Carlos Santana - El Tono Universal: Sacando mi Historia a la Luz

Josefina Barragán

José Santana

Mi historia comienza con un desfile.

M i historia comienza con un desfile.

Pero, en realidad, podríamos empezar en cualquier punto de mi vida y eso sería genial. Es como la lista de temas para un concierto de Santana. Podrías hacerla trizas, arrojarla al aire y volver a armarla. La verdad es que cualquier momento sirve como punto de partida y cualquier momento sirve como punto final. Todo es parte del mismo círculo y todo está conectado.

Hay muchos capítulos en mi historia. Hay muchos en la vida de cualquier persona. Pero mi vida está formada por tres aspectos: por un lado está mi trayectoria musical; por otro mi historia como hijo, hermano, esposo y padre (lo que llamo el ritmo doméstico); y por último, está mi dimensión espiritual, el reino invisible. Todo está estrechamente entrelazado: lo físico y lo espiritual, la seriedad y el humor; lo sagrado y lo terrenal. Así es este libro.

Sé que quieres escuchar sobre el Fillmore y Woodstock, y lo harás. También quieres saber sobre los 60 y los 70 y, por supuesto, sobre Supernatural, las entregas de premios y todo lo que sucedió desde entonces. Abrazaré todo y a todos como corresponde: a mis antiguos maestros, mi divorcio, mi nuevo matrimonio, el abuso sexual que sufrí de niño… todo.

Está mi niñez en México y el viaje que hicimos de Autlán a Tijuana con mi mamá, mis hermanas y hermanos. Mi papá enseñándome violín y cuando me envió mi primera guitarra eléctrica desde San Francisco. Mis hermanas que se sentaban encima de mí para obligarme a escuchar a Elvis. La mudanza de mi familia de Tijuana a San Francisco, donde aprendí inglés y comencé una vida nueva, en un nuevo país como lavaplatos.

Este libro no es una crónica discográfica o anual de cada espectáculo del grupo de rock de Santana. Todo eso es para otro momento y otro libro. Este libro no es historia, es mi historia. Y al contarla, soy consciente de que elijo tener cada uno de mis recuerdos. Existe algo así como una lógica divina; yo la llamo memoria celestial. De hecho, toda persona tiene la opción de mirar hacia atrás y ver el pasado como belleza y bendiciones. Cuando me acuerdo del sabor del helado, puedo pensar que era aún más dulce; y cuando recuerdo el aire de un lugar, puedo pensar que se sentía aún mejor en mis pulmones. También celebro la honestidad y los detalles que cuentan las historias de mi vida.

Mi objetivo es que este libro sea multisensorial, que su lectura sea como saborear la comida casera de mi madre: interesante y también deliciosa. Ni insípida ni aburrida.

La comida que amo de México, la ropa, los colores y la música, todo sigue vivo en mí. Todavía siento el olor que inundaba el ambiente de los clubes de striptease en Tijuana y el detrás de escena del Auditorio Fillmore en San Francisco. Veo a la gente, huelo la marihuana. Siento en mis manos las guitarras que alguna vez toqué y puedo escuchar los sonidos que salían de cada una de ellas. Estoy tan agradecido por todos esos recuerdos…

¿Ese desfile que mencioné? Ese no es uno de mis recuerdos. No lo recuerdo porque yo no estaba allí. El día del desfile fue cuando mi padre y mi madre se conocieron por primera vez, como adultos. Allí es cuando comenzó todo para mí.

Mi mamá dice que eran las cinco de la tarde; el sol se iba acercando al horizonte y todo se veía dorado, como sucede a esa hora del día. De repente, escuchó un alboroto en la calle. Esto sucedió en su pueblo natal, Cihuatlán, en el estado de Jalisco en México, sobre la costa del Pacífico. Fue alrededor de 1938, cuando mi mamá, Josefina Barragán, todavía vivía con su familia.

Mi abuelo (su papá) se estaba quejando: “¡Oh, es ese diablo, el Farol!”. A mi papá lo llamaban el Farol. Lo apodaron así por una canción que solía tocar y cantar.

“¿De qué hablas?”, le preguntó ella. “Es él, José Santana”. Mi mamá se había topado con él una vez cuando ella era niña y él un adolescente. Ella estaba jugando con una pelota que aterrizó a los pies de mi papá y ella fue corriendo a buscarla. “¡Bu!”, dijo él. “¡Eh! Rubiecita, tienes el pelo lacio como barba de maíz”. Y ella salió corriendo.

Más de diez años después, mi mamá abrió las cortinas y vio un grupo de personas caminando por el medio de la calle con José a la cabeza y todas las prostitutas del pueblo siguiéndolo. Todos iban riendo, haciendo música y cantando. El hombre que se convertiría en mi padre sostenía el arco de su violín en alto como un asta, de la cual colgaban un par de pantaletas y un sostén. El alcalde iba al lado de mi papá y también había otros músicos. El cura del pueblo, realmente enfurecido con este espectáculo, los seguía mientras intentaba arrojar agua bendita sobre los descarriados. Iban haciendo un increíble barullo, un gran alboroto. Por lo que contaba mi mamá, imagino que habrían estado de parranda durante toda la noche y todo el día, y estaban tan satisfechos de sí mismos, tan ebrios y desinhibidos que habían decidido trasladar la fiesta a las calles. De todos modos, era un pueblo muy pequeño y todos miraban este espectáculo y movían sus cabezas en reprobación.