FELIPE ÁNGELES
CAMINA HACIA LA MUERTE
E nell’ascoltare quelle voci, mentre più non sapevo cosa pensare, mi accade di poter rivedere in faccia il condannato, che a tratti la folla davanti a me nascondeva. E vidi il viso di chi guarda qualcosa che non è di questa terra, come talora vidi sulle statue dei santi rapiti in visione. E compresi che, pazzo o veggente che fosse, egli lucidamente voleva morire perche credeva che morendo avrebbe vinto il suo nemico, qualsiasi esso fosse. E compresi che il suo esempio ne avrebbe portati a morte altri. E solo rimassi sbigottito da tanta fermezza perche ancora oggi non so se in costoro prevalga un amore orgoglioso per la verità in cui credono, che li porta alla morte, o un orgoglioso desiderio di morte, che li porta a testimoniare la loro verità, qualsiasi essa sia. E ne sono travolto di ammirazione e timore.
UMBERTO ECO, Il nome della rossa
Y al escuchar aquellos gritos, mientras no sabía ya qué pensar, me sucedió que pude volver a ver la cara del condenado, que cada tanto la multitud ante mí ocultaba. Y vi el rostro de quien contempla algo que no es de esta tierra, como lo he visto a veces en las estatuas de los santos en rapto visionario. Y comprendí que, fuese santo o vidente, lúcidamente él quería morir porque creía que muriendo habría derrotado a su enemigo, cualquiera fuera éste. Y comprendí que su ejemplo habría llevado a otros a la muerte. Y sólo quedé pasmado ante tanta firmeza porque todavía hoy no sé si en éstos prevalezca un amor orgulloso por la verdad en la cual creen, que los lleva a la muerte, o un orgulloso deseo de muerte, que los lleva a testimoniar su verdad, cualquiera ésta sea, y me siento inundado de admiración y temor.
UMBERTO ECO, El nombre de la rosa
El general victorioso pasa largo tiempo en su tienda haciendo muchos cálculos antes de la batalla.
SUN TZU, El arte de la guerra
“Mi muerte hará más bien a la causa democrática que todas las gestiones de mi vida. La sangre de los mártires fecundiza las buenas causas”, escribía el general Felipe Ángeles en noviembre de 1919, en el cuaderno de apuntes de un periodista de Parral que lo entrevistó cuando lo conducían prisionero para ser juzgado por un Consejo de Guerra en Chihuahua. Sabía que la sentencia de muerte iba a ser, como se confirmó el 25 de noviembre de 1919, el destino final de ese viaje.
Se había preparado largamente para ese destino, viviendo en cada momento de su vida la sentencia clásica: “hora cierta, hora ignota”. Así construyó, “con delectación de artista” —como escribiría de sí mismo, casi medio siglo después, esa alma gemela del general Ángeles, el Che Guevara—, los últimos días de su vida, las 40 horas que duró el proceso, la ejecución al salir el sol. Quiso dejar esa imagen a la historia, a sus amigos, a su familia. Calculó y llevó adelante cuidadosamente su última batalla. Quiso explicar con su muerte el sentido total de su vida. Pero al mismo tiempo, como todo aquel que se ve arrastrado a un combate desesperado y sin salida, trató de ganar tiempo y prolongar la lucha por si el azar, ese ingrediente supremo de la guerra, le abría entretanto una esperanza: horas y horas habló en su proceso sobre las cosas del cielo y de la tierra. El azar no intervino y la sentencia, decidida en México por Venustiano Carranza, fue dictada por el Consejo de Guerra en Chihuahua y cumplida horas después, al amanecer del 26 de noviembre. El general no había logrado salvar su vida, sólo había salvado su muerte.
En esas horas se condensó una larga historia militar, la de un hombre que al morir venía de doblar el cabo de los 50 años de edad. Esa historia puede dividirse en cuatro grandes periodos: cadete y oficial de carrera bajo Porfirio Díaz; alto oficial del ejército junto a Francisco I. Madero; general de la División del Norte junto a Francisco Villa; exilio y regreso. Militar, Felipe Ángeles era también hombre de ideas. Como en todos los de su formación, esas ideas se fueron plasmando y decantando entre los libros y la práctica.
Ángeles era coetáneo de Francisco I. Madero. Ambos nacieron en los albores del porfiriato y crecieron a la par del régimen: Madero en el seno de la moderna burguesía agraria del norte, Ángeles en la clase media pobre de provincia. Su padre, el coronel Felipe Ángeles, había combatido contra la invasión de Estados Unidos y contra la intervención francesa hasta la restauración de la República. El hijo heredó el nombre y la vocación paternos, y se educó en el Colegio Militar de Chapultepec. Habiendo seguido recorridos paralelos por clases sociales diferentes, Madero y Ángeles llegaron a su edad adulta bajo el amparo y en la seguridad de las sólidas instituciones porfirianas. Felipe Ángeles lo dirá de sí mismo, con sutil y melancólica ironía que el exilio acentuó, en una carta del 10 de abril de 1917, dirigida a José María Maytorena:
Perdóneme mis brusquedades, inherentes a mi naturaleza de sólo semicivilizado. Usted conoce mi teoría acerca de quienes llegan a ser civilizados, y sabe bien que yo soy civilizado sólo a través de una generación, gracias a la excelencia de nuestras instituciones democráticas, que me sacaron del “stock” indígena y me elevaron con el aliento de las escuelas.