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Felipe Ávila - Zapata

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Felipe Ávila Zapata
  • Libro:
    Zapata
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Zapata: resumen, descripción y anotación

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Zapata, el símbolo del agrarismo, de la lucha por la tierra, la justicia y la libertad, es un personaje universal. La historia de Emiliano Zapata es la historia de la lucha ancestral de los pueblos indígenas y campesinos por defender sus tierras, sus bosques, sus aguas y sus recursos naturales de la voracidad de hacendados y autoridades de gobierno. Esta es la historia de quien desafió a Madero y su noción excluyente de democracia, de quien combatió a Huerta el usurpador, de quien unió sus fuerzas con Villa para sacar a Carranza de la silla presidencial, y de quien proclamó haberse levantado en armas para proteger a los pueblos de cualquier jefe o fuerza armada que atentara contra sus derechos. La rebeldía, la intransigencia y la persistencia de Zapata durante la Revolución Mexicana son la expresión diáfana de la resistencia de las comunidades campesinas, con la que a lo largo del tiempo se han identificado gentes de todas latitudes, pues Zapata representa a los hombres y las mujeres que trabajan la tierra, que viven de ella y que aspiran a seguirla trabajando en libertad; a las familias rurales que aspiran a tener una vida digna que puedan heredar a sus hijos.

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Zapata y Anenecuilco

E miliano Zapata Salazar nació en Anenecuilco, municipio de Villa de Ayala, Morelos, el 8 de agosto de 1879, día de san Emiliano. Por ello, de acuerdo con la ancestral tradición católica, sus padres, Gabriel Zapata y Cleofas Salazar, le pusieron ese nombre. Fue el noveno de diez hijos: Pedro, Celso, Eufemio, Loreto, Romana, María de Jesús, María de la Luz, Jovita, Emiliano y Matilde. Bautizado en la iglesia de Villa de Ayala, sus padrinos fueron el administrador de la hacienda de El Hospital, Juan Ortiz, y su esposa Luz. Su familia, de mestizos asentados en Anenecuilco y en el vecino rancho de Mapaztlán desde la etapa virreinal, estaba vinculada estrechamente a la historia que había marcado a esa zona: la disputa de los pueblos contra las haciendas y el gobierno por defender las tierras y aguas que les pertenecían como pobladores originales. Esa región vecina a Cuautla tenía una identidad forjada en los grandes episodios de la historia nacional. Fue teatro de operaciones durante la Independencia y la Reforma, así como en la resistencia republicana contra la Intervención francesa. Dos de los ancestros de Emiliano participaron en esos acontecimientos. Su abuelo materno, José Salazar, fue parte del ejército insurgente del cura José María Morelos y participó en el sitio de Cuautla; sus tíos José y Cristino fueron soldados de la República liberal en la Guerra de Reforma y en la lucha contra el Imperio de Maximiliano. La región de Cuautla fue un bastión de las gestas insurgentes y liberales decimonónicas. Sus habitantes, incluidos los del pueblo de Zapata, se sentían parte de la nación mexicana y habían participado, modestamente, desde su historia local, en su construcción. El eje de la historia de Anenecuilco, como el de la mayoría de los pueblos de Morelos, era la tierra. Alrededor de la defensa de la tierra se construyó su identidad, una identidad colectiva que mantuvieron desde sus orígenes y que aún perdura.

La familia de Emiliano —cuyo padre había sido jornalero de la cercana hacienda de Mapaztlán— vivía de cultivar la tierra en Anenecuilco y de vender caballos y ganado. Si bien eran tierras propias, estaban localizadas en la parte occidental del pueblo, dividido en dos por el río del mismo nombre, que era la zona más árida y menos fértil, en comparación con la parte oriental, donde las tierras eran de mejor calidad y con abundante agua. Desde niño, Emiliano, quien ayudaba a sus padres en las faenas domésticas acarreando leña y comida para los animales, se apasionó por los caballos y aprendió a montarlos y criarlos, afición que le dio prestigio local y lo acompañó el resto de su vida. La primera yegua que tuvo, llamada la Papaya, fue un regalo de su padre cuando cursaba su educación elemental. Muy pronto destacó por su habilidad como jinete y su arrojo al montar. Otro importante aprendizaje temprano fue el uso de las armas, parte de la cultura popular de los lugareños desde tiempos ancestrales, necesaria para la cacería y para defenderse, asociada a la historia local como una tradición de los pueblos inmersos en una geografía que fue centro de operaciones bélicas en las grandes coyunturas que definieron la historia nacional desde la Independencia.

Como el resto de los niños de su pueblo, Emiliano cursó la educación elemental combinándola con las faenas agrícolas de su familia. En la escuela de Anenecuilco, anexa a la iglesia, aprendió además del catecismo, español, aritmética e historia patria del profesor Emilio Vara, quien había participado en la Guerra de Reforma y contra la Intervención francesa. Fue ahí donde aprendió la limpia y elegante caligrafía que se aprecia en la firma de Emiliano Zapata, como general en jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro, en quien se convertiría años después.

La escuela a la que asistió Zapata había sido fundada pocos años antes, en 1872, bajo el impulso del gobernador Francisco Leyva, quien había hecho obligatoria la enseñanza primaria. La escuela tenía un único salón donde tomaban clase más de veinte niños de diversas edades y niveles. El maestro era Mónico Ayala, hijo del héroe local Francisco Ayala, quien seguía el método lancasteriano de enseñanza. Era una escuela mixta, a la que asistían niños y niñas tanto de Anenecuilco como de la vecina Villa de Ayala. Entre sus alumnos estuvo Eufemio Zapata y otros dos hermanos mayores de Emiliano. El maestro Ayala fue sustituido por Emilio Vara en 1879, el año en que nació Emiliano.

Las clases de su maestro Vara y las pláticas del padre de Emiliano infundieron en él la admiración por la Reforma y una identificación con sus ideales y con el patriotismo de sus principales personajes, que se vería reflejada, años después, en la reivindicación de esa gesta heroica y de sus próceres en numerosos planes y manifiestos que firmaría como líder de la revolución suriana.

Al salir de clases, Emiliano acarreaba zacate a caballo para los animales de la casa. Para aumentar los ingresos familiares, cuidaba también el ganado de Modesto Rábila, un propietario español avecindado en el pueblo

Cuando Emiliano tenía 16 años, murió su madre; menos de un año después, perdió a su padre, víctima de una pulmonía. A partir de entonces se hizo responsable no solo de su propia vida sino de ayudar a sus hermanas y conservar el pequeño patrimonio familiar que les habían dejado. La niñez y la juventud de Emiliano fueron las típicas de una familia de clase media rural de un pueblo enclavado en el fértil valle de Cuautla Amilpas. Ese joven, llegadas las circunstancias, se convertiría en el caudillo agrario más importante de la Revolución y de la historia del país. Para entender ese tránsito de Zapata, es necesario entender la historia de su pueblo. Un pueblo con una larga historia de resistencia y rebeldía en defensa de las tierras que les pertenecían, como pobladores originarios.

La larga historia de un pueblo por sobrevivir

En tiempos muy lejanos, que se remontan a los años posteriores a la Conquista y colonización española, el pueblo de Anenecuilco inició la lucha por defender sus derechos contra el Marquesado del Valle, la enorme propiedad de 21 villas con la que en 1529 el monarca español recompensó a Hernán Cortés por sus servicios a la corona.

En 1579, los herederos del conquistador, que poseía las tierras más fértiles y vastas del Valle de Cuernavaca, quisieron despojar a Anenecuilco de sus derechos como cabecera municipal, a lo que los lugareños se opusieron con éxito. Lograron mantener su independencia del Marquesado del Valle. Los de Anenecuilco amparaban legalmente su propiedad en la disposición real de 1573 con la que la corona española había dispuesto que los pueblos de indios tuvieran derecho a ejidos y a un fundo legal equivalente a 100 hectáreas de tierra.

Anenecuilco en náhuatl significa «el lugar donde el agua se arremolina».

En 1603, durante las terribles décadas de despoblación indígena, los de Anenecuilco pudieron mantener su integridad territorial no obstante los intentos de las autoridades virreinales de congregarlos en Cuautla. El pequeño pueblo, compuesto por 122 tributarios, que sobrevive en difíciles condiciones, recibe una merced de tierras del virrey Luis de Velasco en 1607, pero no puede aprovecharlas porque la hacienda de El Hospital, situada en la vecindad del poblado, se apropia de ellas.

En las décadas siguientes, los supervivientes del pueblo —integrado por apenas veinte familias— tienen que defender sus tierras ante el avance de tres haciendas que lo circundan, la de El Hospital, la de Cuahuixtla y la de Mapaztlán. Apoyadas por las autoridades virreinales, las haciendas despojan a los pueblos vecinos de sus tierras y aguas, obligando a los lugareños a trabajar en sus tierras a cambio de un jornal o como arrendatarios.

Los pobladores de Anenecuilco, como el resto de los habitantes de los valles de Cuautla y Cuernavaca, dueños originarios de las tierras y aguas de esos fértiles valles, nunca renunciaron a su derecho. Recurrieron a los tribunales y mantuvieron litigios que duraron décadas y aun centurias en los tribunales virreinales y, más tarde, en los republicanos. La mayoría de las veces, los tribunales legitimaron la posesión de esas tierras a los nuevos dueños, españoles y criollos, incluidas órdenes religiosas. Sin embargo, los campesinos indígenas y mestizos tenían a su favor los títulos virreinales, que habían recuperado buscando en los archivos. Así, entre 1714 y 1790, 25 pueblos de los valles de Cuautla y Cuernavaca entablaron juicios para recuperar sus tierras. No obstante que ningún juicio se resolvió favorablemente para los pueblos. Esos litigios sirvieron a los pobladores para reforzar sus lazos de identidad, para estrechar sus intereses comunes y para que pudieran recuperar los documentos y títulos originales que habían perdido por las maniobras legales de las haciendas con las que peleaban por defender sus tierras.

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