La Castañeda
Narrativas dolientes desde el Manicomio General
México, 1910-1930
Edición en formato digital: julio, 2022
D. R. © 2010, Cristina Rivera Garza
c/o Indent Literary Agency
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Fotografía de portada: Mujer en un hospital psiquiátrico, retrato © Número de inventario: 143760. SECRETARÍA DE CULTURA.
INAH.-SINAFO F.N.-MEX. Reproducción Autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Fotografías de pliego de interiores: SECRETARÍA DE CULTURA.
INAH.-SINAFO F.N.-MEX. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Fotografía de Cristina Rivera Garza: © cortesía de la autora
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ISBN: 978-607-382-001-1
Composición digital:
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A lrg
para John Dickerson (1943-2009)
y para Scott C. Murray
John M. Hart, Thomas O Brien, Susan Kellogg
UN PREFACIO EN CINCO VOCALES
a.
Estamos, ustedes y yo, ante el extraño caso del hermano siamés que fue separado, momentos apenas después de nacer, de su doble y su espejo y su contrario. Otro cuerpo. La hermana siamesa, porque a la novela le corresponde el artículo femenino, se echó a andar hacia finales de 1999 y, desde entonces, apenas tuvo el deseo o la inclinación de volver su mirada hacia atrás. Nadie me verá llorar. Arrancado de sí, el hermano siamés guardó silencio. Encerrado en cajones herméticos o perdido en listas interminables, cuando no intercambiables, de archivos, el siamés aprendió a observar con cuidado los bordes siempre tibios de su muñón. Carne viva. Más un arrancamiento que una división de caminos. Más un desmembramiento.
Estamos, ustedes y yo, ante un acto de violencia. Estamos en la restitución.
e.
Tengo una deuda de alrededor de quince años con este libro. Primero fue una tesis de maestría y, años más tarde, de doctorado. Luego, de entre las páginas de ese manuscrito salió otra cosa: su contrario. Los días fueron cortos y fríos; caía la lluvia y la escarcha. El hielo cubría con frecuencia las calles. Una mañana, frente a la montaña de nieve que cubría un vehículo, caí de rodillas. Me pregunté qué hacía ahí. Me contesté: escribo un libro. Su contrario, que era a su vez su hija y su hermana siamesa, surgió poco a poco, página tras página, para ayudarme a sobrevivir ese invierno y todos los otros inviernos. La novela logró su cometido, en efecto, pero a costa de la vida del hermano siamés que, escondido o desfalcado, o escondido y desfalcado, se dedicó a languidecer.
Estamos, ustedes y yo, ante la restitución. Ya había dicho eso.
i.
La cuestión con los hermanos siameses es que, se conozcan o no, se reconozcan o no, los dos se requieren. Son brotes, después de todo, de la misma raíz. Uno es la razón del otro y viceversa. Nadie me verá llorar es también esta colección de narrativas dolientes, aunque enunciadas de modo enigmático, y viene desde atrás en el tiempo y lejos en el espacio, es, también, aquella novela en la cual una mujer le sonríe apenas a la lente de una cámara y pregunta: “¿Cómo se convierte uno en un fotógrafo de locos?” Matilda Burgos y Joaquín Buitrago estuvieron aquí. Diamantina Vicario y Eduardo Oligochea estuvieron aquí. Las relaciones con el lenguaje son distintas en cada libro: muestra de lo que puede hacerse, hasta dónde puede llegarse teniendo alguna noción, todavía, del camino del regreso.
o.
Dudé mucho acerca de la pertinencia de publicar un libro con el cual tengo una deuda de tanto tiempo. Al final me ganó la curiosidad. ¿En qué se convertiría una vez traducido al español y transformado, o medio transformado, de una escritura netamente académica a como escribo hoy? ¿Resistiría el cruce de tantas fronteras? ¿Desfallecería en el intento?
u.
El valor de un libro no es su novedad. El valor radica, en este caso, en que su lectura ofrece claves que, con algo de suerte, podrían incluso ahondar un misterio.
INTRODUCCIÓN: PALABRAS EN UN TÍTULO
Mucho se ha escrito acerca de la locura: su historia, sus causas y sus efectos, sus símbolos, su naturaleza cambiante y sus numerosos nombres. Médicos, artistas, abogados, criminólogos e historiadores, por mencionar sólo a unos cuantos profesionistas modernos, han utilizado las herramientas propias de sus disciplinas en un intento por capturar el evasivo mundo que se supone que yace más allá de la razón. Dichos intentos son guiados con frecuencia por estereotipos: el genio atormentado, el lunático creativo, el iluminado. No he de mentir: puntos de vista sospechosamente similares animaron también las primeras etapas de esta investigación. El libro que ha resultado de años y años invertidos en archivos, leyendo documentos amarillentos y llenos de polvo, pretende, en primera y principal instancia, trascender dichas impresiones. La decisión de lograrlo no es resultado de un acto principista. Este objetivo fue desarrollándose a medida que mi contacto con los documentos del Manicomio General La Castañeda se hizo más cercano, más íntimo y, en consecuencia, más incómodo Quizás un conjunto de gestos lo explicaría todo: las manos que cierran el expediente con total frustración; los ojos que, incapaces de dar crédito a lo que tienen frente a ellos, miran hacia arriba; el cuerpo que, desesperado por falta de aire, cruza la puerta de salida. El loco por excelencia no estaba por ninguna parte. La loca ideal brillaba en su ausencia. En su lugar, capturadas en frases rotas y en terrible letra manuscrita, estaban las palabras. Ahí yacían, a medio hacer o revueltas ya, las historias. Lo que fui leyendo poco a poco, desde el día en que un hombre, todavía desconocido, me recomendó visitar las instalaciones del Archivo de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, donde apenas empezaba a ponerse orden en los documentos del Manicomio General, fueron las palabras expresadas por, o acerca de, hombres y mujeres muy reales del México de principios del siglo XX. Lejos de cualquier estereotipo, estos hombres y mujeres de carne y hueso intentaron articular, a veces de forma veloz y abrupta, y a veces entre tartamudeos y repeticiones interminables, su experiencia humana con el padecimiento mental. Las historias en las cuales esa experiencia corpórea y espiritual vivió y vive, se convirtieron desde entonces en el punto de partida hacia donde este libro se propuso, y se propone, llegar: las narrativas que, juntas a pesar de conformar una unidad difícilmente armoniosa, hicieron que la locura de principios del siglo XX pudiera llegar a ser inteligible para el observador contemporáneo.