AGUSTÍN SÁNCHEZ VIDAL (Cilleros de la Bastida, Salamanca, 1948). Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza, doctorándose posteriormente, e impartiendo en ella clases de Literatura Española y ejerciendo como catedrático en la cátedra de Historia del Cine y otros Medios audiovisuales.
Guionista de cine y televisión, ha trabajado con realizadores como Carlos Saura. Desde hace veintitrés años colabora en cursos, conferencias y publicaciones con la Fundación Amigos del Museo del Prado.
Para Amparo Martínez Herranz
Título original: La vida secreta de los cuadros: Un recorrido diferente por el Museo del Prado
Agustín Sánchez Vidal, 23/02/2022
Ilustraciones: © G. Dagli Orti; © Album; © DEA; © Oronoz; © Warner Bros. Pictures.
cubierta: © Museo Nacional del Prado
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Los cuadros esconden mensajes que pueden pasar desapercibidos, pero que a menudo cuentan historias fascinantes. Detrás de detalles aparentemente insignificantes alientan epopeyas que cambiaron el mundo, como los diminutos granos de pimienta en un bodegón, el pequeño colgante con un carnero dorado en un retrato o el pigmento que presta su color a un lienzo. O bien contienen indicios que remiten a la más temible red de espías, las contraseñas del «marketing» protestante o el gabinete de imagen y propaganda de la monarquía hispana, con guionistas como Calderón de la Barca y creativos como Velázquez.
Agustín Sánchez Vidal nos lleva de un tema a otro y los relaciona con nuestra vida cotidiana y el presente, desde el color naranja de las zanahorias de un bodegón a Bugs Bunny, Freud y la publicidad; del rey Midas al actual valor del oro; del Bosco a las pinturas negras de Goya o de la Inmaculada Concepción a una Unión Europea dividida entre los «trabajadores» países del norte y los «holgazanes» del sur. Todo eso y mucho más se esconde en los cuadros del Museo del Prado, que relatan la historia de España y sus vínculos con Europa.
Agustín Sánchez Vidal
La vida secreta de los cuadros
Un recorrido diferente por el Museo del Prado
ePub r1.0
Titivillus 13.11.2022
I
MENSAJES OCULTOS, BENGALAS Y ESPÍAS
¿Hay mensajes ocultos en las obras del Museo del Prado? No estamos hablando necesariamente de los enigmas que borbotean en El jardín de las delicias u otras pinturas del Bosco, sino de las más «normales», esas a las que en principio no se les sospechan segundas o terceras intenciones. Y, sin embargo…
Veamos un ejemplo, guiándonos por la disposición original del edificio, tal como aparece en el lienzo Doña María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado (1829), de Bernardo López Piquer. En la actualidad este óleo se expone en la planta sótano, presidiendo la sala dedicada a la historia de la pinacoteca. Representa a la esposa de Fernando VII señalando con una mano la construcción ya terminada y con la otra los planos que nos permiten apreciar el diseño del arquitecto Juan de Villanueva. Consiste en tres cuerpos que por delante sobresalen de la fachada principal y por detrás se extienden hacia la iglesia y claustro de los Jerónimos. Están conectados entre sí por una larga galería, a través de la cual se puede ir accediendo sucesivamente a las tres alas, que Fernando Chueca Goitia describió como un vestíbulo (al que se entraba por la actual puerta alta de Goya), seguido de una basílica (hoy convertida en sala de Las meninas) y un palacio (al que corresponde la ahora llamada puerta de Murillo).
Bernardo López Piquer, Doña María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado, 1829. Museo del Prado.
En el momento de la inauguración del museo, en 1819, era posible llegar hasta el vestíbulo en carruaje, mediante una rampa que señala el dedo índice derecho de Isabel de Braganza. Posteriormente fue allanada para que todo el conjunto quedara al mismo nivel, aunque en nuestros días es posible recuperar la primitiva altura gracias a una escalera de piedra y, si nos atuviéramos al sentido de la visita original, entraríamos por la citada puerta alta de Goya. Tras cruzar el umbral nos encontraríamos con la rotonda presidida por una escultura del artífice italiano Leone Leoni y su hijo Pompeo, conocida como Carlos V y el Furor. Con ella comienza nuestra primera historia.
CARTA DESDE EL INFIERNO
Sucedió el 7 de julio de 2008 cuando, al mover el pedestal de Carlos V y el Furor, una brigada del Museo del Prado descubrió algo inesperado. En la parte hueca de la peana había un sobre que todavía conservaba el franqueo, un sello estadounidense de dos centavos con la efigie de George Washington. En el dorso, en la parte reservada al remitente, podía verse el dibujo de una calavera con dos tibias cruzadas y estas palabras: «Ramos / portero en la actualidad. / Condenado. / Desde el infierno».
Dentro del sobre así reutilizado había un mensaje y una perra gorda, la moneda española de diez céntimos. Esta, en concreto, se había acuñado en 1870, pero aún era de curso legal en 1923, año en el que estaba fechada la misiva. La suscribían José Ramos Moreira, Nicolás Fernández y Fortunato Ruiz. Los tres eran, por aquel entonces, porteros en el Prado y las palabras allí escritas iban destinadas a sus sucesores en el futuro. Una especie de rudimentaria cápsula del tiempo.
El infernal remite podía entenderse como una alusión al pedestal donde estaba oculto el sobre, esa parte inferior o averno al que el victorioso emperador de la estatua, Carlos I de España y V de Alemania, condena al Furor encadenado, representación de los turcos y otros enemigos. Pero también era una referencia a las sepulturas de los autores del mensaje, suponiendo que cuando fuera hallado estarían criando malvas en alguna fosa del cementerio de la Almudena. Ya en vida se sentían condenados al infierno, por las precarias condiciones en las que trabajaban, venían a decir. Sus estipendios eran tan escuálidos —alegaban— que habían tenido que dejar el tabaco o las escapadas a las tabernas vecinas. Justo les daba para mal comer. Explicaban que la perra gorda incluida en el sobre era para invitar a un chato de vino a quien encontrase la nota, despidiéndose con este deseo: «Que Carlos V os defienda de todo mal. Amén».
Bueno —se dirá—, eso más que un mensaje que deba tomarse en serio no pasa de ser una inofensiva broma macabra, propia de las condiciones reinantes por aquel entonces en la pinacoteca. Algo contó al respecto en varias entrevistas el actor Tony Leblanc, quien acababa de nacer allí un año antes de que se escribiera esta carta. Su padre era conserje del Museo del Prado, donde tenía vivienda y, andando el tiempo, trabajaría el futuro cómico como botones y ascensorista.
De acuerdo. Bajemos, entonces, desde la puerta alta de Goya a la planta calle para trasladarnos al vestíbulo de entrada donde están la librería y la cafetería y dirigirnos desde allí hasta las escaleras mecánicas que dan acceso a uno de los espacios que no suele encontrarse entre los más transitados del Prado, el claustro de los Jerónimos.
En él hay otras estatuas de la familia de Carlos V, obra también de los Leoni, que fueron sus escultores preferidos, y a los que llegó a tener a sueldo fijo para no perder sus preciados servicios. Una de las más notables es la del hijo del emperador, Felipe II, representado con capa y armadura, como un héroe clásico a la romana. Dejando aparte la espada en la que apoya su mano derecha, el atributo más visible es el objeto cilíndrico que exhibe en la izquierda, la llamada «bengala».