LUIS CASTILLO LEDÓN
Ilustraciones
RAFAEL PINEDA, RAPÉ
Primera edición, 2019
[Primera edición en libro electrónico, 2020]
Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Sanginés
Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero
Ilustración de portada: Rafael Pineda, Rapé
D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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ISBN 978-607-16-6826-4 (mobi)
ISBN 978-607-16-6590-4 (rústico)
Hecho en México - Made in Mexico
Llamado de Hidalgo a Allende — En expectación — La noche del 15 — La madrugada del 16 — Llega el aviso — Deliberaciones — Resolución del cura — El tañido de la campana — El grito — ¡Pueblo, a las armas! — Se organiza el ejército libertador — Salida de Dolores — En la senda de la inmortalidad
Desde su arribo a San Miguel en la mañana del día 8, el capitán Allende no había dejado de estar en actividad, poseído de una especie de “frenesí”, como él mismo lo llamara. Siguió carteándose con Hidalgo y con los aliados de Querétaro, y la junta conspiradora sanmiguelense volvió a funcionar con grande animación en el entresuelo de la casa de su hermano Domingo, noche a noche, mientras se bailaba en el piso alto.
Transcurrida de este modo una semana entera, Hidalgo, cuya actividad no desmayara tampoco, tuvo noticias, aunque vagas, sin duda procedentes de Guanajuato, de que había orden de aprehensión en contra de su compañero, y mandó llamarlo con urgencia. Esto acontecía el día 14. Allende partió después de la hora de comer acompañado de su asistente Francisco Carrillo, y llegó a Dolores a las seis de la tarde. No encontrando al cura en su casa, fue a buscarlo a la de su ex compañero de armas, el español don José Antonio Larrinúa, en donde según le dijeron lo encontraría de visita. Habitaba éste a espaldas de la casa de Abasolo, en el callejón contiguo a la parroquia. Se hizo anunciar el capitán, y a nadie sorprendió su llegada, porque eran frecuentes sus viajes a Dolores. Hidalgo le contestó que lo esperase, y sin dar tiempo a que entrara, se despidió de Larrinúa, de quien era compadre, y salió, marchándose juntos los dos amigos.
Impuesto Allende de lo que había en su contra, entraron en pláticas él y su compañero; mas como la vaguedad de las noticias no permitía tomar una determinación, propusiéronse esperar al día siguiente las nuevas que pudieran llegarles, quedando como costumbre alojado el capitán en casa del cura.
Nada resolvieron tampoco el día siguiente, 15, pues estuvieron recibiendo las mismas vagas noticias, y esto les hizo estar un tanto tranquilizados, debido a su completa ignorancia de cuanto sucedía en Querétaro. Ningún incidente ocurrió, en efecto; mas la noche vino a producirles alguna inquietud, por lo que Hidalgo se encaminó a la casa del subdelegado don Nicolás Fernández del Rincón, en tanto Allende, que había tenido la precaución de permanecer oculto, se dedicó a descansar.
Con cierta frecuencia concurría el cura a jugar a las cartas en compañía de los principales vecinos del pueblo. En aquella ocasión no sólo lo llevaba su arraigada costumbre de hacer vida social, sino que se proponía obtener noticias en la propia fuente de la autoridad, sondear su ánimo, y saludar al colector de los diezmos, don Ignacio Diez Cortina, que allí se alojaba. Precisamente, hacía once días que este funcionario había llegado a encargarse de aquel ramo en la jurisdicción, en lo que tuvo grande empeño el propio cura, como amigo de él y de su familia, y hasta hubo de salir a recibirlo en su coche a la hacienda de La Erre, donde le hizo servir una espléndida comida. Se formaron los partidos de mus y de malilla entre los concurrentes. Hidalgo formó el suyo con doña Teresa Cumplido, esposa del subdelegado, y con doña Encarnación Correa. Hacia las diez le avisaron que una persona lo buscaba; bajó al zaguán, volviendo después de un rato, y continuó su partida. Según acostumbraba, a las once se puso en pie para retirarse; pero antes de hacerlo, pidió a Diez Cortina le facilitase doscientos pesos de los fondos del diezmo, sin duda para enterarse de su cuantía por si hubiera que echarse sobre ellos, y la esposa del colector lo llevó a tomarlos a la pieza donde se guardaban, marchándose a continuación el cura, sin haber obtenido la menor noticia.
Comunicó Hidalgo a Allende el resultado de sus pesquisas, reducidas a que aún no había indicios de saberse lo que ellos sabían y temían; consideraron que para cualquier evento que se presentara o partido que se vieran forzados a tomar, contaban con algunos elementos; acordaron las medidas que llevarían a la práctica llegado el caso, y se separaron yéndose el cura a su aposento y el capitán a la pieza que de ordinario se le destinaba.
Mientras tanto, de Querétaro había partido, ya un poco entrada la mañana de ese día, el alcaide Ignacio Pérez con el aviso de la corregidora para Allende. Desde al salvar los aledaños de la población, tuvo dificultades tratando de no ser visto por ningún vecino y menos por los soldados de la guarnición ya alerta a cualquier movimiento sospechoso. En pleno camino, procuró evitar todo encuentro, esquivar poblados, y tuvo que vencer a cada paso los accidentes acumulados por la estación de lluvias en apogeo.
Mariano Lozada fue el primero en llegar a San Miguel, con la noticia adquirida en México del descubrimiento de la conspiración, pero ignorante de las aprehensiones. Al expirar el día, el alcaide pudo caminar con mayor seguridad de no ser sorprendido, aunque con más obstáculos por lo denso de las sombras; avanzada la noche, se iba acercando al término de su viaje. Francisco Loxero, portador de las mismas noticias que él, llegaría mucho después, debido al rodeo que hiciera por Celaya.
Una solemne fiesta religiosa, costeada por el coronel don Narciso María Loreto de la Canal, jefe del Regimiento de la Reina, animó a la villa durante algunas horas. Se cantó misa, con motivo de la octava de la Virgen de Loreto, en capilla de su nombre; siguió un desfile del regimiento, y terminó la fiesta con un refresco ofrecido por el coronel y su esposa, en su casa. En todos los actos fue notoria la ausencia de Allende, al grado de que se preguntara por él. En cambio el capitán Aldama asistió a cada uno de ellos, y en la noche se encaminó a reunirse con sus compañeros los conspiradores.