Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo defienden el liberalismo rebatiendo los argumentos de sus fustigadores. Por ejemplo: la crisis la provocó la liberalización y la desregulación; no manda la política, mandan los mercados; toda reducción del Estado del Bienestar atenta contra las conquistas sociales; los especuladores desestabilizan la economía y generan las burbujas; el Estado puede organizar la economía con eficacia y equidad; si el intervencionismo es malo, el liberalismo también lo es, y por lo tanto lo correcto es buscar un punto de equilibrio entre ambos. Las cinco lecciones de economía que componen este libro refutan los tópicos del pensamiento único, constituyen un manual para no iniciados en la materia y, a la vez, una invitación a reflexionar sobre las críticas al capitalismo y al mercado libre.
En esta obra, amena y provocadora, los autores rechazan la creciente intromisión del Estado, la coacción y la intimidación del poder, así como su constante empeño en recortar los derechos de los ciudadanos, alegando que él sí sabe lo que mejor conviene a sus súbditos. Esa soberbia de las autoridades, esa prepotencia de los poderosos, esa pasión por controlar, asustar, imponer, prohibir, vigilar, multar, recaudar… Eso, concluyen, sí es pecado.
Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo Julián
El liberalismo no es pecado: La economía en cinco lecciones
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Titivillus 04.08.15
Título original: El liberalismo no es pecado: La economía en cinco lecciones
Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo Julián, 2011
Diseño de portada: Titivillus
Editor digital: Titivillus
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JUAN RAMÓN RALLO JULIÁN (Benicarló, Castellón, 13 de marzo de 1984) es un economista y abogado español de la escuela austriaca. Rallo es escritor, docente en varias universidades y también es conocido por su presencia mediática en espacios de análisis económico. Es socio fundador del Instituto Juan de Mariana y su actual director.
Es licenciado en Derecho y licenciado en Economía por la Universidad de Valencia, máster y doctor en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Actualmente es profesor y codirector del Máster en Economía del Centro de Estudios Superiores Online de Madrid Manuel Ayau (OMMA) y en la Escuela Superior de Negocios ISEAD.
Ha sido reconocido con el Premio Julián Marías 2011, y el Tercer Premio Vernon Smith 2009 Destrucción y reconstrucción de la estructura de capital de ECAEF. En 2012 recibió el premio de la Comunidad de Madrid al mejor investigador menor de 40 años en Humanidades.
CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN (Buenos Aires, 1948) es catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense. Ha publicado artículos académicos en España, Estados Unidos, Inglaterra, Italia y otros países. Es autor de La cuestión colonial y la economía clásica (Alianza, 1989), Grandes economistas (Pirámide, 1997), La Economía en sus textos (Madrid, 1988) junto con Julio Segura y A pesar del Gobierno (Unión Editorial, 1999). Es coeditor de Argentina 1946-1982 . The Economy Ministers Speak (Macmillan, 1990) y Encuentro con Karl Popper (Alianza, 1992).
Ha traducido a relevantes figuras de la ciencia económica, como Adam Smith, John Stuart Mill, Friedrich von Hayek y John Maynard Keynes. Miembro de la Sociedad Mont Pélerin, el profesor Rodríguez Braun ha ejercido también una intensa actividad periodística y de divulgación de la economía.
Fue director de España Económica y subdirector de Cambio 16 y del programa El valor del dinero en RTVE, y ha publicado cerca de tres mil artículos en la prensa de España, Europa y América.
Introducción
En 1884, el sacerdote catalán Félix Sardá y Salvany publicó un folleto, que tuvo una amplia difusión dentro y fuera de España, titulado El liberalismo es pecado. Son muchos los que seguramente coincidirán hoy con ese diagnóstico, pero se asombrarían al leer el texto del padre Sardá, porque para él la economía no era ni de lejos el centro de lo que llamaba liberalismo; en efecto, a su juicio los principios liberales eran: «la absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con iguales anchuras».
Qué insólito resulta leer una relación de principios del liberalismo que no incluya ni una sola mención a la economía, al mercado libre, al papel del empresario, a los impuestos, al gasto público, a la política económica, monetaria, laboral, industrial, asistencial, etc. También es extraño comprobar que una parte de lo que el padre Sardá condena en el liberalismo sería hoy condenado por todos los liberales: así sucedería con la idea de que las mayorías democráticas y parlamentarias pueden legislar «con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad». Ante eso, cualquier liberal argumentaría que ninguna mayoría, por abrumadora que sea, está legitimada para violar la libertad y los derechos de los ciudadanos.
En efecto, el liberalismo pivota sobre la libertad individual, va más allá de la economía y no tiene una alternativa nítida en la política ni un modelo predeterminado de sociedad. Algunas personas podrán identificar el liberalismo con variantes del conservadurismo, si bien son diferentes, o incluso con sistemas políticos con algo de libertad económica pero con represión social, marcadamente antiliberales, o con alguna religión o con la hostilidad hacia lo trascendente, cuando el liberalismo no entra en tales cuestiones al ser un referente o un ideal que parte del principio de no agresión, de modo que la Iglesia católica y cualquier otra organización tiene cabida en él, como también la tienen los individuos o comunidades que defiendan el ateísmo militante, siempre que ni unos ni otros recurran a la violencia para imponer a todos la obediencia a su poder, a sus principios y a sus valores.
Resulta evidente, pues, que Félix Sardá y Salvany hablaba de liberalismo en un sentido diferente a como lo entendemos hoy: claramente se refería al combate del Estado en contra de la Iglesia católica, un combate que se llevó y aún se lleva a cabo de modo falso en nombre de la libertad. Como explicamos más adelante, no pocos liberales del siglo XIX cometieron el grave error de apoyar a un Estado que, en efecto, arrasó con el importante papel de la Iglesia como propietaria y educadora, pero no fue eso el alba de la libertad, ni mucho menos, sino, precisamente, de la consolidación de la coacción política y legislativa. Eran tiempos en los que los debates que conmovían a la opinión pública hoy nos parecerían extrañísimos; por ejemplo, el matrimonio civil, cuya instauración llevó a polémicas tan agrias que hubo países católicos que rompieron relaciones diplomáticas con el Vaticano.