra propiedad, esta casa de todos que es la Patria.
Nos falta amor y entrega para responder a la tradición de grandeza legada por los fundadores. Como si repentinamente nos hubiésemos desmoronado de nuestro saludable orgullo y nos conformásemos a disolvernos en el tiempo, como dejando de Argentina el recuerdo de una alta llamarada que durase un solo siglo. Ahora se impone esa reflexión que exige volvernos hacia nosotros mismos. Esa es la asignatura pendiente: comprender que hemos parido todos los ídolos que tratamos de vituperar y encarcelar. El cacerolazo es el ruido innoble de nuestro espíritu enfermo.
Necesitamos iniciar el éxodo de todos los espacios corrompidos: la politiquería, la economía de dependencia, la dolaricción, el insulto fácil, la venganza enardecida contra todo lo que hemos creado y apoyado durante el largo tiempo que nos llevó a la actual ruina, la obstinación en errores que no queremos aceptar. Este éxodo imprescindible sería diferente del bíblico: Moisés y los judíos salieron de Egipto buscando su propia tierra y penando cuarenta años en el desierto. Nosotros tenemos que salir del desierto de ideas descompuestas y de la caída moral para reunirnos con esa Patria que ahora habitamos como invitados, como extranjeros, sin sentimiento de apropiación, sin pasión, sin fidelidad, sin gratitud. Hemos negado con nuestra anomia y falta de amor la tierra prometida, este paraíso que pisoteamos con indiferencia. No supimos defenderlo y estamos en otra etapa de disolución nacional. Perdimos el sentido de la lealtad hacia la realidad de esta nación que, perversamente, hemos descuidado como algo prescindible o ajeno.
Éxodo significa salir del nihilismo hacia el entusiasmo creativo y la afirmación. Ojalá no nos cueste cuarenta años de desierto.
Imaginemos Alemania, Italia, Japón o Francia en 1945. Tal vez nosotros, los argentinos, alcancemos también la fibra necesaria para transformar la crisis y el desbarrancamiento moral en fuerza de recreación, de renacimiento.
Debemos transformar esta tristeza invasiva, esta desesperanza de hoy, en aventura y energía creadora. Nuestras ruinas, a diferencia de las de aquellos países, son espirituales. Se nos acabó la gana. Tenemos que saltar y no nos animamos, aunque las llamas ya nos quemen.
Solo nosotros podemos salvarnos y la voluntad que necesitamos no pasa por los montos del FMI ni por los remiendos de un sistema economicista ilusorio, que en el mejor de los casos protege a tres millones de satisfechos y una vasta clase media, pero condena a dieciséis millones de pobres, marginados y perplejos a un subdesarrollo vergonzoso en una sociedad con tradición de prosperidad y ambición de dignidad.
Este ciclo político mercantilista y corrupto se cierra con un quiebre estrepitoso de realidades e ilusiones Nos urge reconstruir una economía de acuerdo a las exigencias y a la situación internacional, salvar los negocios en marcha y, al mismo tiempo, desarrollar al máximo la economía de la solidaridad, la subsistencia y la recuperación productiva. Son dos grandes tareas ineludibles Pero la esencial e ineludible es la superación de la bajeza y la indignidad.
Porque tenemos que afirmar nuestra fragilísima democracia de convergencias, sin agregar irracionalismo político al desastre económico. Y comprender que el daño educativo y cultural nos cuesta más que la penuria económica.
Es hora de reconstruir, de reconstruirnos, con cautela, con mutuo respeto. Estrechando filas. Iniciemos el éxodo hacia esa Argentina intacta en su capacidad humana, en su voluntad de vivir. Se impone restablecer el poder del Estado asaltado. La primera función del Estado es el orden público. Hay que restablecer el lugar de las Fuerzas Armadas como instrumento de defensa y de estrategia continental, y el enérgico desempeño de las fuerzas de seguridad ante la delincuencia y la anarquía cada vez más violenta e infértil. Nos espera la batalla contra el narcotráfico, en tiempos de corrupción...
El Estado es el lugar del poder nacional. Sin Estado, la voluntad del pueblo y su democracia carecen del instrumento imprescindible para imponer los objetivos deseados, incluso para que una democracia formal se adueñe de todos los resortes institucionales.
Estrechemos filas en torno a la familia, al padre desocupado, al hermano a la deriva, al amigo perplejo que ya se cree sin horizonte. Construyamos serenamente el futuro y la alegría de vivir como aquellos países que tuvieron que alzarse desde millones de muertos y destrucción sin parangón Está en cada uno de nosotros madurar para la conducta que exige la reconstrucción: disciplinarnos, buscar y expresar solo lo positivo y lo útil. Tener amor a la Patria, que empieza por el amor a la familia y a nuestros amigos, y por la voluntad callada de crear con nuestro trabajo la legión para el inexorable renacimiento de una tierra privilegiada.
Argentina nos dio todo y no merece nuestra flojera. No podemos ser la generación del gran fracaso. Debemos reconstruir y habilitar las doctrinas de nuestros partidos históricos y suspender el juego deletéreo de quienes no comprenden que este ciclo de hegemonía abusiva terminó en nuestra quiebra.
El país nos llama a vivir, a saltar de la queja y de la desesperación blanda. Vivir es un acto poético, de decisión, de afirmación religiosa, de amor. Es la decisión cojonal de no dejarse robar la Patria ni dejar que se ahogue. En ella nacimos. Es la riqueza de todos, el único ámbito para nuestra existencia y nuestro futuro. Nadie es la P atria , pero todos la somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, inces ante , ese límpido fuego mister ioso , escribió el poeta.
La caída
Cuando André Malraux estuvo por primera vez en Buenos Aires, en tiempos buenos, lo llevaron a visitar la ciudad. Iba en compañía de gente de la revista Sur y de La Nación. Durante una hora y media recorrió con silenciosa atención los barrios que le proponían y cuando llegaban al centro por la actual Avenida del Libertador, Malraux, que no había dicho una palabra, exclamó:
—¡Esta es la capital de un imperio! —Y agregó:— ¿Pero el imperio dónde está?
Esto pasó hace varias décadas y hoy los argentinos nos preguntamos lo mismo. Lo sentimos indefinidamente como un fracaso inefable, un peso que ni siquiera es una desilusión.
El imperio no fue. La promesa se nubló, se eclipsó. Entramos en el nuevo siglo a paso de réquiem. Desde el 2005 al 2015 venimos alcanzando todos los récords de autodestrucción. Hay algo nuevo y terrible, más allá de la degradación de la política y sus fantoches, más allá de la economía quebrada, el narcotráfico, la imbecilización juvenil.
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