Adalbert G. Hamman
La vida cotidiana en África del norte en tiempos de San Agustín
ePub r1.0
Mezki 29.08.14
Título original: La vie quotidienne en Afrique du Nord au temps de Saint Augustin
Adalbert G. Hamman, 1979
Traducción: Luis Castonguay
Retoque de cubierta: Mezki
Editor digital: Mezki
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PREFACIO
La vida cotidiana en África del Norte, al declinar el Imperio romano, nos concierne a todos: para los hombres del viejo Continente, ella describe las últimas páginas de la epopeya romana ultramarina; para los cristianos, descubre la vitalidad explosiva de una comunidad; los exegetas de San Agustín encuentran también el contexto diario de la vida del obispo de Hipona.
Para encontrar la fuente de esta vida cotidiana, nos es necesario releer los monumentos de la historia pasada, interrogar a las ruinas, exhumadas piadosamente, que relatan con precisión y complacencia las vidas y los logros humanos; pero también contemplar el cielo, las montañas, el mar, los paisajes, que son los mismos que, vio Agustín: ellos se reflejan en sus escritos, estimularon su sensibilidad y formaron su alma.
Meditaba, una mañana de primavera, en la Basílica de Hipona, y me pareció escuchar la voz de su obispo, sentir vibrar su corazón, semejante al mar tan cercano, "figura del mundo, con sus aguas saladas, amargas, tumultuosas, balanceadas por las tempestades…" ¿Cómo entender el alma del pueblo africano, marcado por influencias sucesivas y, a veces, contradictorias, y siempre combativo por la conservación de su identidad?
¿Por qué el Evangelio ha ejercido tan extraña seducción sobre ese pueblo?
El obispo de Hipona nos ha servido de faro en esta investigación. El Pastor nos ha permitido descubrir a su comunidad y encontrar en su predicación dirigida a los más sencillos, la espontaneidad e inconstancia, la exuberancia y pesadez de esa gente. Nuestro propósito no ha sido el de escribir una nueva biografía del obispo de Hipona. Existen excelentes, como la de Peter Brown. Nosotros nos limitaremos a interrogar al obispo sobre la vida cotidiana y no sobre las controversias o sobre el misterio de la Gracia. Agustín es una montaña de difícil acceso. Nosotros la contemplaremos desde la superficie, a partir de las humildes cosas de la vida que Agustín observó y compartió diariamente, durante treinta y cinco años, para "comulgar y participar humanamente" con la multitud.
Para escribir la vida cotidiana de los primeros cristianos nosotros sufrimos la escasez de documentos y testimonios. En este libro nos ocurre todo lo contrario: estamos desbordados por la abundante documentación. "Es imposible decir todo y no se sabe qué omitir", decía ya el gran Tillemont. Los escritos de Agustín son un jardín tan rico, tan amplio, que hemos elegido lo que nos concierne, sin extendernos a otras cuestiones. De esta manera respetamos los límites de la Colección "La vida cotidiana".
Nuestra investigación partirá del medio ambiente para llegar al corazón de la comunidad cristiana. Cristianos y paganos participan de las mismas realidades geográficas, étnicas, familiares y culturales; hablan la misma lengua, habitan las mismas ciudades; se reconocen y se distinguen. ¿Cómo separar ese mundo de los cristianos quienes, además, divididos por un cisma endémico, viven juntos los momentos fuertes, las fiestas litúrgicas?
Agustín, obispo de Hipona, nos confía sus alegrías y sus angustias de pastor, los gozos y las penurias de su grey, la mezcla de dos pueblos, de dos ciudades, confundidas en un mismo peregrinar hasta que el camino termine en los umbrales de la nueva Jerusalén.
La vida cotidiana del África está aclarada y transfigurada por el autor de las Confesiones gracias a la potencia de su talento y al calor de su ternura. Aquél que deseaba "amar y ser amado" ha sabido escuchar el alma insatisfecha y buscar en Dios la satisfacción de toda búsqueda e inquietud. Amar totalmente, amar como él fue amado, es decir, hasta la entrega total…
Por no haberse limitado en su amor a África sino por haber comprendido las ansias del hombre que se vislumbran desde los confines de la tierra, el obispo de Hipona pertenece al Universo, a la Historia.
Roma, 1.XI.1978
El Autor
PRIMERA PARTE:
LA VIDA HUMANA EN SU MEDIO AMBIENTE
CAPITULO I:
HACIA EL DESCUBRIMIENTO DE ÁFRICA
Como los bellos mosaicos policromados, África, tan acogedora por la dulzura de su litoral soleado, es una continua invitación. Entre Oriente y Occidente, África siempre nos parece próxima. Su historia ha conocido las olas sucesivas de las invasiones, desde los fenicios a los romanos, desde los vándalos hasta los árabes, desde los turcos hasta los franceses. Todos la han conquistado. Pero ella no se ha entregado a nadie. Seis siglos de vida común han podido hacer creer a Roma, como si fuese un matrimonio de conveniencia, que el amor llegaría. Pero nada sucedió.
La conquista romana.
La conquista romana transforma el país. Ella lo enriquece como las aguas que riegan las planicies pero no penetran en las montañas. Inmensos campos de trigo se doraron con el sol, en el rico valle de Medjerda, en las altas planicies y en las mesetas de Numidia. África fue el primer granero de Roma. Alimentó a la "Urbs" y le permitió a ésta dedicarse sin preocupaciones a los placeres del teatro y del circo.
La costa era un "rosario" de villas y de puertos. La región, de norte a sur (hasta los límites del Sahara) y de oeste a este (hasta el centro de Mauritania) estaba surcada por veinte mil kilómetros de caminos y rutas. Había ciudades en todas partes, especialmente ciudades que dependían de Roma. Ciudades cuyo corazón, por así decido, seguía; el ritmo de Roma. Al igual que la capital, cada ciudad poseía su foro, basílica, termas, teatro y anfiteatro. Algunas ciudades, como Hipona, eran antiguos pueblos púnicos transformados; otras, como Timgad y Lambesa, son creaciones totalmente romanas.
Junto con la progresiva romanización en Numidia, los "castella" fortificados suceden a las ciudades. Es necesario recorrer amplias planicies para descubrir a uno de esos "castella", rodeado por las montañas: la antigua Cuicul, actualmente llamada Djemila. Hacia el sur, el uso del camello ha permitido penetrar en el desierto y organizar las tribus de nómadas camelleros. En 363, es posible registrar en Lepsis Magna, cuatro mil camellos. Las tribus constituirán una amenaza constante en las regiones fronterizas.
En el siglo IV, Roma había dividido el África, de Libia a Mauritania, de Cartago a Chercel, en siete provincias. En la misma época, cada ciudad posee un obispo, a veces dos (en el tiempo del cisma donatista). Las "diócesis" comprendían aproximadamente una superficie de treinta a cuarenta kilómetros. La diferencia entre el campo y la ciudad no es rígida, como lo es hoy en día en la Italia meridional: no es cuestión de población sino de civilización. Se estima que la población global del África colonizada era de seis millones de habitantes. Las grandes ciudades, como Cartago, se prolongaban en suburbios. Duga es una colonia que pertenece a una ciudad típicamente africana; cierto número de campesinos viven en la ciudad y diariamente van a trabajar en los campos, fuera de los muros. La ciudad de Tidis vive de su producción agrícola. Hasta en Hipona nos encontramos que una parte de la población habla púnico y entiende con dificultad un sermón en latín.