Pedro Díaz Cepero
No puse nombre a mi primer amo r
Memorias heterodoxas d e un chico de posguerra
No puse nombre a mi primer amor
Memorias heterodoxas de un chico de posguerra
Pedro Díaz Cepero
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
© Pedro Díaz Cepero, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodeletras.com
Primera edición: septiembre, 2018
ISBN: 9788417569037
ISBN eBook: 9788417570187
A mis queridos padres:
Mariano y Visitación
—in memoriam—
Agradecimientos
En agradecimiento a mis compañeros de pupitre, actores de reparto como yo en este teatro de variedades que es la vida, por orden de intervención: Academia San Eugenio, Colegio Nuestra Señora de Fátima, Colegio San Viator, Instituto Cardenal Cisneros, Escuela Oficial de Publicidad, Universidad Complutense y Colegio Alemán.
Recuerdo afectuoso a todos los maestros y docentes que nos formaron, protagonistas del guión e interpretes de su papel en una obra hostil, obligados a seguir unos planes educativos rígidos, espejo del ideario de una dictadura empeñada en perpetuarse.
Mi modesto homenaje a los cientos de maestros provenientes de la República que fueron injustamente represaliados, asi como a los muchos profesores universitarios exiliados y/o retirados de sus cátedras.
Y el reconocimiento a los historiadores que, con documentos fidedignos de época, están desvelando las mentiras de un régimen ilegítimo: Ángel Viñas, Gabriel Tortella, Gabriel Jackson, Josep Fontana, Pierre Vilar, Hugh Thomas, José Álvarez Junco, Santos Juliá, Paul Preston, Alberto Reig Tapia, Juan Pablo Fusi, Ian Gibson, Glicerio Sánchez, Pablo Rosser y tantos otros.
Cogía el libro con cuidado y, afanosamente, comenzaba a leer las primeras líneas, los dos o tres párrafos iniciales, saltando la introducción, el índice y todo lo que hiciera falta. En esos segundos de lectura si el relato me atrapaba ya podía estar suponiendo que el libro me iba a gustar, otra cosa sería la posibilidad de comprarlo. Esa era la primera condición para que un libro me pareciera interesante. Y cada vez que hacíamos una excursión a la cuesta Moyano repetía la misma ceremonia en la sucesión de casetas de lance en donde se nos derretían las horas. Podíamos estar una tarde entera sin darnos cuenta, hasta que anochecía, calle arriba calle abajo, deteniéndonos en cada puesto. Sabedores de que la mayoría de las veces, con el bolsillo vacio, no compraríamos nada.
No acababan aquí las rarezas, porque inmediatamente después de esa primera incursión venía la siguiente pesquisa. Me aprestaba a olisquear como un sabueso las páginas del libro. Y para sacarles más husmo hacía batir las hojas una detrás de otra. Pensaba que el aire ascendente me revelaría algún misterio oculto tras sus páginas, o quizá el alma de su anterior propietario. Este proceder no tenía influencia en la valoración de la escritura, pero era una licencia gratificante que, no me importa confesarlo, he continuado después. Ni todas las pastas de papel ni todas las tintas huelen igual, ni mucho menos.
Así que, me decía, «si yo escribo alguna vez un libro tendré que tener buen cuidado en hacer un comienzo con fuerza, que atrape». Menos podría hacer en cuanto al completo catálogo de olores que iba engrosando ya la memoria de mi pituitaria.
Concretamente, el olfato, ha sido y es para mí un referente de información y llave de recuerdos, situaciones y vivencias. Algo así como la magdalena mojada en tila de Proust. No creo haber observado en nadie, ni en mi familia ni en mi círculo de amigos, estas tempranas aficiones. Se despereza una maraña de asociaciones que circula por el laberinto interior de mi cerebro. Seguramente sucede lo mismo con todos nuestros recuerdos. ¿Cuál es la chispa que prende en las conexiones neuronales para que afloren unos y se queden escondidos otros? Escribir unas memorias debe ser como iniciar un viaje con un recorrido incierto por el mapa aparentemente conocido de lo vivido, no necesariamente ordenado en el tiempo.
Supongo que no todo en este mundo tiene una explicación, por mucho que una de las motivaciones más importantes de mi vida haya sido encontrarla, descubrir ese entramado complejo que gobierna nuestra existencia. Y buceando en mi interior, con el mismo espíritu de explorar el mundo, la intención sería la de extraer alguna conclusión general, si fuera posible universal, de cómo transcurrió la vida de los chicos de mi generación, actores de figuración, hijos de la calle y de un determinado status social. Me gustaría profundizar en cómo se desenvolvía, en cómo se tejía y destejía su universo emocional, cuáles eran sus aspiraciones más íntimas en contraste con un contexto urbano bastante chato y gris, dentro de una sociedad triste y represora.
Afán posiblemente vano, como el de esas nueces que prometen mucho por fuera pero que dentro desengañan. Por su misma variedad, intentar rellenar el espacio de las vidas privadas que no aparecen en los anaqueles será siempre un objetivo parcial a cubrir. Dejar constancia del acontecer diario de las gentes sin identidad, esos cuyos apellidos no están registrados en los libros de cantos dorados de la historia, ni protagonizan discursos o exigen líneas honoríficas en los documentos oficiales. Es una forma de reclamar un instante de presencia para esa masa inanimada, mayoría silenciosa dicen, que formamos casi todos, la misma que es llamada por reemplazo en todas las guerras.
El recuerdo es forzosamente parcial, y más si el mismo individuo trata de hacer una interpretación posterior de lo sucedido. Eso no quiere decir que se busque siempre el lado autocomplaciente, puede ser que la mirada adopte un sesgo excesivamente crítico, como si se quisiera hacer un ajuste de cuentas con uno mismo. Tampoco parece cierto, según los últimos hallazgos en el estudio del cerebro, esa creencia muy extendida de que tendemos a eliminar la memoria negativa y a conservar solo los recuerdos de los momentos felices. Así pues, enfrentarse a la redacción de unas memorias es comenzar un camino del que conoces más o menos los principales mojones, pero no sabes muy bien cómo vas a llegar a ellos, ni siquiera en dónde pueden tener lugar nuevas escalas. Una vez que se inicia el proceso de desperezar los recuerdos dormidos, se inicia también una secuenciación aleatoria de éstos difícil de prever en todos sus extremos.
La primera tirada del hilo de la madeja se produce en Madrid, en un año, 1951, en donde según me contaban, dejaron de expedirse las llamadas cartillas de racio namiento , vigentes desde el final de la Guerra Civil española que enfrentó, como se ha dicho tantas veces, a familiares con familiares, a hermanos contra hermanos, y ello no solamente en un sentido figurado. Luego, mirando los libros, parece ser que el racionamiento terminó «oficialmente» el 16 de Mayo del año siguiente. Recuerdo fallido de mis padres, como el mío lo será en otras ocasiones. No hay que buscar la certeza exigible al historiador en un relato escrito con la caligrafía de una vida reconstruida. Lo que sí es seguro es que fueron años muy duros para la población menos favorecida, en donde la escasez de alimentos debida al destrozo de la cabaña animal y de las cosechas, a más de la autarquía del régimen franquista y el aislamiento de los países del eje, dio lugar a grandes sucesos de hambruna en muchas partes del país, con especial dramatismo en las zonas urbanas.
Página siguiente