Agustín Ramón Rodríguez González - Señores del mar
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- Libro:Señores del mar
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2018
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Señores del mar: resumen, descripción y anotación
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AGUSTÍN RAMÓN RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (Madrid, 1955) es doctor en Historia y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Especializado en historia naval española, ha publicado una treintena de libros sobre esta cuestión así como dos centenares de otros trabajos, entre artículos y colaboraciones en obras colectivas. Por ellos ha merecido diversos premios a su labor investigadora y divulgadora, entre los que destacan la Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco.
A todos los que compartimos la pasión por nuestra historia naval,
tantas veces infravalorada, olvidada o desconocida.
Y muy especialmente, a los que ya no están con nosotros.
Título original: Señores del mar
Agustín Ramón Rodríguez González, 2018
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
La historia naval española está plagada de grandes acontecimientos y personajes que en muchos casos han quedado relegados a un segundo plano a causa del olvido interesado o a la sombra de alguna de las figuras más destacadas de la historia militar. Esta obra, realizada por uno de los grandes especialistas navales, tiene como objetivo fundamental rescatar de la niebla del olvido aquellos capitanes de la Real Armada que durante siglos llevaron a cabo gestas sin igual y que no han recibido el justo reconocimiento que el imaginario colectivo les debe. Este es un recorrido apasionante por quinientos años de historia, desde la conquista del Nuevo Mundo hasta el Desastre del 98 y posterior «regeneración» de la Armada, que esboza y enaltece los conocimientos náuticos y el desarrollo de la ciencia, la técnica, la logística, la táctica y la estrategia por parte de estos hombres olvidados.
Agustín Ramón Rodríguez González
Los grandes y olvidados capitanes de la Real Armada
ePub r1.0
Titivillus 07.12.2018
JAIME JANER ROBINSON
P ero todo el talento, liderazgo, conocimientos técnicos y decisión de Ferrándiz no bastaban para la tarea que se había propuesto. Para que su intento llegara a buen fin necesitaba el impulso de una nueva generación de jóvenes y entusiastas marinos que se dedicaran a completar y ampliar esas directrices y hacerlas realidad. De uno de ellos, de entre los más jóvenes, joviales, brillantes y completos, hablaremos ahora, pues incluso en la propia Armada, si bien se recuerda su nombre, no parece que se conozca con toda amplitud el valor de su obra.
PRIMEROS AÑOS
Curiosamente, este gran marino español no nació aquí, sino en Savannah (Georgia, Estados Unidos). Era hijo de Federico Janer y Macías, cónsul de España en esa ciudad, y de Ana Robinson, ciudadana norteamericana hija de emigrados irlandeses. Fue bautizado con los nombres de Jaime, Federico y Adolfo en la catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro el 24 de septiembre de 1884. Tuvo dos hermanas.
Ante los continuos cambios de destino del padre, a los que le obligaba su carrera diplomática (Liverpool, Túnez, Lisboa), la familia, dirigida por la madre, se instaló en Madrid con domicilio en la plaza de la Independencia, junto a la mismísima Puerta de Alcalá. Janer ingresó en el instituto de San Isidro el 30 de mayo de 1893 y consiguió el título de Bachiller el 1 de mayo de 1897.
Desde muy niño sintió la vocación de marino, y por ello, incluso después del Desastre del 98, que le dejó consternado, decidió ingresar en la Escuela Naval, lo que consiguió en 1899 tras dura preparación para las oposiciones. Y ya esa decisión mostraba lo que el joven estaba dispuesto a hacer, pese a todos los avatares: con su esfuerzo y su preparación quería contribuir a la ingente tarea de reconstruir la Armada, y con ella el prestigio nacional y un puesto entre las naciones desarrolladas.
Su ilusión declarada era no solo contribuir con todas sus fuerzas al renacimiento de la Armada Española tras la derrota, sino hacerlo además precisamente en los aspectos científicos y técnicos. Una de las más amargas sensaciones que dejó el noventa y ocho en España, es que parecía para nosotros imposible sacudirnos nuestro retraso industrial, científico y técnico, y que por ello ni sabíamos construir buques de guerra eficientes, ni manejarlos, ni mucho menos, conseguir la victoria con tan sofisticados y complejos mecanismos. Incluso hombres como Joaquín Costa, ilusionados navalistas antes del noventa y ocho, declaraban ahora, inmersos en el más negro pesimismo, que la tarea estaba por encima de nuestras posibilidades. Muchos barajaron incluso la idea de suprimir la Armada como institución, por ser tan costosa como inútil, y conformarse con un simple servicio de guardacostas. Incluso destacados marinos pensaban que todo se debería reducir a unos cuantos torpederos de defensa del litoral, baterías costeras y campos de minas. Y es de notar que en este aspecto, la derrota paralela del Ejército, por entonces mucho menos tecnificado, pareció por ello mismo menos ominosa como síntoma del estado del país.
Por otra parte, los pensamientos de mejora conectaban perfectamente con el recuerdo histórico de lo que había significado, por ejemplo, la Marina ilustrada del siglo XVIII, con figuras como Jorge Juan, Tofiño, Malaspina, Churruca y tantos otros, que habían vuelto a poner a España en el círculo de las naciones avanzadas tras la crisis del siglo XVII.
Y como ya se ha apuntado, en el siglo XIX esa tradición había seguido, si bien en buena parte frustrada por diversas causas, con figuras como Isaac Peral, José Luis Diez, Fernando Villaamil o Joaquín Bustamante, ejemplos y precedentes que siempre estuvieron muy presentes en la mente de Janer.
Pero además lo que quisieron todos aquellos marinos ilustrados no fue solo dotar de nuevas y poderosas armas a su patria, sino contribuir con sus estudios al desarrollo general del país: y si Jorge Juan fue el introductor en España de cosas tales como las máquinas de vapor, es de destacar que los citados del siglo XIX fueron unos adelantados de la técnica, diseñando y construyendo muchas de las primeras instalaciones españolas de luz, teléfono y motores eléctricos.
Por último, estaban aún muy recientes las celebraciones del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892, el primero que se celebró, y con gran repercusión mundial. Aquello recordó a todos que algunas de las cosas más importantes que han realizado los españoles como pueblo a lo largo de su historia han tenido como protagonista el mar. Hay algo muy significativo y creemos que único en el mundo: que sea la marina la que da su bandera a la nación, y no la nación a su marina.
Así que Janer, que pudo haber tenido una tan fácil como honrosa y brillante carrera, de haber seguido la senda diplomática de su padre, siendo además bilingüe por nacimiento, pudiendo haber optado incluso por la nacionalidad estadounidense, prefirió ser español y, precisamente, marino, como uno de los mejores medios para lograr la regeneración de la patria abatida.
ESTUDIOS
A la tempranísima edad de dieciocho años, Janer concluyó brillantemente sus estudios en la Escuela Naval. Fue el tercero de su promoción, con la salvedad de que el primero le llevaba más de tres años, y el segundo más de cuatro. Y cualquiera sabe que, en esas edades, un año de diferencia supone todo un mundo de madurez intelectual y personal. Así, el 1 de marzo de 1904 era ya alférez de fragata y al año siguiente de navío.
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