Los demoni os ocultos
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Primera edición:2004
Derechos reservados © 2019, respecto a la segunda edición en español, por:
© Abel Posse
© Editorial Samarcanda
ISBN: 9788417672225
ISBN e-book: 9788417672713
Producción editorial: Lantia Publishing S.L.
Plaza de la Magdalena, 9, 3 (41001-Sevilla)
www.lantia.com
IMPRESO EN ESPAÑA — PRINTED IN SPAIN
Prólogo
Desde 1971, cuando me propuse por primera vez este libro, debo confesar que fallé en tres o cuatro intentos de escribirlo. Se trata de un tema difícil y ambiguo.
Yo había vivido en las islas del Ibicuy y llegué a conocer algunos nazis de los tantos que habían encontrado refugio en la Argentina a partir de 1945.
Algunos personajes aparecen con el nombre necesariamente cambiado. Otros como Owen, Stahl o Von Leers pasan con sus nombres reales o ligeramente trucados. Traté de novelar rescatando ciertos aspectos de esa «cara oculta» del nazismo, que en realidad responde a una corriente de pensamiento paganoiniciático anterior y posterior al episodio nazi que apenas ocupó dos décadas de este trajinado siglo que expira abocado a horrores iguales o aun mayores.
Me hubiera gustado haber podido abusar de las facilidades del género novelístico para poder tejer hasta el último hilo en una trama clara y coherente. Pero me vi impulsado a dejar muchos hilos flotando en un espacio de misterio infranqueable donde se torna imposible todo intento de homenajear la simetría y la lógica.
En cuanto a la presencia (y la jefatura) de Martin Bormann en la Argentina y su melancólico viaje hacia el mundo andino, «sede de la Lemuria primordial», dejo el debate en manos de los historiadores que se muestran profundamente divididos sobre el tema y sobre la oportunidad y circunstancias de su presunta muerte.
En lo que hace a la búsqueda de la mítica Agartha (la ciudad secreta —presumiblemente subterránea— donde morarían los Superiores Desconocidos destinados a emerger y salvar al mundo en el umbral de un colapso definitivo), he consultado una abundante bibliografía que va desde René Guenon y F. Ossendowsky hasta el contemporáneo René Allau.
Agradezco al profesor Yehuda Bauer, de la Universidad de Jerusalén, la clarificación de algunos aspectos poco conocidos acerca de las corrientes secretas que desembocaron o se encarnaron en el nazismo como un episodio más de una secular guerra del paganismo original contra el judeocristianismo.
Abel Posse
«El nazismo, intrínsecamente, es un hecho mortal, un despojarse del viejo hombre, que está viciado, para vestir el nuevo… El mundo se moría de judaísmo y de esa enfermedad del judaísmo, que es la fe de Jesús; nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada.» (Un personaje del Deutsches Re quiem .)
Jorge Luis Borges
«Voy a libraros un secreto: fundaré una Orden. Se hará al margen de las organizaciones de masa. De la élite se reclutará una Orden que comportará diferentes grados de iniciación, de responsabilidad y de mutua colaboración. Se trata de pasar del animal-masa al hombre-dios. El Nacionalsocialismo es más que una religión, es la voluntad de crear el superhombre.»
Adolfo Hitler
«Es posible que tengamos un día que soportar penosos fracasos, tanto en la política exterior como en la económica. En tal caso será indispensable que el grupo de iniciados esté siempre allí, como una especie de clero secreto, que podría preservar, hasta el retorno de tiempos favorables, los planes esenciales del Nacionalsocialismo, sin confiarlos a organizaciones o partidos abiertos…»
Alfred Rosenberg
PRIMERA PARTE
1952
Capítulo I
La famosa muerte de Eva Perón y la melancólica agonía del barón Von Woltmann • Las secretas islas del Ibicuy • Anna o el naufragio de un amor • Von Stahl o el hombre salvado del fuego… • Sambalah, uno de los misteriosos polos de poder oculto del mundo.
Cuando Lorca se puso a rememorar los hechos y las peripecias comprendió que se trataba de una historia que lo venía enredando desde treinta años atrás, cuando vivía en las islas del Ibicuy, un lugar salvaje al norte de Buenos Aires, en el vasto delta que forman los ríos Uruguay y Paraná al confluir para formar el Río de la Plata.
Fue cuando murió Evita. Eva Perón. El 26 de julio de 1952 el locutor de radio del Estado comunicó patéticamente que «a las veinte y veinticinco de hoy, Eva Perón entró en la inmortalidad».
Lorca era entonces un desorientado estudiante, liado en una historia sentimental bastante neurótica, caído en la soledad del Ibicuy como buscando encontrar alguna definición para su crisis.
Por influencia de sus tías republicanas que habían llegado de España huyendo del triunfo franquista (y que lo habían criado desde la muerte de su madre), veía en el peronismo y en Eva Perón protoformas sudamericanas del fascismo. Por entonces, como la mayoría de los estudiantes determinados por la clase media, le bastaba condenar aquel movimiento popular sin demorarse en su fuerza secreta. La frase del locutor radical le pareció una ridiculez del régimen. Estaba lejos de sospechar que si bien Evita sería (o no) inmortal, al menos sería una figura mundialmente inolvidable.
La noticia, esperada desde varios días, circuló con increíble celeridad entre los peones de los obrajes madereros y los plantadores extranjeros. En los pocos almacenes los peones se apiñaban en torno a la radio.
A la mañana siguiente, desde muy temprano, se pudo ver a la gente que estaba inmóvil en las costas de los riachos, como si la corriente pudiese darles algún consuelo o explicación de lo sucedido. Los chicos desarrapados permanecían en silencio, prendidos a las faldas de las madres. Cesaron los golpes de las hachas y el zumbido intermitente y agresivo de la sierra de la factoría del alemán Müllenkampf.
Era como un domingo. Pero un domingo negro.
Lorca vio arrimar el bote de Lazlo. Pensó que venía a hacerle los comentarios obvios. Pero le informaba de otra agonía: la de Von Woltmann.
—El viejo esta vez no se salva —dijo Ante la muerte pública y espectacular de Eva Perón, lo de Woltmann pasaba como algo inadvertido.
Era un personaje notable. Había «levantado» una plantación de sauce-álamo de unas doscientas hectáreas y se contaban mil anécdotas de un pasado turbulento y brillante, desde sus orígenes como aristócrata prusiano naufragado con su acorazado en la batalla de Kiel, hasta sus aventuras en el Orinoco como buscador de diamantes y vendedor de pieles de jaguar.
En aquellos años el Ibicuy era un mundo aparte. Había llegado gente de todos lados: polacos, rusos exiliados, judíos escapados de sucesivos pogromos, estafadores rumanos, nobles melancólicos, búlgaros en su siempre renovada huida ante el progreso, nazis con el nombre cambiado…
Lorca pensaba que aquello correspondía con bastante exactitud a lo que era la Argentina: los argentinos no descienden ni de los incas ni de los aztecas (como los peruanos y mexicanos). Descienden de los barcos en el sombrío puerto de Buenos Aires. Todos llegaron perseguidos por hambres o metafísicas terribles; o desastrados por guerras heroicas. Llegaron tratando de salvarse del terrorismo de las epifanías y revelaciones religiosas o políticas. Lorca decía —no sin cierta razón— que era un país sólo comparable al famoso monstruo de Frankenstein: creado con la carroña de varios cadáveres.
Ese aluvión humano (o zoológico) de algún modo se fue fijando como las arenas voladoras que terminan sedentarizándose en torno al tronco de los pinos.