Sara y Sunny
Su primera aventura
Elena Narvarte Nalda
Sara y Sunny, su primera aventura
Elena Narvarte Nalda
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Qué maravilloso sería poder conservar la inocencia que se tiene cuando se es niño, porque cuando ésta desaparece, la vida empieza a complicarse…
Sunny y Sweet nacen basados en esta inocencia de los niños, en especial de mis hijas, Naroa y Uxue, con las que aprendo cada día algo nuevo…
¡Os quiero muchísimo!
Mami.
Índice
Sara y Sunny
Su primera aventura
CAPITULO I
MAMÁ ME HABLA DE SUNNY
Sara limpiaba con su mano el cristal de su habitación empañado por el contraste del calor de la casa y el frío del exterior. Sus grandes y expresivos ojos negros miraban a través del círculo que su pequeña mano había hecho en el cristal. Contemplaba el cielo oscuro por la noche, pero tornándose a rojizo por las nubes que había. Su madre siempre le decía que, cuando el cielo tenía ese color por la noche auguraba nieve y Sara, ilusionada, observaba esperando ver caer algún copo. Tenía nueve años, pelo negro y unos ojos enormes color azabache. Era una niña simpática, alegre y soñadora y con una nobleza y generosidad increíble para alguien de su edad. Su madre entró en la habitación.
―¡Venga Sara! Es tarde ya y debes acostarte, ― le dijo sonriendo y la niña se apartó de la ventana.
―¡Mami! No nieva… el cielo está rojo, pero… no nieva…, ― dijo Sara con tono triste.
Su madre le cogió la mano dulcemente y la llevó a la cama. Mientras le arropaba le dijo:
―Debes tener paciencia… ya verás cómo mañana al levantarte, todo estará cubierto de nieve; me lo ha dicho Sunny…, ― dijo su madre sonriendo.
―¿Sunny, mami? ¿Le has visto hoy? ¿Has hablado con él? Su madre le apartó el pelo de la cara.
―Sí, cariño; hoy he estado con él.
Sara miraba a su madre maravillada. Sunny era el duende de mamá: un duende que había conocido hace tiempo. Cada noche le hablaba de él: las aventuras que le ocurrían, de sus amigas las hadas, del sitio donde vivía, el bosque, de que aunque la niña no pudiera verlo siempre estaba ahí, protegiéndola, ayudándola: siempre estaba ahí. Y todas las noches la niña le pedía a su madre que le contara cosas sobre él. Sara se sentó en la cama.
―¡Cuéntame, mami! ¿Qué te ha dicho hoy? ¿Te ha preguntado por mí?, ― le interrogó ilusionada. Su madre sonrió.
―Sí, pero debes acostarte si quieres escuchar lo que me ha dicho. Ella obedeció mientras su madre volvía arroparla de nuevo. Sunny me ha dicho que el sábado es un día muy especial para los duendes y sus amigas las hadas, porque llega el solsticio de invierno y están haciendo todos los preparativos, avisando a todos los animalitos del bosque de que el frío va a llegar, que terminen de recoger comida para pasar el invierno, que busquen refugios calentitos, diciendo a las flores que deben cerrarse, para abrirse de nuevo cuando llegue la primavera y preparando los prados para la nieve, que pronto los cubrirá.
Sara no dejaba de mirarla con sus enormes ojos negros abiertos como platos: le encantaba que le contara todo lo relacionado con el duende y sus amigos. Muchas noches, la niña escribía al duende, dejaba la carta bajo su almohada esperando despertarse al día siguiente y que él se la hubiera llevado y, en cuanto pasaban unos días, éste le contestaba o le dejaba pequeños regalos que la niña valoraba tantísimo: piedras de colores, pulseras hechas por las hadas, dibujos…
―¡Oh, mami, qué ganas tengo de conocerle! ¿Tú crees que algún día me dejará verle igual que te deja a ti? Tengo tantas ganas….
Su madre volvió a sonreír:
―Seguro que sí, cariño, pero ya sabes que aunque no le veas, siempre está contigo, porque te quiere muchísimo. Ahora debes dormirte, es tarde ya y mañana hay colegio; enseguida llegarán las vacaciones de Navidad y, si quieres, podemos pasear por el bosque: tal vez, podamos verle, pero ahora debes dormirte, ¿vale?
La niña asintió con la cabeza. Su madre le besó la mejilla y al oído le susurró:
―¡Te quiero mucho, mi niña! Lo sabes, ¿verdad? Sara abrazó fuerte a su madre.
―Sí, mami, lo sé, y yo a ti: mucho, mucho, mucho.
La madre apagó la luz de la mesilla, y salió de la habitación.
―No me cierres la puerta…, ―dijo Sara.
―No, te la dejo entreabierta, como todas las noches, ― respondió su madre.
Cerró los ojos. Esa noche soñó con duendes, hadas, el invierno, la nieve y, en especial, con su gran amigo, el duende: estaba convencida de que algún día le vería, estaba segura y, así, con ese pensamiento, se quedó profundamente dormida.
CAPITULO II
CREO EN DUENDES, ¿Y QUÉ?
A la mañana siguiente, en cuanto la claridad del día se coló por la rendija de la persiana de la habitación de Sara, la niña abrió los ojos. De un salto se bajó de la cama. Apresurada, subió la persiana, apartó la cortina con su mano y miró al exterior: una gran sonrisa iluminó su cara.
―¡Mami, mami!, ― gritó. ¡Ha nevado, está todo nevado!
Se dirigió a la cocina y ahí estaba su madre, preparando el desayuno.
―¡Mami! ― volvió a gritar Sara. ¡Ha nevado! Su madre le sonrió.
―¿Ves? Te dije que tenías que tener paciencia. Ya me dijo Sunny que nevaría esta noche y no se ha equivocado.
Comenzó a bailar por la cocina, mientras su madre la miraba riéndose: estaba tan contenta... Le encantaba la nieve, hacer muñecos, jugar con sus amigos, se acercaba la Navidad, ¡qué feliz era! La madre terminó de hacerle las tostadas y el vaso de leche.
―Venga, Sara, vístete y ven a desayunar. Se te va a enfriar la leche.
Sara siguió bailando y cantando mientras se dirigía a su habitación. Se puso la ropa que la noche anterior le había dejado preparada su madre, las botas de nieve y regresó a la cocina para desayunar.
Se sentó junto a ella, y mientras desayunaban, Sara no dejaba de hablarle:
―¡Qué ganas tengo de ir al cole, mami! Hoy lo pasaremos genial con la nieve Cloe y yo. Cloe era la mejor amiga de Sara, iban juntas a la misma clase y el carácter tan parecido que tenían ambas había hecho que desde bien pequeñas se hubieran convertido en amigas inseparables.
Una hora más tarde, ya estaba en la puerta del colegio. Su madre le dio un beso mientras le decía:
―Pasa un buen día, Sara, luego me cuentas qué tal te ha ido, ¿vale? Te quiero.
La niña le besó y entró en su clase. Allí buscó a su gran amiga Cloe, enseguida la vio.
―¡Cloe!, ¿has visto como está todo de nevado? Luego podemos quedarnos a jugar y hacer un muñeco de nieve, ¿quieres?, ― le preguntó.
―¡Claro que sí! Ha debido estar nevando toda la noche. ¡Es genial!, ―contestó la amiga.
Sara se acercó a ella y, en voz baja, le dijo:
―¿Sabes? Yo ya sabía que iba a nevar. Sunny, el duende de mamá, ya se lo había dicho.
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