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Concha Casas - Historia de otro tiempo

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Concha Casas Historia de otro tiempo

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HISTORIA

DE

OTRO TIEMPO

CONCHA CASAS

Titulo: Historia de otro tiempo

Primera edición : Agosto 2001

ISBN – 84 – 89717 – 72 – 9

Segunda edición: Enero 2015

Concha Casas Gálvez 2015

Para ti abueli, por lo que pudo haber sido.

Uno

Cuando llegué era de noche. La débil luz de una vela apenas iluminaba la estancia. La primera impresión que me llevé de la que iba a ser mi casa en los próximos años no fue muy grata.

El suelo era de madera, eso era evidente por el crujido que se oía a cada paso nuestro, las tablas no debían estar muy bien cuidadas, porque al soltar el mozo uno de mis baúles, varias esquirlas saltaron directamente a mi mano, haciéndome dar un respingo. Mi marido se rió y cariñosamente me tomó del brazo

- Vamos Andrea, es mejor que vayamos directamente al dormitorio, debes estar cansada del viaje. Mañana podremos ver tranquilamente la casa y deshacer el equipaje.

Francamente agradecí la invitación, estaba muy, muy cansada. Habíamos salido por la mañana y viajado todo el día en esa incómoda diligencia, que saltaba en cada bache del camino.

La escalera que conducía al piso superior prometía más que la primera sala, al menos la barandilla repujada y en perfecto estado, cuadraba más con el estilo de vida al que yo estaba acostumbrada.

Dejamos atrás dos puertas y José abrió la tercera invitándome a entrar, por lo visto aquella iba a ser nuestra habitación.

Había un quinqué, al encenderlo me encontré en medio de una estancia amplia y allí a mi lado, la preciosa cómoda de caoba regalo de mi madre. Al verla sentí por un lado que su protección y cariño me envolvían y por otro el desamparo de saberme lejos de mi casa y de los míos, ¿qué iba a ser de mí junto a aquel hombre al que apenas conocía?

Yo no lo quería, accedí a esa boda por no desobedecer a mi padre, pero él sabía que ni él, ni ese pueblo al que acababa de llegar, eran de mi agrado.

Un gran balcón se abría al otro lado de la estancia, me dirigí hacia él y lo abrí. La noche no era muy clara, pero aún así pude intuir el inmenso mar que se apostaba delante de mí. A pesar de encontrarnos a primeros de marzo, la temperatura era agradable y mi cabeza, congestionada por el largo viaje, agradeció la fresca brisa.

Enseguida mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y pude apreciar la bella silueta de las montañas perfilando el horizonte.

- Mira, justo ahí enfrente verás mañana nuestros barcos, vienen de Barcelona con un importante cargamento, cuando lo desembarquen, tendré que irme unos días para cerrar un importante trato. Tú mientras podrás poner orden en la casa. Mañana haré venir al servicio, pero si no es de tu agrado, podrás escoger entre las muchachas de los cortijos, gente para trabajar sobra aquí.

El siguió hablando, pero yo no lo escuchaba, el ruido del mar rompiendo en la orilla, me había llevado a otra playa, no lejos de allí, donde siempre habíamos tomado los baños. Las risas de mis hermanos y primos terminaron de romper el débil hilo que todavía me mantenía en la realidad.

- Andrea, ya sabe lo que ha dicho el médico, baños de impresión, osea que haga el favor de salir del agua, si se entera su padre se disgustará.

Entre salpicones y risas, llegué donde el aya aguardaba con las toallas, me sequé y me senté al sol.

- Niña venga aquí que no le de el sol, si no va a parecer una campesina y no la va a querer nadie.

- Tengo frío, en cuanto me seque me quito - protesté - pero mi buen aya vino corriendo con una sombrilla para protegerme, creo que realmente se hubiese llevado un terrible disgusto si sobre mi blanca piel hubiese aparecido alguna señal que la oscureciera. Estaba muy orgullosa de mi blancura, parecía como si fuera obra suya, a veces la oí presumir con las otras criadas, del color de mi piel, no creo exagerar si digo que me adoraba.

- De todas formas Andrea no se va a quedar sin marido, ayer oí decir a mi madre, que tu padre estaba en tratos con un adinerado hombre de negocios, para llegar a una unión entre tú y su hijo.

Quien hacía este comentario era mi primo Javier, para mi era como un hermano, no sólo vivíamos puerta con puerta todo el año, sino que desde siempre pasábamos juntos los veranos.

- No digas tonterías, si mi padre pensara hacer algo así, me habría preguntado por lo menos.

-¡Te vas a casar! ¡te vas a casar! ¡Andrea se casa! ¡Andrea se casa! - todos unieron sus voces para hacerme rabiar. Yo cogí un puñado de arena y se lo eché a mi primo por la cabeza. Inmediatamente comenzamos una guerra, de la que nadie salió bien parado.

-¿Pero no les da vergüenza? ¿Creen que esto es propio de señoritas? Y vosotros, con la edad que tenéis, ya deberíais ser todos unos caballeros y os portáis como unos pordioseros.

La pobre aya se desesperaba y luchaba por poner fin a esa lucha, pero lo único que consiguió fue acabar tan llena de arena como todos los demás.

¡Qué nostalgia me invadía al recordar esos felices momentos! Tenia la impresión de que ya no volverían nunca.

Fue dos o tres días después de esa escena, cuando mi madre me llamó aparte

- Andrea cariño, ven conmigo, tenemos que hablar.

El tono de su voz me puso en alerta, y me hizo presagiar que algo no andaba bien.

- Cielo, estás muy guapa, parece mentira lo rápidamente que te has convertido en una mujer - apenas tenía dieciséis años - tu padre y yo hemos estado hablando sobre ti, ya sabes que nosotros sólo queremos lo mejor para vosotros y hemos pensado, que va siendo hora de buscarte un buen marido.

-Pero mamá...- intenté protestar.

- Déjame, no me interrumpas - el tono de su voz me aconsejó que lo mejor sería hacer lo que me decía - tu padre sólo quiere lo mejor para ti y si además puede salvar...

-¿Has hablado con la niña? - mi padre entró en ese momento en la habitación, interrumpiendo a mi madre. - Mañana iremos a merendar a casa de los Baldomero, ya está todo arreglado, podrás conocer a José, es un buen muchacho.

Estudió derecho, aunque no terminó la carrera para hacerse cargo de los negocios familiares, son tan prósperos, que D. Vicente solo no puede llevarlos...

Todo esto lo soltó de carrerilla, sin mirarme a los ojos.

- Anda, ya puedes irte, espero que seas una hija obediente, como siempre has sido.

La contundencia de sus palabras no daba lugar a posibles protestas. Salí de la estancia y me recosté sobre la pared, necesitaba ordenar mis ideas, estaba confundida, no acababa de asimilar lo que estaba pasando.

- Creo que se va a cerrar el negocio, esto puede salvarnos.

- ¿Crees que hacemos bien? - la voz de mi madre sonaba sinceramente preocupada.

- No le des más vueltas, ya lo hemos hablado. Andrea está en edad de casarse, los Baldomero son de las mejores familias de la provincia y si con ello se nos arreglan las cosas...

¿De qué estaba hablando mi padre? Mi familia siempre había tenido dinero, de hecho ese era un tema del que nunca se trataba en casa, no era preocupante. A veces oía comentarios acerca de lo prósperos que eran los negocios, de lo bien que mi padre los llevaba, pero jamás oí hablar de problemas, o de que las cosas fueran mal.

O sí, la verdad es que ahora que me ponía a pensar en ello, algo había oído acerca de mis hermanos, pero no sabía exactamente qué.

Andrés y Vicente eran los mayores, hacía al menos dos años que no estaban en casa, se fueron a la capital a prepararse para ayudar a papá a llevar los negocios y se habían distanciado de los más pequeños. Era papá en sus continuos viajes, el que los veía y trataba con ellos.

Claro, ahora entendía algunas cosas. Últimamente mamá no era la misma, la alegría, tan característica de ella, había casi desaparecido. En las últimas semanas la veía triste y preocupada, casi siempre ausente.

Esa noche apenas pude dormir ¿quién sería ese José? ¿qué le pasaba a mi padre para actuar de esa manera? Es cierto que entre las familias de nuestra posición social, los matrimonios solían arreglarse así; de hecho, mi hermana mayor estaba prometida, al hijo de un amigo de papá, desde hacía dos años y en ese intervalo de tiempo, lo había visto unas seis veces. Todo eso era normal.

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