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Rafael Cabrera - Debo olvidar que existí: Retrato inédito de Elena Garro

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Rafael Cabrera Debo olvidar que existí: Retrato inédito de Elena Garro
  • Libro:
    Debo olvidar que existí: Retrato inédito de Elena Garro
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    Penguin Random House Grupo Editorial México
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    2017
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Debo olvidar que existí: Retrato inédito de Elena Garro: resumen, descripción y anotación

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Esta obra explora con maestría periodística la figura de Elena Garro y su destino errante.

A partir de una extensa investigación, que incluye entrevistas, correspondencia, archivos históricos, personales y fotográficos hasta hoy desconocidos, Rafael Cabrera sigue las pistas que dejó Garro en sus múltiples y frenéticas huidas, tanto reales como imaginarias.

En el centro de la trama aborda el papel que la autora de Los recuerdos del porvenir desempeñó en el Movimiento Estudiantil de 1968. Su postura es clara: afirmar que Elena delató a los intelectuales es insistir en un lugar común y hablar sin conocer su caso. Sin duda, el lector tiene entre las manos una historia fascinante, poco conocida y al mismo tiempo crucial en la vida cultural y política de México.

En palabras de su autor:

Este libro tiene una desventaja: nunca conocí ni entrevisté a Elena Garro. O quizá sea uno de sus atributos: una distancia necesaria para entender a un personaje tan enigmático como contradictorio. Conozco bien los arrebatos que la figura de Elena enciende, el desprecio que escupe sobre su nombre o el afecto que adultera la razón al hablar de ella.

He buscado que este reportaje no sea una defensa ni una sentencia de Elena Garro. Ante todo, he querido reconstruir y entender la historia llena de incongruencias, confusiones y silencios de una autora fundamental para la lengua española

Lo que otros autores han opinado sobre Elena Garro:

La imagen más bella de Elena Garro es la del escritor en contra de la sociedad. Aunque merezca todos los homenajes, yo la prefiero como una escritora maldita y mítica, autora de una obra perdurable, original, distinta -Emmanuel Carballo-

Rafael Cabrera: otros libros del autor


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La historia, como las matemáticas, es un acto de la imaginación. Y la imaginación es el poder del hombre para proyectar la verdad y salir de este mundo de sombras y actos incompletos. Ya sé que hablar aquí es el mayor de los delitos; aquí donde el terror ha reducido al hombre al balbuceo. Pero yo no renuncio a mi calidad de hombre. Y el hombre es el lenguaje… Hay que hablar, aunque nos cueste la vida. Hay que nombrar a los tiranos, sus llagas, sus crímenes, los muertos, a los desdichados, para rescatarlos de su desdicha. Al hombre se le rescata con la palabra.

Elena Garro

Felipe Ángeles

Algo aconteció en su corazón: un volcán, un terremoto, un eclipse, un amanecer, un diluvio, un apocalipsis. Podríamos acumular palabras descomunales, pero no nos acercaríamos nunca.

G. K. Chesterton

Nota del autor

Este libro tiene una desventaja: nunca conocí ni entrevisté a Elena Garro. O quizá sea uno de sus atributos: una distancia necesaria para entender a un personaje tan enigmático como contradictorio. Conozco bien los arrebatos que la figura de Elena enciende, el desprecio que escupe sobre su nombre o el afecto que adultera la razón al hablar de ella.

He buscado que este reportaje no sea una defensa ni una sentencia de Elena Garro. Ante todo, he querido reconstruir y entender la historia llena de incongruencias, confusiones y silencios de una autora fundamental para la lengua española. En particular, este libro explora su papel en el Movimiento Estudiantil de 1968, año que destruyó su imagen pública como una roca que estrella un espejo. Y como un espejo roto que se vuelve a unir, la imagen que proyecta de Elena siempre luce mutilada e imposible de reordenar. En su frenética huida —real e imaginaria—, Garro arrojó pistas y engaños en sus relatos, diarios y entrevistas, como si reconstruir su vida fuera un gran rompecabezas por armar.

Durante los últimos 14 años he investigado sobre Elena Garro —libros, biografías, periódicos, archivos personales e históricos, correspondencia, entrevistas, etcétera—, hasta llegar aquí. Pero no hay nada ejemplar en ese acto. Se debe, en realidad, a que soy un miserable chismoso que ha querido conocer hasta el mínimo detalle. Primero, para satisfacer mi morbo. Después, para entender su historia y contarla a los demás. Porque estoy seguro de que es una historia que no debe caer en el olvido.

Eso que, de manera elegante, solemos llamar periodismo.

Ciudad de México, enero de 2017

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La acusación

La puerta del cuartucho se abrió de golpe y María Collado entró furiosa y arrojó un fajo de periódicos sobre el catre donde dormían Elena Garro y su hija, Helena Paz. Era la mañana del domingo 6 de octubre de 1968. Elena tomó los diarios y vio su nombre impreso en las primeras planas. Excélsior publicó: “Señalan a Madrazo y Humberto Romero como instigadores. También acusan a Elena Garro”. Su nombre también aparecía en la portada de El Universal. En El Heraldo de México aparecía su foto arriba del cabezal: Elena miraba de perfil, con el cabello rubio en los hombros, envuelta en un abrigo claro. La nota de ocho de la prensa decía: “Prueba de complot”.

En la Ciudad de México había miedo. Cuatro días antes, el 2 de octubre, un mitin del Movimiento Estudiantil, convocado por el Consejo Nacional de Huelga, fue reprimido a disparos por soldados y agentes encubiertos en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. El número de muertos era incalculable y los detenidos se contaban por decenas.

Elena leyó los periódicos de ese domingo: la noche previa, durante una conferencia de prensa desde la prisión del Campo Militar Número Uno, Sócrates Amado Campos Lemus, uno de los dirigentes del Consejo, la acusó a ella y al político Carlos Madrazo, entre otros, de estar detrás del Movimiento Estudiantil con el oscuro propósito de derrocar al gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz. “El complot comunista para derrocar al gobierno por medio de la violencia y la agitación…”, empezaba la nota de primera plana de El Heraldo de México. La investigación era encabezada por el procurador general de la República Julio Sánchez Vargas.

Elena Garro tenía 51 años, era una mujer de mundo y había conseguido un lugar en las letras con su novela Los recuerdos del porvenir, publicada en 1963, galardonada con el Premio Xavier Villaurrutia, además del volumen de cuentos La semana de colores (1964) y el compendio de teatro Un hogar sólido (1957). También había escrito guiones de cine y artículos periodísticos. Y ahora estaba ahí, escondida en ese cuartucho, sin dinero y lejos de su casa. Helena Paz, su hija de 28 años, lloraba a su lado. El cuarto deprimía a Garro: en ese mismo espacio, el Día de los Inocentes de 1954, su primo Boni, su compañero de juegos de la infancia, se suicidó. La atmósfera era sórdida.

Afuera del cuarto, María Collado lanzaba maldiciones. Estaba arrepentida de tener escondidas, desde una semana atrás, a esas dos mujeres en su departamento en el segundo piso de Lisboa 17, en el centro de la Ciudad de México. Madre e hija estaban seguras de que habían intentado matarlas en la casona que rentaban en Lomas de Virreyes, a orillas del Bosque de Chapultepec. Elena y su hija llegaron a pie a la casa de Collado la madrugada del 29 de septiembre, clamando por asilo. Comenzaba a amanecer cuando María las metió con sigilo al cuartucho y les ordenó que se callaran. María subarrendaba la vivienda como pensión para españoles pobres que trabajaban como zapateros y sastres, y ninguno debía escucharlas. Elena Garro y Collado se conocían de décadas atrás. Elena la llamaba su “nana”: le daba vergüenza decir que, en realidad, era su tía política.

Ese domingo, Garro y su hija dejaron los periódicos y, contra las instrucciones de María, salieron del cuartucho para usar el teléfono del departamento. Elena marcó a la Secretaría de Gobernación. Le contestó un barrendero: “No hay nadie”. Colgó. Marcó a la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Otro barrendero le dijo lo mismo: era domingo, nadie trabajaba. Decidió llamar a la casa de Carlos Madrazo, su amigo, y con quien estaba acusada de conspirar contra el gobierno mexicano. Él era un político experimentado. En 1965 fue designado presidente del PRI, el partido oficial. Una de sus primeras acciones fue iniciar una cruzada para democratizar la elección del candidato presidencial del PRI, con miras a los comicios de 1970. Pero en ese tiempo la decisión del candidato era una facultad cedida al presidente del país para elegir a su sucesor. Madrazo encontró tal resistencia, incluso del presidente Gustavo Díaz Ordaz, que dimitió antes de cumplir un año en el cargo y comenzó a trabajar en la creación de un partido político de oposición: Patria Nueva.

Cuando hablaron por teléfono, Madrazo y Garro acordaron responder a las acusaciones a través de la prensa. “Hable usted primero, yo no conozco a Sócrates”, dijo Carlos a Elena. Pero su caso era similar: ella apenas si conocía a Campos Lemus, el joven que los acusaba de conspirar contra el gobierno mexicano. Garro llegó a contar que una noche de agosto del 68, cuando el Movimiento Estudiantil estaba en plena efervescencia, un grupo de jóvenes armados llegó a medianoche a su casa en las Lomas: querían que los acompañara a conocer al dirigente estudiantil. No era una invitación, era una orden. Sócrates tenía fama de ser el más radical entre todas las cabezas visibles del movimiento y Elena no opuso resistencia. La subieron a un Valiant rojo que la condujo hasta el exterior del cine Chapultepec, en Paseo de la Reforma, donde a inicios del siglo XXI se erigiría la Torre Mayor. Era una de las clásicas noches de verano en la Ciudad de México, oscura y húmeda. Discutieron en el interior del auto. El Movimiento Estudiantil, espetó Elena, era un pleito entre políticos del PRI e intelectuales, y los jóvenes con ideas de izquierda estaban siendo usados como carne de cañón.

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