Introducción
En 1890, un periodista llamado Manuel Caballero tuvo la idea de referir el asesinato del general Manuel Corona en un pliego que llevaba en la primera plana una mano roja chorreante de sangre. A partir de entonces se llamó «nota roja» a las informaciones sobre crímenes y latrocinios. Sin embargo, esta clase de información se venía cultivando con anterioridad, con tintes que van del amarillo hasta lo negro, pasando como los chistes, por el verde y el colorado.
Este volumen revisa Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el sigloXIX, una compilación de historias ocurridas a partir de la gestación del México independiente, relacionadas con la formación y conformación de la nación. Es una mirada plural al bajo alfombra de la sociedad: la delincuencia, esa realidad que no ha dejado de vagar entre nosotros. Sus imágenes fueron capturadas a partir de los escritos que dejaron cronistas, periodistas, historiadores, escritores y viajeros.
Y si bien es cierto que ninguno de ellos, supongo, pensó que sus textos tendrían cabida en un libro como éste, nos permiten vislumbrar una historia que transita por el inframundo de esta nación que en aquellos días comenzaba a cincelar su identidad.
Gira naturalmente, porque así lo establecieron las fuentes consultadas, en torno a la ciudad de México, la única urbe americana que ha conservado su importancia histórica desde su origen prehispánico hasta la fecha, centro fundamental de la vida política, económica, social y cultural de nuestro país.
El 18 de noviembre de 1824 fue confirmada como capital nacional, luego de haber sido la metrópoli virreinal. A través de un decreto, se acordó que sería la residencia de los supremos poderes de la federación; su gobierno político y económico quedaría bajo la jurisdicción del gobierno general, para lo cual se nombraría un gobernador.
Más tarde, en 1837, luego de promulgarse una Constitución centralista, se convirtió en el Departamento de México, para volver a ser, a partir de 1846, capital federal. Todo lo anterior nos permite analizar el desorden político y económico en que se encontraba no sólo la sede de los poderes, sino la nación entera.
Convertida en expresión del desconcierto que vivía el país, la capital llegó a contar, de 1823 a 1857, más de cincuenta gobernadores, muchos de los cuales no llegaban a permanecer ni siquiera un año en el gobierno. Para darnos una idea de ello, basta señalar que el jefe político que más tiempo permaneció en el poder fue Ignacio Inclán (del 3 de diciembre de 1843 al 7 de diciembre de 1846).
Este caos condenaba a la sociedad a vivir en la zozobra. Eran frecuentes las bandas de ladrones surgidas de las filas del propio gobierno que, debido a la crisis, facilitaba su existencia, además de ser caldo de cultivo de la delincuencia, hecho que nos permite entender el porqué de la cantidad de crímenes sin averiguar, delitos impunes ante la debilidad jurídica del Estado que, lejos de consolidarse, se encontraba en un permanente desbarajuste.
De este desastre surgió uno de los malhechores más aviesos: el coronel Juan Yáñez, jefe del Estado Mayor Presidencial de Su Alteza Serenísima Antonio López de Santa Anna. Aprovechando su posición, Yáñez dirigió una peligrosa banda de ladrones, misma que inspiró a Manuel Payno a escribir una de nuestras novelas clásicas, Los bandidos de Río Frío. A Yáñez también lo menciona Madame Calderón de la Barca y de él dan cuenta diversos diarios alemanes, ¡tal fue su fama!
Aparte de la banda de Yáñez, otros grupos de delincuentes asolaron el país, convirtiéndose en leyenda y hasta en motivo de creación literaria, como se puede leer en las novelas Astucia, de Luis G. Inclán; El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, y Los plateados de Tierra Caliente, de Pablo Robles, entre otras.
Crímenes famosos de esta época son los sucedidos al pintor inglés, Florencio Egerton y a su mujer; igualmente célebre fue el asesinato del cónsul de Suiza. Capítulo importante es el homicidio del diputado Juan de Dios Cañedo, que adquirió tintes políticos debido a que la víctima era un personaje destacado.
De la misma forma, se presentan diversos sucesos que alarmaron a la sociedad de entonces: las epidemias de cólera, en 1833 y 1850; el terremoto de 1845; la rebelión de la Acordada y el saqueo al Parián, o la venganza popular al desenterrar de su nicho la pata de palo del dictador Santa Anna.
México fue, y es, una ciudad de locura, capaz de presentar espectáculos salvajes como enfrentamientos entre un toro y un tigre, o entre un oso y un toro. Algunos diplomáticos extranjeros dejaron testimonio de todo esto en sus obras, como Brantz Mayer y Madame Calderón de la Barca.
Destaca la labor de Carlos María de Bustamante, cronista por excelencia de la vida cotidiana en el México de la primera mitad del siglo XIX. A través de sus ocho tomos del Cuadro histórico de la Revolución mexicana, así como El nuevo Bernal Díaz del Castillo, dejó un brillante testimonio de los hechos políticos y sociales ocurridos en el país.
Un libro de esta naturaleza tuvo como fuentes importantes los trabajos realizados por Enrique Flores en la serie Estanquillo Literario, entre los que destacan Unipersonal del arcabuceado, Causa célebre contra los asesinos de don Florencio Egerton y doña Inés Edwards y Extracto de la causa formada al excoronel Juan Yáñez y socios, por varios asaltos y robos cometidos en poblado y despoblado, además de la célebre Guía de forasteros publicada por el Instituto Nacional de Bellas Artes.
Igualmente valiosos fueron los libros de José María Marroqui y Armando de Maria y Campos; el clásico México a través de los siglos, coordinado por Vicente Riva Palacio, y El libro rojo, de Manuel Payno y Riva Palacio; la novela Quince Uñas y Casanova, aventureros, de Leopoldo Zamora Plowes, y El diablo de Semana Santa, de Salvador Rueda Smithers, entre otros.
Decenas de suicidios, destacando el del poeta Manuel Acuña; muertes por accidente, como el del caricaturista Constantino Escalante; secuestros, duelos de honor y otras fechorías. Tiempo de personajes que trascienden y se repiten a través de los tiempos y con otros rostros y nombres: el Chalequero, la Bejarano, el Barba Azul Xochimilca, la Chiquita, o Pachita la Alfa-jorera.
En la última década del XIX alcanza relevancia la obra de José Guadalupe Posada, que junto con el editor Antonio Vanegas Arroyo, publica sus famosas hojas volantes y su Gaceta callejera, en donde retrata los vicios que aquejan a la sociedad de entonces.
Para la conclusión de este periodo fue consultada una vasta bibliografía, en la cual destacan los libros de Heriberto Frías: Crónicas desde la cárcel y El último duelo; de Hernán Robleto, Crímenes célebres: desde el Chalequero hasta Gallegos. La delincuencia en México; de Guillermo Mellado, Belén por dentro y por fuera; la obra de Julio Guerrero, La génesis del crimen en México. Estudios de psiquiatría social; los libros de Fernando Medina Ruiz, Historias rojas, y de Isabel Quiñones, De don Juan Manuel a Pachita la Alfajorera; la trilogía criminalista de Carlos Roumagnac, en especial Matadores de mujeres, y sus memorias publicadas en el periódico El Nacional; la obra de Irma Lombardo, De la opinión a la noticia; la tesis de Alberto del Castillo, Entre la moralización y el sensacionalismo. El surgimiento del reportaje policiaco en la Ciudad de México en el Porfiriato