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PRÓLOGO
En todos los años que hace que conozco a mi padre, debo admitir que nunca he visto al Rav tan entusiasmado por un tema en particular, como lo estaba con la nanotecnología.
Sin embargo, el entusiasmo del Rav puede desorientar a muchas personas, ya que no estaba en absoluto basado en la tecnología física obvia del uno por ciento, ni en las promesas de las que hablan los nanotecnólogos. El Rav, como siempre, vio mucho más allá. En la nanotecnología, encontró el lenguaje, los conceptos y los paralelos directos con los cuales podía transmitir los aspectos más importantes de la tecnología propia de la Kabbalah.
Los kabbalistas de la historia siempre han tenido un gran respeto por la ciencia, pues las verdades científicas son el reflejo directo de las verdades espirituales que están detrás de toda realidad. No son otra cosa que el espejo, en el reino de la conciencia humana, de la revelación de los secretos kabbalísticos en el mundo físico. En otras palabras, a medida que los kabbalistas revelan nuevas y elevadas verdades metafísicas codificadas en los textos del Zóhar, la ciencia descubre inmediatamente después verdades concernientes a las leyes físicas que gobiernan el mundo natural. Cuando la conciencia humana se eleva en el nivel espiritual, los descubrimientos físicos y médicos la siguen automáticamente.
Los kabbalistas siempre aceptaron el saber de las ciencias. Ahora, para poder unir las dos caras de la moneda, es tiempo de que las ciencias acepten la sabiduría de la Kabbalah.
De manera asombrosa, eso es precisamente lo que ha logrado el Rav con este libro. La nanotecnología nos ofrece nada menos que la oportunidad de regenerar el cuerpo humano y alcanzar el objetivo final de la inmortalidad biológica. Las metodologías descritas por los nanotecnólogos para lograr este grandioso objetivo reflejan con precisión las fórmulas y técnicas relatadas en el Zóhar hace aproximadamente veinte siglos. Lo que faltaba era la capacidad de presentar estos paralelos de una forma no sólo comprensible, sino también alcanzable para la persona profana en estos temas.
El costo
Aun con todo su entusiasmo, el Rav sabía que el descomunal esfuerzo de una vida dedicada a lograr este momento histórico tendría un costo. Como todos los grandes kabbalistas de la historia, mi padre estaba preparado para pagar ese costo. Y vaya si lo pagó.
Cuando un kabbalista revela secretos profundos y los transmite a una generación que aún no se considera digna de apreciarlos y aceptarlos, su alma abandona este mundo o bien se ve obligado a sufrir un gran dolor emocional, físico y espiritual.
Este libro se inició en el año 2003, en la sala de conferencias del Centro de Kabbalah de Los Ángeles. Desde el momento en que el Rav comenzó a escribirlo, nuestro objetivo era que estuviera publicado y en las manos del mundo para el invierno del 2004. Pero Dios tenía otros planes.
Después de unos meses de apasionada y vigorosa escritura, el Rav sufrió un accidente cerebrovascular. Inmediatamente supe la causa: los secretos que el Rav estaba poniendo en el papel. Un kabbalista no es un divulgador; cualquier persona puede difundir información. Un kabbalista debe convertirse en un canal. La mayoría de la gente no tiene idea de lo que realmente significa ser un verdadero canal. Para poder actuar como canal, el kabbalista debe convertirse en un brillante ejemplo viviente de los secretos que desea transmitir a los demás. Por eso, debe encarnar todo lo que comparte. En otras palabras, un verdadero kabbalista no dice haz lo que yo digo, sino haz lo que yo hago y también lograrás lo que yo he logrado.
La diversidad de conceptos a los que el Rav se ha referido a lo largo de su vida puede resumirse en uno sólo, el poder de la mente sobre la materia. La nanotecnología kabbalística se basa enteramente en esta idea. Como consecuencia, antes de que el Rav pudiera volcar al papel toda la sabiduría de la Kabbalah, tuvo que vivir este concepto para allanar el camino a otras personas, de modo que pudieran transitarlo y lograr lo mismo que él, sin necesidad de sufrir.
El 2 de septiembre del 2004, el Rav fue trasladado de urgencia al hospital. Los médicos dijeron que había sufrido un accidente cerebrovascular. El neurocirujano apartó a mi madre y le dijo que mi padre quedaría en estado vegetativo debido a la zona particular del cerebro que había sido afectada y a la dimensión del daño producido. Era la tarde de un viernes. El Shabat estaba muy cerca. Algunos amigos íntimos se apresuraron en llegar al hospital con el fin de acompañar a mi familia y formar un grupo de al menos diez personas para el Shabat.
En el fondo de mi alma, yo ya sabía que el Rav no era una simple víctima de la circunstancia. Los accidentes cerebrovasculares no son casuales; ninguna enfermedad lo es. Esta era precisamente una convicción que el Rav había tenido durante toda su vida. Él había asumido voluntariamente esta lucha para poner en práctica lo que había prometido el antiguo Zóhar mucho tiempo atrás, que nosotros, la humanidad, tenemos la capacidad de lograr el dominio de la mente sobre la materia para curarnos de todo tipo de males y enfermedades, hasta en el nivel más fundamental de la realidad, incluyendo nuestros átomos, las partículas subatómicas que producen un átomo y mucho más allá.
La noche de Shabat
Mientras el Rav yacía inmóvil en aquella habitación de hospital, rodeados por nuestros amigos más íntimos, entramos en Shabat con una sensación de absoluta certeza en la recuperación del Rav. Sin embargo, yo sentía un profundo e indescriptible dolor al ver a un héroe tan poderoso, amoroso y extraordinario totalmente indefenso, por lo menos desde la limitada perspectiva de mis ojos. Abrimos los párpados del Rav mientras estaba en estado de coma. Parecía no estar allí. Era una imagen espantosa, pero aun así yo sentía un cálido resplandor que irradiaba de la cara de mi padre y me llenaba de certeza.
Mi querida madre tiene el coraje y la compasión de las grandes heroínas y matriarcas bíblicas; y el alma y la bondad de un ángel. Ella conoce a mi padre más que nadie sobre esta Tierra. Mi madre se negó a aceptar lo que el neurocirujano le había dicho; no por encontrarse en un estado de negación, sino porque sabía muy bien quién era exactamente la persona que yacía en aquella cama de hospital. Mi madre lloró lágrimas de dolor aquella noche, pero no por ello dejó de ir y venir por la sala, asegurándose de que todos nuestros amigos se sintieran cómodos y estuvieran atendidos. Permaneció sentada durante horas en el cuarto de baño, que estaba abierto como parte de la habitación, para que nuestros amigos pudieran sentarse cómodamente en las sillas que rodeaban la cama del Rav. Yo tenía el corazón destrozado. Sin embargo, era consciente de estar contemplando una grandeza mucho mayor de lo que las palabras pueden describir. Mi madre, aun en su momento de mayor necesidad, se ocupó primero de los demás.
Cuando el sol de aquel viernes empezó a descender en el horizonte y la asombrosa energía de Shabat empezó a impregnar la habitación, comenzamos a cantar Lejá Dodí, el famoso himno que tiene el poder de atraer y capturar la energía entrante que los kabbalistas llaman la Reina de Shabat, que es el aspecto femenino de la Fuerza Divina.
Fue el Lejá Dodí más difícil que he cantado en mi vida. La certeza total en las enseñanzas de la Kabbalah y una absoluta convicción en el poder y la grandeza de mi padre, junto con el dolor inconsolable que debilitaba mi corazón y lastimaba mi alma, me infundieron un estado de ánimo paradójico y conflictivo.